Una noción inicial que conviene tener presente sobre el actual contexto bélico que atenaza a Oriente Medio es que la guerra en Líbano no empezó esta semana. Ni siquiera tras el 7 de octubre de 2023, cuando arrancó la ofensiva de Israel en la Franja de Gaza a la caza de Hamás. La expresión que transcurre frente a nosotros se enclava en hechos de calado que nos remontan a décadas pasadas. Lo mismo que el conflicto entre Israel e Irán. Muchas veces soterrado, nunca apareció tan claramente frente a nuestros ojos como la noche en la que Teherán lanzó dos cientos misiles balísticos contra suelo israelí.
El bombardeo del pasado martes impactó en algunas instalaciones militares y de algún modo también en la conciencia colectiva israelí. Fue el segundo ataque con misiles iraní contra Israel, desde que el pasado mes de abril Teherán lanzara otra serie de bombardeos de misiles y drones como represalia al ataque a su consulado en la capital siria, Damasco. Israel ha garantizado una respuesta, a lo que Irán ha respondido a su vez anunciando una réplica aun más poderosa.
Lo cierto es que Irán lleva un tiempo bastante activo en su faceta exterior. Existe el mencionado precedente de abril, pero lo de esta semana fue diferente a la vista de los hechos. El ataque de Irán, según la propia retórica del régimen islámico, vino a responder la muerte a manos del ejército israelí de Hasán Nasralá, el líder de Hezbolá en Líbano y un personaje relativamente relevante en la región. Muestra de ello son los rezos que en Teherán ha dirigido el propio líder de la revolución, el ayatolá Alí Jamenei, para homenajear al difunto y revestir de legitimidad sus actos en clave internacional.
En las últimas jornadas el ejército israelí ha lanzado decenas de bombardeos contra objetivos de la milicia chií en la capital libanesa, Beirut. Las bombas no solo cayeron en los suburbios clásicamente identificados con Hezbolá y directamente controlados por sus hombres; también su centro histórico ha sido atacado causando al menos una veintena de muertos. Algunas fuentes reseñan el uso de bombas de fósforo, prohibido en áreas de población civil por su impacto tanto físico como psicológico. Los enfrentamientos más severos se han librado cerca de la frontera, y el ejército libanés también se ha unido a las operaciones con su escaso peso específico. Hezbolá dice haber neutralizado a cerca de una veintena de soldados israelíes en pocos días e Israel trata de proseguir su avance terrestre, ordenando evacuar poblaciones del sur de Líbano hasta el norte del río Awali.
Ello traslada la pretendida ‘zona de seguridad’ de Israel más de 50 kilómetros más allá de la frontera reconocida internacionalmente, y mucho más al norte del río Litani, a 30 kilómetros del límite territorial y el hito que marca la zona desmilitarizada designada por la ONU tras la guerra de 2006 entre Israel y Hezbolá, donde no debe haber presencia armada más que de las autoridades libanesas y de la misión de Naciones Unidas en el país (UNIFIL), contingente que incluye a militares españoles y que últimamente y por motivos de seguridad ha tenido que refugiarse mucho tiempo en los búnkeres.
Por si fuera poco el golpe al más alto nivel a Hezbolá en Líbano coincide con una fase avanzada de la incursión de las tropas de Israel en Gaza. Hay quien ve en la panorámica al completo una suerte de huida hacia adelante del primer ministro Benjamín Netanyahu, al llevar la máxima intensidad de los combates al norte. Y lo que es más reseñable: más allá de sus fronteras, dentro mismo de un Estado extranjero. Otras voces indican que la reputación de ‘Bibi’ en clave interna ha mejorado bastante en las últimas semanas, a pesar de que no se han acallado las voces de familiares de rehenes en manos de Hamás, que siguen reclamando un alto el fuego que los acerque a sus hogares.
¿Qué explica la forma de proceder del jefe del gobierno judío en los últimos tiempos? Quizás sea quien mejor encarne el paradigma de halcón. Por si fuera poco Estados Unidos le ampara sin resquicios, y la actual administración de Joe Biden asume que siempre estarán del lado de Tel Aviv, pase lo que pase en las elecciones presidenciales de noviembre. Mientras tanto, Rusia ha expresado apoyo explícito a Irán, socio no solo comercial sino también estratégico –recordemos las hordas de drones kamikaze Shahed de factura iraní con que Moscú inunda cada noche los cielos de Ucrania–, y también señala que la vía israelí solo conduce a una escalada que puede alcanzar potencias nucleares.
Históricamente Israel ha mostrado poco respeto hacia determinadas resoluciones internacionales, en temas como la expansión territorial de los colonos o el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos árabes, incluso cuando estas han emanado de Naciones Unidas. Existe un consenso amplio sobre el hecho que el estado hebreo incumple de forma sistemática las normas del derecho internacional desde hace cerca de un año, cuando emprendió la guerra total contra Hamás en la Franja de Gaza. Miles de palestinos muertos después, muchos miles de ellos mujeres y niños inocentes, según atestiguan los corresponsales, y la ofensiva sobre Gaza no muestra visos de detenerse.
La apuesta por la ‘ley del más fuerte’, la decisión hacia la vía unilateral mientras otros actores reclaman diálogo y multilateralismo, ha sido posible por la cobertura casi unívoca que Estados Unidos ha brindado al gobierno de Netanyahu. Oriente Medio no es cualquier cosa para Washington e Israel constituye su principal baza en la zona. Quizás la única. Esta es de hecho la única región en la cual sistemáticamente los planes occidentales han sufrido severos varapalos. Así ocurrió en décadas precedentes en escenarios tan dispares como Afganistán, Irak, Yemen, Siria o el propio Líbano.
Solo cabe esperar acontecimientos, sumidos como estamos en el periodo preelectoral en Estados Unidos. Un tiempo peligroso en el cual los escenarios se precipitan y todo se calcula en términos de ganancia o pérdida de apoyos. Si algo no se negocia, aparentemente, es el bando en la contienda global. Poco parece importar que la cifra de muertos siga ‘in crescendo’ en Gaza o Beirut. Las costuras de la arquitectura de la comunidad internacional se resquebrajan y su credibilidad se hunde tan aprisa como crece la funesta estadística. Es el tiempo de los liderazgos en entredicho. El tiempo de apoyar a Kiev sin reservas y desatender a los civiles de zonas ‘calientes’, sometidas a luchas de largo tiempo, llámense el Sáhara, Palestina o Sudán. Qué dirá al respecto el llamado Sur global, mientras la influencia de Europa no hace más que menguar.