Volver a casa debiera ser siempre un camino plácido, cuesta abajo. Pero para la periodista ucraniana Anastasia Lapatina el regreso a su Irpín natal ha llegado colmado de lágrimas, de rabia y de impotencia. La joven reportera es una de las profesionales que se juegan la vida contando in situ y en directo el relato de la guerra que desató Vladímir Putin cuando el 24 de febrero mandó a sus soldados internarse en Ucrania, empezando así unas semanas de muerte y destrucción que aun hoy perduran.
Esa destrucción se cebó especialmente con Irpín. Los últimos que partieron de allí dijeron que mejor no describir con palabras aquello capturado por sus pupilas. Pero ese es precisamente el trabajo de los periodistas de modo que Lapatina decidió el pasado 10 de abril hacer lo que el corazón le pedía; no así la cabeza. «Volviendo a casa por primera vez desde que comenzó la guerra. Conduciendo hacia Irpín por la autopista por la que he viajado un millón de veces. Todo destruido. Tiendas, casas civiles, hospitales, todo» narró. Por delante quedaban dos días de extrema dureza.
De camino a su casa pasó por Borodyanka, la ciudad del cinturón de Kiev donde se ubica la 'avenida de los edificios partidos' y en la cual las autoridades ucranianas denuncian desmanes de todo tipo. Allí capturó la devastación de esos grandes bloques de apartamentos que ha visto todo el mundo, y captó una fotografía para su medio de comunicación, The Kyiv Independent, que explica en inglés las vicisitudes de los ucranianos y la guerra.
En la imagen se aprecia a «un lugareño, Serhiy Andriyovych, sobre las ruinas del edificio donde vivían sus hijos, en Borodyanka, en el Óblast de Kiev. Lo evacuaron el 1 de marzo, un día antes de que un ataque aéreo ruso destruyera el edificio». «Los rusos no trajeron nada más que puro sufrimiento aquí. Y lo pagarán» agrega ella.
Horas más tarde fotografío con su iPhone al «valiente Alfa», un pastor alemán que «vivió durante semanas bajo la ocupación rusa y cuidó a Raisa Stepanovna, de 64 años». Los usuarios celebraron el gesto con profusión, poco antes de conocer la parte más dura del viaje a casa de Anastasia Lapatina, justo cuando esta llegó a su barrio, se aproximó a la entrada de su domicilio y trató de acceder al espacio que una vez fue su hogar.
«Os prometo, chicos, que mis vecinos no eran nazis o Azov» dice la reportera ucraniana al comprobar de primera mano el estado del inmueble. Para tranquilizar a todo el mundo comenta que «los vecinos están con vida, no se encontraban en el lugar en el momento del ataque», incide la periodista, que además menciona a los Azov, el batallón formado en sus inicios por ultraderechistas y que Putin ha utilizado como pretexto para sostener la invasión.
Unas cuantas imágenes más dan cuenta de la fiereza de los bombardeos y de los combates en Irpín. En la cocina se aprecian restos de cristales en las ventanas atravesados por proyectiles o golpeados por metralla. Para Lapatina constituye «una suerte y un privilegio», ya que «los pisos de todos mis vecinos han desaparecido». Antes de marcharse la periodista ucraniana fotografía «la casa central de cultura de Irpín. O más bien lo que queda de ella». El patrimonio artístico y cultural no vale nada cuando las vidas humanas pasan a un segundo plano.