Diciembre se posiciona como uno de los meses más inflamatorios del año para nuestro organismo, según revela la reconocida nutricionista integrativa Mireia Velasco. La experta en psiconeuroinmunología señala que, contrariamente a lo que muchos creen, no son solo los excesos gastronómicos típicos de estas fechas los responsables de los problemas digestivos que experimentamos durante la Navidad, sino que existe una compleja interacción entre factores emocionales y fisiológicos que afecta directamente a nuestro bienestar.
«Cuando hablamos de que diciembre es inflamatorio, no nos referimos a que sea un mes en el que, de repente, uno se hincha o desarrolla inflamación visible», explica Velasco. La especialista destaca que la inflamación navideña tiene un origen multifactorial donde el cansancio acumulado del año, la sobreestimulación constante y unas expectativas sociales muy elevadas crean el cóctel perfecto para alterar nuestro equilibrio interno. «Venimos de once meses de exigencia, imprevistos, adaptaciones, decisiones, duelos, cambios... y al llegar diciembre, lejos de bajar, todo se intensifica», añade. A nivel fisiológico, este período festivo provoca que nuestro cuerpo permanezca más tiempo en modo activación, con niveles elevados de cortisol y adrenalina, mientras disminuyen los espacios de regulación necesarios para el equilibrio. Esta situación, sumada a la presión social por «estar bien» y el mandato implícito de felicidad, genera una tensión interna que impacta mucho más que cualquier comida puntual en nuestro sistema digestivo.
El impacto del estrés emocional en la digestión
El estrés emocional representa uno de los moduladores más potentes de nuestra digestión. Velasco detalla cómo la tensión propia de las fiestas navideñas altera significativamente nuestro proceso digestivo: «Cuando vivimos tensos, preocupados o desbordados, el cuerpo activa el eje del estrés: el cerebro interpreta la amenaza, y la digestión se detiene porque no es prioritaria para sobrevivir». Esta activación del sistema nervioso tiene consecuencias directas sobre nuestra motilidad intestinal, pudiendo provocar tanto diarrea como estreñimiento. Además, el nervio vago, fundamental para activar la digestión, pierde tono, lo que reduce la producción de enzimas digestivas y empeora la calidad de nuestra masticación y absorción de nutrientes.
La microbiota intestinal también sufre alteraciones significativas durante estos períodos de estrés sostenido. Se produce una disminución de bacterias beneficiosas mientras aumentan las que no lo son tanto, alterando así la producción de neurotransmisores esenciales como la serotonina. «Resultado: más hinchazón, más gases, más intolerancias, más sensibilidad emocional y digestiva. Por eso muchas personas me dicen 'no sé qué me pasa, últimamente todo me sienta mal' y no es la comida, es el contexto emocional en el que la comemos», explica la nutricionista.
Autoexigencia navideña: cuando queremos cerrar el año perfectamente
Otro factor determinante en este proceso es la autoexigencia que solemos imponernos durante el cierre del año. La presión por culminar perfectamente todos los proyectos pendientes antes de que acabe diciembre genera un estado de alerta constante en nuestro organismo que, lejos de motivarnos, nos desconecta de señales corporales básicas como el hambre, la saciedad o el cansancio. «Cuando vivimos desde la autoexigencia, el cuerpo interpreta esa presión como una forma de amenaza», señala Velasco. Esta percepción de amenaza mantiene elevados los niveles de cortisol circulantes y activa el sistema inmune, creando un terreno interno más reactivo a cualquier estímulo, tanto alimentario como emocional.
La experta advierte que este estado no necesariamente produce síntomas inmediatos en personas con buena capacidad de regulación, pero sí puede manifestarse gradualmente como digestiones más lentas, mayor tensión corporal, cansancio no reparador o dificultad para relajarse. «La presión por 'cerrar bien el año' es un ejemplo claro de cómo una frase mental puede tener una repercusión física. El cuerpo no distingue entre 'tengo que llegar' y 'estoy en peligro', responde igual, se activa», puntualiza.
Señales de alerta: cuando el cuerpo manifiesta la tensión festiva
Los síntomas físicos derivados de la tensión navideña son diversos y no siempre los asociamos correctamente con su origen emocional. Entre los más comunes, Velasco destaca la hinchazón persistente incluso con comidas ligeras, digestiones pesadas o lentas, gases, dolor abdominal y alteraciones del ritmo intestinal. También pueden aparecer manifestaciones como tensión cervical, bruxismo, migrañas, cansancio crónico, aumento de antojos (especialmente de dulces) y alteraciones cutáneas. «A veces creemos que es 'por comer mal', pero es la forma en que el cuerpo expresa sobrecarga emocional», aclara la especialista. Un aspecto interesante que señala Velasco es que incluso siguiendo una alimentación teóricamente perfecta, podemos sentirnos mal durante las fiestas. El estado interno desde el cual nos alimentamos tiene mayor impacto que el propio menú: «Si llegas tenso, con prisa, preocupado, ansioso o agotado, produces menos ácido gástrico, menos enzimas, masticas peor y tu sistema nervioso prioriza sobrevivir, no digerir».
Afortunadamente, existen hábitos sencillos que pueden ayudarnos a aliviar esta carga invisible que inflama nuestro organismo durante las fiestas. La nutricionista recomienda priorizar el descanso incrementando aunque sean veinte minutos el tiempo de sueño o permitiéndose despertar sin alarma cuando sea posible. Reducir la exposición a pantallas antes de dormir también contribuye significativamente a que el cerebro comprenda que puede reducir su nivel de activación. El movimiento suave del cuerpo, aunque sean breves caminatas de diez minutos, puede marcar una gran diferencia, así como tomar infusiones calmantes antes de las comidas para preparar el estómago de forma adecuada.
En el plano emocional, Velasco sugiere rebajar el nivel de autoexigencia y aceptar que la vida durante diciembre tiende a ser más caótica. Establecer límites afectivos y energéticos resulta fundamental, permitiéndose espacios sin estímulos excesivos, alejados de multitudes y conversaciones constantes. "Permitirte espacios sin estímulos, sin tanta multitud, sin tantas conversaciones. Hacer pausas cortas, buscar silencio, parar aunque sea cinco minutos. No es egoísmo como estamos acostumbrados a escuchar, sino una manera necesaria de proteger y recargar tu energía vital", concluye la experta.
Un fenómeno recurrente en el ámbito sanitario es el incremento de consultas relacionadas con problemas digestivos durante el mes de enero. Los especialistas atribuyen este aumento principalmente a los efectos acumulados del estrés durante las celebraciones navideñas, combinados con los cambios bruscos en los patrones alimentarios. Las estadísticas indican que las visitas a gastroenterólogos aumentan aproximadamente un 25% durante el primer mes del año, con síntomas como hinchazón, reflujo, síndrome del intestino irritable y malestar abdominal generalizado como principales motivos de consulta. Esta tendencia confirma la teoría de que los efectos de la presión festiva pueden manifestarse incluso semanas después de las celebraciones.
Los expertos recomiendan no subestimar estos síntomas y prestar atención a las señales que nuestro cuerpo nos envía, especialmente si persisten más allá de las fiestas, momento en el que podría ser necesario consultar con un profesional sanitario para descartar problemas más serios y recibir el tratamiento adecuado.