La recuerdo sosteniendo un habano, prendiéndolo con una sensualidad abrasadora al tiempo que se humedecía los labios para deslizar con su voz grave, aguardentosa: ‘Fumando espero al hombre a quien yo quiero'. María Antonia Abad –Sara Montiel para el mundo– se extinguió sin penas ni agonías a los 85 años, cuando su salud comenzaba a declinar, hoy hace diez años. En su recta final, la que fuera uno de los rostros más fotogénicos del cine español fue pasto de la crónica rosa, víctima del personaje que ella misma había alimentado. Dotada de un carisma torrencial, osada, independiente, mujer de armas tomar, Sara, Saritísima, dejó honda impronta en la Isla.
Se casó en cuatro ocasiones, la primera en 1957 con el cineasta Anthony Mann, del que se separó en 1961. Volvió a probar suerte en el ‘64 con un discreto industrial, José Vicente Ramírez, fue un matrimonio efímero que se disolvió en pocos meses. Fiel al refranero popular, a la tercera fue la vencida, y en brazos del empresario y fundador de este diario, José Tous, obtuvo la felicidad. Con Pepe, como le llamaban sus allegados, tuvo sus dos hijos, Thais y Zeus. Tous falleció en 1992 y un año más tarde contraía nupcias con Tony Hernández, un cubano de dudosa reputación de quien se separó en 2003.
Simpática, natural y dueña de una mirada penetrante inmune a los rigores del tiempo, Sara supo rentabilizar su carrera. «Fue una de las actrices pioneras en desembarcar en Hollywood, había que ser muy valiente para hacer algo así en esos tiempos», detalla Pedro Prieto, periodista de esta casa experto en el star system de la época. Allí trabajó en films como Yuma, junto a Charles Bronson y Rod Steiger; Serenade, con Mario Lanza, Joan Fontaine y Vincent Price; o Veracruz, junto a Burt Lancaster, Ernest Borgnine y Gary Cooper, con quien se la relacionó.
«Solo fuimos amigos, aunque si hubiera querido habría hecho el amor con él», afirmaba en una entrevista. No fue el único galán que cayó rendido a sus pies, la propia actriz confesó haber pasado largas tardes en casa de Marlon Brando, y se dice que vivió un romance con James Dean. De hecho, una foto de ambos es de las últimas que se conocen del actor, antes de perecer en accidente de tráfico en 1955.
Sus vínculos con la realeza del celuloide no acaban aquí, Sara explicaba que Marlene Dietrich la enseñó a maquillarse, o que solía jugar a tenis con Greta Garbo. Historias que fueron tejiendo a su alrededor un aura de leyenda, real o fantástica. «Sara tenía mucha imaginación», desliza José Luis Ardura, una de las personas más próximas a la actriz durante su periplo isleño. Quien relata con una sonrisa de resignación que «cuando Marlene Dietrich actuó en Tito's, Pepe quiso ir a verla. Al finalizar el show bajamos al camerino para saludarla, pero Dietrich dijo que no conocía a esa señora de nada».
Anecdotario
El anecdotario que se despliega a su alrededor es más largo que la Gran Muralla China. «Hay que quedarse con lo bueno, era una persona muy divertida», detalla Ardura, quien compartió largas veladas de confidencias con la actriz, «luego nos levantábamos a las dos del mediodía y estábamos en la piscina hasta las cinco, cuando comíamos». En Sara no solo destacaba su porte y personalidad, también poseía una voz tan grave que, por sí misma, destapaba múltiples anécdotas, algunas contadas por ella misma en diferentes entrevistas, como cuando durante los ensayos de El último cuplé, su mayúsculo éxito, no llegaba a las notas y pidió al pianista que bajase de escala, a lo que este respondió: ‘Si sigo bajando más acabo debajo del piano'.
Su relación con los medios siempre fue exquisita. Pedro Prieto afirma que «siempre estaba dispuesta a facilitarnos el trabajo, repetía una foto las veces que hiciera falta. Una vez la hicimos bajar dos veces las escaleras de un avión porque la primera toma no había quedado bien y se prestó sin reparos».
Nacida en La Mancha, en la localidad de Campo de Criptana (Ciudad Real), Montiel trabajó en medio centenar de películas y publicó más de una treintena de discos. Cuando su belleza fue languideciendo debió refugiarse en proyectos indignos de su talento.
Pero nunca cayó en la melancolía, al menos de puertas afuera. En las distancias cortas era otro cantar, «se pasaba el día hablando del pasado, echaba en falta el cine, sentirse el centro del universo», explica Ardura. Para Sara, la belleza siempre fue un arma de doble filo, sostenía que eclipsaba su talento, «la crítica decía siempre que era preciosísima y nada sobre mi actuación», lamentaba en una entrevista la ‘Mae West española', como la bautizó el escritor Terenci Moix.
Su relación con Mallorca se truncó al poco de fallecer José Tous, «aquí no era plenamente feliz, añoraba la vida en una gran ciudad», confiesa Ardura, quien la recuerda con cariño desde su retiro en el Coll d'en Rabassa, «aquellos años no los olvidaré nunca», concluye.