Sus penetrantes ojos verdes convirtieron a Sharbat Gula, conocida como la "niña afgana", en un icono de los refugiados hace casi 40 años, cuando el fotógrafo Steve McCurry inmortalizó su mirada en un campo de refugiados en la ciudad paquistaní de Peshawar en 1984 y la hizo portada de National Geographic un año después.
La pequeña había cruzado las fronteras afganas huyendo de la guerra entre la República Democrática de Afganistán, apoyada por los rusos, y los muyahidines, secundados por EE UU, en un conflicto considerado parte de la Guerra Fría entre ambas potencias, y que acabó con la vida de sus padres.
No volvió a saberse nada de ella hasta casi 20 años después, cuando McCurry y un equipo de periodistas de la misma revista hicieron todo lo posible por encontrarla de nuevo. Lo consiguieron en 2002: Gula vivía en las montañas junto a sus tres hijas. Un inspector forense del FBI se encargó de analizar su iris para comprobar que realmente se trataba de ella.
Había convertido Peshawar en su hogar: allí se casó con un panadero siendo aún una adolescente y había dado a luz a cuatro niñas, aunque una de ellas había fallecido. Regresó después a su Afganistán natal, aunque poco después volvió a Pakistán.
Más de 30 años después, en 2016, la imagen de Gula, con más de 40 años de edad, viuda, madre de cuatro niños y enferma de hepatitis C, volvió a copar las portadas, esta vez en una ficha policial en la que la afgana vestía de negro y con un burka marrón levantado para mostrar su cara.
Había sido detenida en Pakistán por obtener ilegalmente documentos de identidad paquistaníes para ella y sus hijos tras sobornar a tres funcionarios, delito por el que fue condenada por un tribunal a 15 días de cárcel y a la deportación a Afganistán.
Allí fue recibida por el presidente, Ashraf Ghani, que actualmente se encuentra en el exilio con su familia tras la irrupción de los talibanes. Ghani, acompañado de varios miembros del Gobierno, fue entonces quien le hizo entrega de las llaves de un piso en Kabul para que viviera con sus cuatro hijos, tres niñas y un niño.
El mandatario describió entonces a la exrefugiada como un "símbolo de esperanza, dolor y opresión" y destacó cómo de niña dio a conocer al mundo un Afganistán "cansado de la guerra". Además, dio orden de ayudarla con la educación de sus hijos y hacer un seguimiento de su estado de salud.