Hoy, 3 de julio, se cumplen dos años de la muerte del alemán Dieter Frerichs. Mietta Leoni, su compañera durante 30 años, y madre de Fiona Ferrer, quiere poner punto final a este capítulo de su vida. «Han sido dos años terribles para mí. Nadie me ha informado sobre lo que le pasó a Dieter, sino que el silencio ha sido absoluto, y encima, permitieron que su cuerpo se pasara un año y seis días en un congelador», afirma.
«A raíz de su muerte, la familia de él y sus amigos, con los que salíamos de fiesta a menudo, han desaparecido. En cambio, me ha apoyado mucha gente sencilla; ellos sí han estado a mi lado en momentos tan difíciles. ¿Fiona? Supongo que también lo ha llevado mal, igual que mis otros dos hijos. Pero a partir de hoy, borrón y cuenta nueva. Cierro este capítulo para siempre. Yo creo que por Dieter he hecho cuanto estaba en mi mano. El día de mi cumpleaños logré que me dieran su cadáver y lo incineré, luego contraté un taxista para que me llevara a un lugar lejano de Palma, con costa, desde donde arrojé sus cenizas al mar. Y al otro día regresé al lugar donde murió y me bañé en sus aguas. Pero ya nada más. Nueva vida».
Relaciones
Se rumorea que las relaciones entre usted y su yerno, Jaime Polanco, el marido de Fiona, no son buenas. «La relación entre mi yerno y yo, ni fu, ni fa. Al principio, cuando me lo presentó Fiona, me gustaron de él varias cosas: que tenía trece hermanos, por lo que supuse que le gustaba la familia, y que tenía 16 años más que ella, lo que me hizo pensar que la iba a proteger y a respaldar. Pero, con el paso del tiempo, he visto que me equivoqué. Fiona está casi siempre sola, mientras él está viajando por ahí, y no quiere saber nada de hijos; es más, no le gustan los niños. En cambio, a ella sí le gustaría tenerlos. ¿Que si a veces se les ha visto juntos? Sólo en los actos que a él le interesan».
¿Y Fiona, qué dice a todo este asunto? «Fiona no dice nada, no habla. Calla. Se lo traga. A su manera, pienso que le quiere, pero... ¿qué quiere que le diga? Mire, si mi hija llegara a casa y me comunicara que se quiere divorciar de su marido, me haría la mujer más feliz de este mundo. De verdad. Me alegraría porque Fiona se liberaría. Es una mujer trabajadora, con ideas, muy bien relacionada, que no tendría problemas en triunfar en la vida. Yo no quiero influir para nada en una decisión que pueda tomar, pero soy su madre y veo cosas que no me gustan, y así se lo he dicho. Por ejemplo: que ella, que ocupa un despacho de él, tenga que pagarle un alquiler. O tampoco me pareció nada bien cuando se casaron, que mi marido tuviera que pagar la estancia en el hotel familiar, y que Fiona tuviera que abonar la habitación de su hermano. Es más, en estos dos años, jamás me ha llamado para preguntarme cómo está mi ánimo; ni siquiera me ha preguntado, tras saber que me bloquearon las cuentas, si tenía problemas económicos, que los he tenido, pero que he sabido sobreponerme a ellos. Él, en cambio, no ha querido saber nada. Vamos, es que ni me ha pagado un café en su vida. Y le digo más, a poco de morir mi marido, él lamentó que pudiendo estar en casa de unos amigos en Cataluña, tenía que estar aquí. Y eso sí que no se lo perdonaré nunca. Como tampoco le perdono que durante el tiempo que el cuerpo de Dieter estaba en el frigorífico, ni él, ni ninguno de sus amigos influyentes, movieran un dedo para agilizar los trámites».
Una boda de cine
Fiona se casó hace tres años. Fue una boda de cine a la que asistieron las principales figuras del papel couché, lo que la convirtió en la boda del siglo. «Una boda –dice Mietta–, que organizó mi hija, la novia, como ha organizado a lo largo de su vida otros grandes eventos, pero yo creo que lo hizo sin saber que era su boda. Una boda que él utilizó para verse rodeado de la mejor gente, pero que a nosotros nos ha perjudicado ya que estamos pagando sus consecuencias».