El Papa, Benedicto XVI, dio ayer por clausurado el VII Encuentro Mundial de las Familias, que se ha celebrado durante todo el fin de semana en Milán, que según el Pontífice ha resultado "una gran experiencia eclesial". En el mismo, señaló que no existen "recetas simples" para los divorciados y vueltos a casar, que suponen "uno de los grandes sufrimientos de la Iglesia".
En el VII Encuentro, el Pontífice aprovechó la oportunidad para pronunciar un discurso en el que se reafirmó en su idea de "familia" basándose en el concepto de Santísima Trinidad. "Padre, hijo y Espíritu Santo".
El deber del cristiano, según el Papa, debe ser el de "la familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al igual que la Iglesia a ser la Imagen del Dios único en Tres Personas". "Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero con características propias y complementarias", sostuvo.
Benedicto XVI escuchó los testimonios de varias familias, procedentes de lugares tan distintos como lo son Grecia, Madagascar o Brasil. En ese ambiente familiar y distendido, el Papa dirigió sus palabras, sin discurso alguno, eludiendo a cómo vivió junto a su familia en su niñez las jornadas de domingo, declarando que "cuando pienso en el paraíso, pienso que será volver a casa con la alegría de mi niñez en familia".
En contraposición a la figura de una 'familia unida', el Pontífice resaltó el "sufrimiento grande" de la Iglesia por las parejas divorciadas y vueltas a casar. Para Benedicto XVI es muy importante "la prevención", así como "profundizar desde el inicio del enamoramiento en una decisión profunda, madura, también el acompañamiento durante el matrimonio, de modo que las familias nunca estén solas y sean realmente acompañadas en su camino".
Quiso recalcar que "la Iglesia les ama, pero ellos deben ver y sentir este amor", para lo cual cree imprescindible la acción de las parroquias y comunidades católicas. Benedicto XVI señaló que las parejas divorciadas no están fuera de la Iglesia, a pesar de no poder confesar, así como recibir la eucaristía.