Los tártaros de Crimea, una minoría musulmana con lengua y cultura propias, llevan siglos lidiando con Rusia. Tras sufrir expulsiones y deportaciones a lo largo de la historia y ver ocupada su península en 2014, ahora dicen esperar a las tropas rusas en Ucrania con la lección aprendida. Se diferencian del resto de los ucranianos por sus facciones mezcla entre árabes y centroasiáticas, su lengua –que ahora escriben en letras romanas y antes en cirílico– y su religión, pero comparten con ellos un «odio» a los rusos relativamente nuevo para muchos habitantes del país.
Los tártaros se asentaron en Crimea en el siglo XV provenientes de Mongolia y cuando Catalina la Grande invadió la península en 1783, huyeron a Turquía. Regresaron y los soviéticos los deportaron a Siberia y Uzbequistán en 1944. De vuelta otra vez, sufrieron la ocupación rusa en 2014, que llevó a algunos al exilio por los abusos que, según dicen, se cometen contra ellos y que ha denunciado el Parlamento Europeo y la ONU. Su último censo data de 1996, cuando había en Crimea unos 250.000.
Esta cifra previsiblemente aumentó en los siguientes años y se redujo cuando en 2014 Rusia invadió esta península, una ocupación a la que Ucrania no se está resistiendo en las negociaciones de paz con Rusia.
El apunte
Una cervecera de Leópolis, al servicio de la causa ucraniana
La paralización de las actividades económicas en Ucrania ha llevado a una cervecera de Leópolis a reinventar sus funciones para ponerse al servicio de la guerra. Ahora fabrica cócteles molotov, lleva comida a los refugiados y vende camisetas para recaudar fondos.