La ciudad ucraniana de Mariúpol, el principal puerto ucraniano a orilla del mar de Azov, se ha convertido en los últimos días en objetivo de un asedio que mantiene a la población aislada y sin apenas suministros básicos. Los pocos testimonios que llegan de la zona dan cuenta de un desastre humanitario de primer orden. El ataque a un hospital maternoinfantil el miércoles, que según las autoridades ucranianas dejó al menos tres muertos, ha puesto de nuevo en evidencia la nula protección que están recibiendo las infraestructuras civiles en el marco de un conflicto que terminó de estallar el 24 de febrero, con el inicio de la invasión rusa.
Kiev culpa directamente a las fuerzas rusas de este ataque, mientras que Moscú se desmarca asegurando que el hospital ya no funcionaba como tal, sino como una base de extremistas ucranianos. Médicos Sin Fronteras (MSF), con presencia en la zona, admite que aún es pronto para saber si era un ataque «dirigido» específicamente contra el hospital o fue un daño colateral. Sea como fuere, advierte: «En una ciudad en la que el sistema sanitario está al borde del colapso, privar a la gente de asistencia sanitaria es una violación de las leyes de la guerra».
La responsable de emergencias de MSF, Kate White, ha confirmado también daños en viviendas y otro hospitales durante los combates de los últimos días. La directora ejecutiva del Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF), Catherine Russell, se declara igualmente «horrorizada» por lo ocurrido y recuerda a todas las partes que tienen «obligaciones» que respetar, aunque estén inmersas en pleno conflicto. Por su parte, la directora de Save The Children para el este de Europa, Irina Saghoyan, critica que «un lugar al que la gente va en busca de ayuda se haya convertido en uno de absoluta destrucción. »¿Dónde van a ir las familias y los niños si ni siquiera los hospitales son seguros?«, se lamenta.
Mariúpol está considerada una conquista clave para los intereses militares de Rusia, en la medida en que le permitiría avanzar en sus esfuerzos de unir las zonas rebeldes del este de Ucrania con la península de Crimea. En los últimos días, ha habido varios intentos de establecer corredores humanitarios, pero no han estado exentos de contratiempos. El ministro de Exteriores ucraniano ha señalado que entre 300.000 y 400.000 personas seguirían siendo »rehenes« de las fuerzas rusas y sus aliados, ya sin suministros básicos ni comunicaciones. El presidente, Volodimir Zelenski, denunció esta semana la muerte por deshidratación de un niño, »quizás por primera vez desde la invasión nazi«. »Escuchadme, queridos aliados. Un niño ha muerto deshidratado. ¡En 2022!, afirmó el mandatario en sus redes sociales. Kiev ha puesto este caso como ejemplo de una crisis humanitaria que ha comprobado de primera mano Olexander, trabajador de MSF.
«En Mariúpol, ahora mismo no hay agua potable, nada, y no hay de dónde sacarla», cuenta en una grabación distribuida por la propia ONG. La gente sobrevive como puede, «buscando fuentes en los parques o recogiendo el agua de los tejados cuando la nieve se derrite». Además, alerta Olexander, los ciudadanos «no tienen forma de encontrar comida y tampoco pueden hacer un fuego para cocinar». «La situación para quienes tienen niños pequeños también es muy, muy mala, porque necesitan muchas más cosas, como productos de higiene, y no hay manera de encontrarlos en ningún sitio», añade. Las autoridades locales de Mariúpol denuncian que más de mil personas han muerto como consecuencia del asedio y los combates, una cifra imposible de verificar.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos cifra en 516 los fallecidos en todo el país, pero cita expresamente el desconocimiento de lo que está pasando en Mariúpol entre sus argumentos para avanzar que el dato real será «considerablemente mayor». La Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de Naciones Unidas apunta que «las necesidades siguen acumulándose (en Mariúpol, donde cientos de miles de personas llevan atrapadas más de diez días en condiciones extremas».