La refugiada ucraniana Veronika Pershyna ha asegurado que cuando salió de Bucha el pasado 10 de marzo, hace casi un mes, «ya había muchísima gente muerta» en las calles de su ciudad, aunque «no tanto como ahora» cuando los rusos la abandonaron. Pershyna, de 27 años, llegó a Getxo (Bizkaia) el pasado 18 de marzo con su madre y reside con la familia del marido de una amiga de Bucha, donde su familia ha vivido desde hace tres generaciones. En declaraciones a EFE Televisión, la joven ucraniana, que ha dejado en su país a su padre y a su marido, ha señalado que ya «casi no hay nada en Bucha» y que su apartamento, la escuela que regentaba y las casas de sus padres y de sus abuelos han sido destruidos. «Yo no tengo niños pero estaba muy feliz y llegaron los rusos, mataron a la mitad de los ciudadanos, destruyeron las casas y todo lo que nosotros tuvimos y ahora no voy a decir que hay rusos buenos», ha manifestado.
En su opinión, «no hay rusos buenos y no queremos tener relación ni con nuestros 'conocidos' -ella dice en sus declaraciones en español 'relativos'- ni con nadie y queremos matar a cada persona que llegó a Ucrania (desde Rusia), porque cada ruso en mi país es un niño ucraniano muerto». Ha explicado que durante estas últimas semanas de ocupación rusa, sus amigos y familiares de Bucha solo le decían que «estaban vivos», ya que evitaban hablar por el móvil para no ser localizados por los rusos. «Ahora pueden hablar y dicen que la ciudad está destruida, con muchos vecinos muertos y cuerpos en la calle. Yo estoy lista (para aceptarlo) porque ya he visto todo eso, ahora todo el mundo se preocupa y quiere ayudar, es buenísmo de verdad, y muchas gracias por toda esa atención», ha afirmado.
Ha considerado que «lo bueno es que ahora no hay rusos en Bucha» pero ha advertido de que «están en otras ciudades y esas cosas terribles están pasando ahora en otras ciudades» ucranianas. Veronika Pershyna ha declarado que es necesario que «el mundo sepa que los rusos no solo matan, también torturan», «roban», «violan a chicas» y disparan a los coches de refugiados que huyen; así fue como murió «la abuela de una amiga», y evitan que la comida llegue a las ciudades ocupadas.