Los geógrafos baleares presentes en las pasadas semanas en el XXVII Congreso de la Asociación Española de Geografía que se ha celebrado en el Campus de Guajara de la Universidad de La Laguna, en Tenerife, han tenido ocasión de compartir debates y encuentros con algunos de los científicos que han pasado los últimos meses pendientes día y noche de la evolución de la lava de las coladas del volcán de La Palma. Ahora que el volcán de Cumbre Vieja parece haberse dormido de nuevo empieza el tiempo de la recuperación.
Así lo radiografía Jaime Díaz, geógrafo de la Universidad de La Laguna y uno de los científicos que forman parte de la Cátedra de Reducción del Riesgo de Desastres de la universidad tinerfeña, una de las voces autorizadas para descubrir cómo será la Isla de la Palma después del volcán. «En estos momentos se inicia la recuperación a través de la planificación. Las medidas no serán de un día para otro aunque se quiere que sean ágiles, contando con los agentes presentes en el territorio. Hay conciencia de trabajar con las personas de La Palma».
Aunque el contexto es distinto ha servido de inspiración para preparar la recuperación de La Palma la experiencia atesorada en la erupción en 2014 del volcán de la Isla de Fogo (Cabo Verde). «Probablemente se confíe en la experiencia de las personas que trabajaron en esa catástrofe natural para llevar a cabo las intervenciones y ordenar la vuelta en los términos que prevé Naciones Unidas para casuísticas como esta. Lo primero de todo es confeccionar un plan para evaluar las necesidades de recuperación. Se comenzará por evaluar los efectos del volcán, en términos de infraestructuras destruidas. Muchos daños ya se han evaluado sobre la marcha. Luego viene la estimación de daños, el impacto económico que genera que una carretera deje de estar operativa, por ejemplo, que lógicamente es mucho mayor que el coste en sí de rehacer esa carretera. Se estructura por sectores económicos y se identifican las necesidades. En La Laguna contamos con un grupo de expertos interdisciplinar llamado Idea fuerza que busca aportar conocimiento en estas materias».
Como ellos, Díaz aportará su visión en el nuevo plan para la futura La Palma en lo suyo, que es la evaluación de riesgos. «Después de lo que hemos vivido cambia todo. La susceptibilidad volcánica no es la misma, el riesgo de inundaciones cambia también y muchas otras cosas. Debemos analizar muy bien los lugares donde se van a reubicar las actividades económicas para cumplir en la medida de lo posible la premisa de ‘reconstruir no, mejor recuperarse'. No decimos que no se vaya a ocupar espacio de lava, allí antes del campo de lava había un espacio natural protegido, que supuestamente lo seguirá siendo», añade el experto, indicando que así empieza el tiempo de «explorar posibilidades de ocupar el nuevo paisaje volcánico en términos patrimoniales. Ver si protegemos el cono o tal o cual colada, decidir qué lugar proteger y dónde no tocar nada».
Son decisiones fundamentales para una Isla cuya fisonomía no ha cambiado tanto en décadas y desde 1950 apenas ha sumado unos miles de personas a su población total, que según Eurostat rozó las 85.000 personas en 2019. «La migración como fenómeno era un temor extendido que había en caso de haber continuado la erupción por mucho más tiempo. Si ha terminado no creo que exista tanto peligro. La reactivación económica que también se va a generar tal vez sea suficiente para compensar lo perdido. Hay que tener en cuenta la demografía histórica de La Palma. Sí han crecido núcleos concretos, aunque creo que no habrá grandes cambios demográficos».
Para abordar la vertiente económica dentro del grupo de expertos que trabaja en la nueva La Palma encontramos a Francisco García, profesor de la Facultad de Economía, Empresa y Turismo de La Laguna, quien reconoce que queda mucho camino por hacer y sin embargo es optimista. «La Palma es muy intensa. Esperemos aprovechar esta oportunidad para redefinir el futuro de la Isla, para hacer un turismo y una agricultura que generen valor y sean más sostenibles y respetuosos con el medio ambiente, el paisaje y la idiosincrasia palmeros». Según el economista La Palma puede salir fortalecida de la traumática experiencia del volcán a medio plazo. «Van a llegar recursos para ello», y por encima de todo cuentan con miles de palmeros con ansias de recobrar una cierta normalidad.
García hace hincapié en las tremendas consecuencias económicas del volcán para La Palma, que ha entrado en escena cuando todavía se perciben muy bien los efectos de la pandemia de coronavirus en las economías nacionales y locales. «El PIB anual de La Palma asciende a 1.500 millones de euros y las pérdidas a 1.000 millones, esto es dos terceras partes de toda la riqueza de la Isla. Es como si todo el mundo hubiera estado sin trabajar durante ocho meses del año, sin servir ni un café. Pese a lo que a veces se dice, la agricultura supone 'solo' un 5 % de la actividad productiva de La Palma, básicamente plátano, aguacate y piña. Eso es el doble que la media canaria. No es que la agricultura no sea importante, precisamente su importancia viene ligada a valores de mantenimiento del paisaje y la cultura», en definitiva de la forma de ser propia y única de La Palma.
El turismo, incluida su rama vacacional, cuenta con 15.000 plazas. De ellas una tercera parte corresponden a alquiler turístico, un fenómeno que incluso ha experimentado un ligero repunte desde los tiempos de la erupción. Especialmente se ha tratado de estancias cortas para vivir ‘in situ' la experiencia única de un volcán en plena erupción. «Aunque parte de ese parque inmobiliario esté bajo la lava las viviendas se pueden volver a construir; el campo volver a cultivar», remarca el profesor.
Este optimismo, necesario y positivo para encarar una fase llena de dificultades e incertidumbres, es incluso más valioso a medida que uno se acerca a la ‘zona cero' del volcán de La Palma, donde las imágenes son de pura devastación. Por allí donde ha corrido la lava no queda nada, tan solo un desierto gris. Un manto de ceniza de dimensiones variables lo cubre todo. Los árboles hace tiempo que perdieron sus hojas y con ellos su vida. Muchos están desconchados y cuesta creer que, una vez pase el tiempo suficiente, la propia naturaleza volverá a ganar terreno en el Valle de Aridane, en La Palma. Lo hará, también, con el impulso de los palmeros, un pueblo «intenso» al que un volcán le robó la tranquilidad pero no la vida ni la alegría.