La detención de Roman Protasevich eleva un punto más el tono en la convulsa región y compromete las dañadas relaciones del régimen de Minsk con todo Occidente, después de que la Unión Europea (UE) acordara este pasado lunes cerrar el espacio aéreo con Bielorrusia y que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, calificara el incidente como «afrenta directa a las normas internacionales».
La prensa internacional se hace eco este martes en numerosas piezas de información y opinión sobre el desvío forzoso por parte de Bielorrusia de un vuelo comercial para detener al disidente, algo que el inquilino de la Casa Blanca no dudó en tildar de «indignante». Todas las voces parecen coincidir en señalar la actuación de la administración del líder bielorruso, Alexander Lukashenko, de autoritaria. Los analistas, de forma casi unánime, consideran que no solo supone un atentado contra las libertades fundamentales y los más básicos derechos humanos. Aparentemente vulnera todos los protocolos internacionales en materia de aviación civil, y supone una escalada sin precedentes en el desafío que el socio de Vladimir Putin presenta ante la opinión pública europea y norteamericana, aplacando sin reservas a aquellos que osan ser contestatarios a su poder.
Algunos califican a Lukashenko de dictador y a sus actos como terrorismo de estado. Prosiguen a esta hora las consecuencias en cadena, entre ellas las cancelaciones por el cierre del espacio aéreo o la persistencia de la amenaza del bloqueo de 3.000 millones en ayudas provenientes de la Unión Europea, al tiempo que aparecen las primeras imágenes de Roman Protasevich tras su detención, aparentemente de una pieza. Sin embargo, algunos como el presidente de Lituania se temen abiertamente que el testimonio se haya obtenido mediante torturas, por lo que la versión oficial carece de credibilidad.
Varios medios internacionales explican lo sucedido dentro de la cabina del avión. Hablan de tumulto, del joven bloguero denunciando dentro mismo de la aeronave que estaba siendo perseguido por un hombre misterioso que hablaba ruso. No es la primera vez que Alexander Lukashenko se muestra implacable con la disidencia. Una disidencia que contestó por primera vez las casi tres décadas de dominio implacable y maltrato del oponente tras las elecciones presidenciales del pasado agosto. Entonces la ciudadanía salió en masa a las calles para denunciar el fraude electoral. Según los datos oficiales el presidente revalidaba mandato con más del 80 por ciento de los votos, un resultado similar a los cosechados en convocatorias precedentes. Una aplastante victoria en las urnas se vio confrontada desde las plazas, con protestas masivas, y también desde las redes sociales y los nuevos canales de información.
Es de hecho en este segmento donde Protasevich adquiere protagonismo y se convierte en uno de los objetivos para el régimen de Lukashenko, puesto que además de alimentar un blog a favor de los derechos políticos, civiles y sociales de su pueblo gestionaba algunos de los canales de Telegram desde donde se organizó la rebelión.
Para los expertos en política internacional los métodos de Minsk, y por extensión de Moscú en algunos casos como el del opositor Aleksei Navalni, son poco transparentes por un motivo claro. Sus métodos son difíciles de explicar y de defender donde impera el estado de derecho y vige lo previsto en los tratados internacionales. Otra cuestión más peliaguda serán las consecuencias de sus actos y cómo afectará todo al complejo encaje de ambiciones e intereses de todos los bloques.