Tuvo tres días para renegar de su nueva fe, pero no lo hizo. Ahora, la doctora Mariam Ishaq se enfrenta a la pena de muerte dictada por los tribunales de Sudán por negarse a dar marcha atrás en su conversión al cristianismo.
Ni siquiera el hecho de Ishaq vaya por el octavo mes de embarazo y esté a punto de dar a luz hizo temblar al juez Abás al Jalifa, que confirmó esta semana una pena capital que ha despertado el rechazo inmediato de las organizaciones de derechos humanos.
Amnistía Internacional difundió un duro comunicado en el que calificó de «aberrante» la sentencia contra la joven doctora, de 27 años, y añadió que los delitos de los que fue hallada culpable, apostasía y adulterio, no deberían ser considerados como tales.
A este clamor se han unido otros como Human Rights Watch u ONG regionales como el Centro Africano para Estudios de Justicia y Paz.
Sobre el terreno, los más vociferantes fueron las decenas de activistas y ciudadanos que se congregaron frente al Tribunal Penal del este de Jartum para protestar contra el severo castigo a Ishaq, con pancartas como «Mariam tiene derecho a ser cristiana» o «La libertad religiosa es un derecho constitucional».
La aplicación de la «sharía» (ley islámica) en Sudán está en el centro de muchas de las críticas, que consideran que esta no debe ir en contraposición al respeto de los derechos humanos.
El abogado de la mujer, Ahmed Abdalá, explicó a Efe que la última ejecución de un musulmán en Sudán después de ser condenado por apostasía fue en 1985, bajo el régimen socialista del presidente Gafar al Nimeiri, cuando el líder reformista Mahmud Mohamed Taha fue mandado a la horca.
Ese mismo destino aguarda ahora a Ishaq, quien, sin embargo, no será ejecutada antes de dos años, según estipuló la corte a petición de los presentes en la sala y de los abogados, para conceder a la mujer tiempo para dar a luz a su bebé (ya tiene otro de dos años) y para amamantarlo.
«Se te otorgaron tres días para volver a tu fe pero preferiste no rectificar, así que estás condenada a la muerte en la horca», le espetó el juez a Ishaq en la vista en la que confirmó la pena ya impuesta el pasado domingo por otro tribunal en primera instancia.
Pese a que Al Jalifa aseguró hablar a la acusada «como padre y como musulmán», no dudó en castigar con la máxima pena a Ishaq, hija de un sudanés de Darfur y de una etíope.
Tras ser condenada en primera instancia, a Ishaq se le ofreció retractarse y volver al Islam, y así se lo pidió también uno de los presentes en la sala a voz en grito.
Imperturbable, la joven declinó dar marcha atrás, y además negó que una pareja presente en el lugar fuesen realmente sus padres, como indicaban todos los testigos.
Además de ser sentenciada a muerte por «apostasía», Ishaq fue hallada culpable de adulterio, por casarse con un cristiano siendo ella musulmana, lo que le acarreará una pena de cien latigazos antes de ser llevada a la horca.
Su esposo, que también estaba siendo procesado, consiguió esquivar la misma suerte al considerar el tribunal que no había suficientes pruebas, ya que adujo haber contraído matrimonio con Ishaq cuando esta ya se había convertido al cristianismo.
Pese a que la mayoría de la población es musulmana, en Sudán existe también una minoría significativa de cristianos, muchos de ellos originarios de Etiopía o del vecino Sudán del Sur, país que obtuvo su independencia hace solo tres años.
Los fallos judiciales en Sudán relacionados con la religión o con los derechos de los mujeres ya han trascendido en otras ocasiones las fronteras del país, como en 2007, cuando la maestra británica Gillian Gibbons fue condenada a 15 días de cárcel por «bautizar» con el nombre del profeta Mahoma (Mohamed) a un osito de peluche que había traído una de sus alumnos.
Tras la visita a Sudán de dos parlamentarios británicos, el presidente sudanés, Omar Hasan al Bashir, indultó a la mujer, quien pudo regresar a casa tras una semana de calvario.
Más recientemente, en 2009, la periodista sudanesa Labna Husein fue detenida y juzgada por llevar pantalones, ropa que la Policía consideró «inmoral» para una mujer.
Sudán es uno de los países más estrictos de la región en asuntos relacionados con la moral pública y en gran parte del país rige la «sharía» o código legal islámico.