Entusiasmo y contando los días para «volver a la normalidad». Así ha recibido por lo general la sociedad el anuncio del Gobierno de la retirada de la mascarilla obligatoria en interiores a partir del 20 de abril. «Me parece perfecto. Por mí la podrían quitar mañana mismo», comenta Carlota Marcos, vecina de Palma, al enterarse de la noticia del día. Un anuncio que ha sido acogido con elogios y buenas palabras entre los ciudadanos, al contrario que la mayoría de decisiones en el marco de la pandemia. La medida se enmarca en el proceso de «gripalización» de la COVID que ha iniciado España, en un intento por volver a la normalidad de forma escalonada. Una sensación que se nota en la calle: muchos ya han pasado la enfermedad y se sienten protegidos. Incluso algunos dicen haberle perdido el miedo: «Yo ya lo he tenido y conozco a varias personas de mi alrededor que también, y lo hemos pasado como una gripe normal», declara Sandra Muñoz, palmesana de 29 años.
Hay ganas en la calle de olvidar la mascarilla en casa y no estar poniéndosela y quitándosela al entrar en tiendas o locales. Paula Mateos plantea que la gente ya no se la pone en los gimnasios ni en el interior de los bares y restaurantes, por lo que ve normal este paso en la gestión del virus. «Me sentiré segura, con precaución, pero segura. Después de dos años, creo que ya nos hemos quitado un poco el miedo a la COVID». Eso sí, pese a las ganas por quitársela, muchos reconocen que cierta vergüenza al volver a trabajar a cara descubierta: «Quizá ni me conocen», bromea Mateos. Sin embargo, parece que el deseo por volver a respirar sin tapabocas puede a los reparos: «En el trabajo ya me resulta insoportable», dice Belén Ferrer.
Incertidumbre y miedo a una séptima ola
Para otros, sin embargo, llevar la mascarilla les da cierta seguridad y temen que la medida, aunque esperada, se tome con demasiada antelación. «Estoy con un poco de incertidumbre. Por un lado, se acerca Semana Santa y vendrán más turistas. En Alemania los casos están subiendo, en Inglaterra también...», plantea Maite Sedano. «Además, ahora dicen que hay una nueva variante silenciosa. Lo que no me gustaría sería que empiecen otra vez con el juego de poner y quitar restricciones». Sedano teme que la decisión de retirar la obligatoriedad de la mascarilla tenga un trasfondo electoralista y económico (para fomentar el turismo) y no tanto científico. «Si toman esta medida, que estén seguros y sea ya definitiva», reclama.
Quienes se han mostrado un poco reticentes han sido los más mayores o las personas con patologías previas, más propensas a padecer la enfermedad con mayor severidad. Toti Obrador, palmesana de 72 años, seguirá llevando la mascarilla. Critica que «es demasiado pronto para quitársela» y la pone en valor: cuenta que ella, además de mayor, es alérgica y lleva más de un año sin sufrir ningún tipo de catarro o reacción. Precisamente, para proteger a este grupo poblacional, la mascarilla seguirá siendo obligatoria en centros hospitalarios y residencias de la tercera edad. Aunque a Xisco Sacristán, sanitario de un centro de Osteopatía y Fisioterapia de Palma, también le preocupa que las aglomeraciones desemboquen en una nueva ola. «Los casos ya están subiendo. Lo estamos viendo en el hospital». Para no contagiar a sus pacientes, Sacristán la seguirá llevando en interiores, también en su vida privada. Cabrá esperar para comprobar cómo reacciona la sociedad al volver a vernos la sonrisa, también en el trabajo.