Una atmósfera de horror y miedo envuelve aún el pueblo en el este de Pakistán donde hace una semana unos familiares «mataron como animales» en un crimen de honor a dos hermanas paquistaníes residentes en Terrassa (Barcelona), después de que las jóvenes pidieran el divorcio de sus primos para rehacer sus vidas. La sangre de Aneesa Abbas, de veinte años, continúa en la habitación donde murió asesinada junto a su hermana Arooj Abbas, de 24 años. Le dispararon en el abdomen. Las dos pidieron ayuda durante más de una hora, pero los vecinos prefirieron no entrometerse.
Todo ocurrió a última hora de la tarde del pasado 20 de mayo en el pueblo de Nothia, en la provincia de Punjab. Media hora después del asesinato, acompañando a la Policía, uno de los vecinos entró en la habitación y sacó fotografías con su móvil, que mostró a Efe. En ellas la hermana menor yace en el suelo con una blusa azafrán encharcada en sangre, y el cadáver de Arooj, con camisa negra y pantalón blanco, se encuentra sobre un charpai (una especie de somier típico del sur de Asia), con sus piernas colgando hasta el suelo.
Las dos tienen moratones en el cuello tras ser estranguladas. El asesinato ocurrió en la casa de la familia política de Aneesa, donde residía su primo Atiq ur Rehman, con el que la casaron en contra de su voluntad en 2020. La vivienda está vacía y nadie se quiere acercar, como si estuviera maldita. En el patio, hambrientos, hay un perro atado, unos conejos, gallinas y hasta unos loros. En la casa contigua, separada solo por un muro, vivía la familia política de Arooj, a la que habían casado también en 2019 con un hijo de una tía paterna. Las dos jóvenes habían llegado al pueblo procedentes de España un día antes, y sus suegros les pedían que intercedieran para que sus hijos pudieran emigrar también a Europa.
En plena discusión, mientras las golpeaban para que no se divorciaran y llevaran a sus maridos con ellas a la ciudad catalana de Terrassa donde residían, Aneesa logró escapar, pero poco después la arrastraron de nuevo al interior. «Estaba en la calle y vi a Aneesa salir de su casa gritando, '¡Ayuda, ayuda!'», dijo a Efe Rehman Sohail, un vecino de 25 años. El joven se acercó, pero apareció Shehryar, el hermano de la chica, que la agarró por el pelo mientras con la otra mano sostenía una pistola. «Aléjate o te disparo, es un asunto familiar», le amenazó. Sohail explicó que el hermano «la arrastró a la casa sujetándola de los pies». Ahora se lamenta por no haber hecho nada. «La habría salvado si hubiera sabido que la iban a matar, nadie mata a los animales como ellos las mataron», añadió el joven.
En el pueblo de Nothia se alternan humildes viviendas con otras más opulentas construidas con las remesas enviadas por los emigrantes, sobre todo los asentados en Europa. Pero ahora, sin diferencia, todos están horrorizados por lo sucedido, como si una sombra lo cubriera todo, aseguró a Efe un anciano del lugar. «Nuestros antepasados dicen que nadie había sido asesinado aquí antes», afirmó el hombre, que prefirió mantener el anonimato. «Esto nos perseguirá para siempre, nadie durmió aquella noche», agregó. Muchos vecinos escucharon los gritos de las jóvenes, pero nadie quiso entrometerse para no desencadenar enemistades entre familias, explicó el anciano.
Tampoco participaron familiares en el funeral, por lo que un colectivo de jóvenes está planeando celebrar un «Qul Khawani», una práctica islámica en la que se recita el Corán para solicitar el perdón de las almas que partieron. Por ahora solo un manto de pétalos rosas cubre sus tumbas de tierra. En el pueblo son varias las versiones sobre qué llevó a las dos hermanas a viajar a Pakistán desde España. El anciano asegura que el hermano de las jóvenes les dijo que se iba a casar, por lo que iban a asistir a la boda. Otro vecino dijo que las engañaron contándoles que su madre estaba enferma y necesitaba verlas. Pero lo que todos saben es que las habían casado en contra de su voluntad y querían divorciarse, mientras la familia intentaba que mediasen por los maridos para poder obtener un visado para viajar a España. Rechazar a los esposos que había elegido la familia fue considerado un ataque al «honor», dicen.
«Sus suegros también objetaban cómo habían empezado a vestirse después de mudarse a España», afirmó el anciano. Los conocidos como crímenes de honor son habituales en el Sur de Asia y suelen implicar a varones de una familia que vengan lo que consideran una afrenta que contraviene la conservadora moral familiar de las sociedades locales. Según datos de la ONG Comisión de Derechos Humanos de Pakistán (HRCP), solo el año pasado se registraron 478 crímenes de honor en el país. Entre 2004 y 2018 esa cifra ascendió a 17.628 casos, si bien se cree que el número real podría ser mucho mayor debido a la falta de denuncias, sobre todo al tratarse de familiares. El Gobierno paquistaní aprobó en 2016 una ley que prohíbe el perdón de los familiares de las víctimas en este tipo de delitos, un agujero legal con el que muchos hombres quedaban libres tras matar a una mujer, en general una hermana o una esposa.
La Policía detuvo el pasado domingo a seis familiares sospechosos del asesinato, entre ellos al tío Muhammed Hanif, y al hermano de éstas, Shehryar Abbas, que confesaron que las asesinaron por honor. El Estado paquistaní es parte en el caso. «La familia no puede perdonarlos en este caso porque no son denunciantes», aseguró a Efe Sheraz Haider, jefe de la comisaría local de Guliana, donde permanecen entre rejas los acusados. Algunos vecinos denunciaron sin embargo que hay un partido político que está protegiendo a los acusados, por lo que la Policía no investiga como debe y en la prisión los tratan como «huéspedes». «Hago un llamamiento a España y al Gobierno de Pakistán para que se aseguren de que se haga justicia, ya que nadie de la familia de las chicas está prestando atención al caso», aseguró a Efe uno de los lugareños, que pidió el anonimato. Los presos se veían muy confiados y tranquilos. Uno de los acusados rezaba y otro recitaba el Corán. Entonces llegó uno de sus familiares con comida casera y refrescos. «Están en la cárcel como si estuvieran de pícnic», lamentó un vecino.