Las elecciones en Estados Unidos siempre tienen su gracia, incluso aquellas de medio mandato que no definirán al próximo inquilino de la Casa Blanca. O tal vez sí. Podemos estar viviendo, sin ser del todo conscientes, una especie de primera vuelta anticipada de las presidenciales de 2024. Hace un tiempo que la política estadounidense pivota sobre un polo que genera prácticamente los mismos amores que arcadas. Donald Trump aun no ha abierto en público el melón de su posible regreso como candidato republicano a las presidenciales, y de hecho ha aprovechado la coyuntura para seguir generando expectación sobre su eventual condición de presidenciable. El resultante hype, que dicen los estadounidenses, puede ser un indicativo de por dónde van los tiros. Y es que el magnate neoyorquino, a la vez que expresidente de Estados Unidos, va a anunciar algo muy importante el próximo 15 de noviembre.
Aun queda tiempo para entonces, tiempo para medir los apoyos de cada cual, unos apoyos comprometidos en casi todos los casos, a la vista de lo que están deparando los comicios de medio mandato. Con un escrutinio muy ajustado, los republicanos quedan a las puertas de ganar por escaso margen la Cámara de Representantes, aunque el Senado parece alejarse de su influencia. Además, el rechazo de la mayoría de votantes de Kentucky a las posiciones republicanas con respecto al aborto constituyen un auténtico aviso a navegantes de estos midterms.
La campaña casi permanente de Trump sembrando dudas sobre la elección y el recuento parece no haberse salido de madre, y a pesar de algunos problemas puntuales en puntos de votación concretos, o cupos reducidos de votos por correo discutidos, la ciudadanía estadounidense ha votado con una normalidad que altera Georgia, donde la paridad en la elección del senador correspondiente abocarán a una segunda votación.
Algunos analistas y fuentes especializadas vislumbran un relativo debilitamiento de la estrategia de Trump para regresar a la Casa Blanca, a pesar de que no pueda decirse que los demócratas gozan de buena salud bajo el liderazgo de Joe Biden. A ambos les conviene no fiarse. La irrupción de Ron DeSantis ha sorprendido a algunos, aunque su voz hace tiempo que resuena con fuerza en la política estadounidense. Es el mismo que desde Florida (no es del todo casual que Trump fijara allí su residencia, concretamente en su mansión de Mar-a-Lago) dijo que Cuba es «una dictadura pérdida», una apreciación que anticipa sus intenciones en caso de alcanzar cotas más elevadas de poder.
Como muestran sus palabras, Ron DeSantis ha sido un fiel defensor de las tesis trumpistas. Pero no solo se quedó en las palabras. Su estrategia contra la covid al mando de la administración de Florida seguía la estela de Trump, y de esos otros líderes mundiales como Jair Bolsonaro, que cuestionaron a la ciencia ante una enfermedad desconocida por todos. Qué sucederá si dentro mismo del Partido Republicano DeSantis es visto como un candidato más fiable para conquistar de nuevo el poder que su propio mentor. Su contundente victoria en Florida constituye la mejor carta de presentación para quién puede convertirse en el próximo presidente de los Estados Unidos.