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Alberto García-Alix, fotógrafo: «En el retrato hay un deseo de desnudar el alma; el selfi es hedonismo banal»

El reputado retratista español reflexiona sobre inteligencia artificial, saturación de imágenes, pérdida de intimidad, tatuajes y Palestina

Un autorretrato analógico de Alberto García-Alix cedido por el autor

| Palma |

Si nunca has visto una fotografía de Alberto García-Alix (León, 1956) te recomiendo dejar de leer, entrar en su página web, y echar un vistazo sin prisa a algunas de sus instantáneas. El retratista español por excelencia, como se le ha definido por su multipremiada trayectoria, es fiel a la fotografía analógica en blanco y negro. «Me enganchó la magia del laboratorio, donde se forma una imagen de algo que has visto en el pasado», confiesa, pero lamenta que la actual sobresaturación visual insensibilice la mirada de la mayoría. «Ahora se busca que simplemente te vean», afirma sobre cómo ha cambiado la motivación para captar una realidad cada vez más oscura: «Levantarme y ver lo de Gaza me convulsiona, me duele. No entiendo que se permita y no se haga nada». La pérdida de la intimidad, que incluso se regala por banales 'me gusta', es otro de los profundos temas que aborda en esta conversación justo cuando la editorial Cabeza de Chorlito publica La ausencia como estímulo.

Te he oído confesar que no te sientes a gusto con las entrevistas en prensa escrita porque quedas a merced del periodista. ¿Han deformado mucho quien eres y lo que haces?
Lo que no me gusta es que se tergiversen mis palabras y que no se refleje mi opinión completa de la cosas; a veces han recortado tanto que lo dicho llega a quedar como una afirmación estúpida. También detesto que me utilicen; he tenido varios disgustos.

Decía Salvador Pániker que todo entrevistado acaba reducido a los límites mentales de su entrevistador. ¿Pasa algo parecido con la fotografía?
Diría que si, y es lógico porque es subjetiva. Veo razonable que haya límites, pero eso no quiere decir que se reduzca nada. La subjetividad engrandece aunque limite porque es lo propio de cada uno que sale hacia fuera. No es negativo. El creador debe de ser fiel a su sentimiento.

La Inteligencia Artificial, en cambio, carece de subjetividad.
Exactamente, le falta algo propio, que es lo que aportamos los humanos. Todavía no llega tan lejos, pero sus desarrolladores ya buscarán cómo darle algo que se le parezca. Me encargaron preparar una conferencia visual acompañada de un texto y usé la IA, pero no me sirvió. Iba sobre la ausencia y salió un texto corto que, al leerlo, me dejó impresionado. Quedó como si lo hubiera escrito un profesor de universidad, perfecto, pero sin subjetividad. Y precisamente esa ausencia todos la sentimos. Ganamos a la IA porque aportamos subjetividad, emocionalidad.

El problema es que al público mayoritario quizás ya no le importe eso. Se prefiere la mentira, como pasa con los discursos políticos que transforman a su antojo la realidad.
Lo que le importe al público me importa poco. La verdad es constantemente deformada por intereses de todo tipo. Vivimos tiempos oscuros y vivo sorprendido con lo que pasa en Palestina. No se puede permitir todo. Es terrible. Los valores en los que creíamos en Europa se han perdido y es muy desalentador. Levantarme y ver lo de Gaza me convulsiona, me duele. No entiendo que se permita y no se haga nada. Me odio a mí mismo por ello. Ya no se admite la protesta. Cuando era joven la agitación, la convulsión, estar en contra del sistema para mejorar el mundo, era patrimonio nuestro, de los jóvenes, un deseo de progreso. Ahora ni se permite. Lo vemos en Reino Unido, en Alemania y lo veremos aquí. Vamos callando. Es como entrar en el siglo de la infamia. Es una injusticia. El individualismo atroz nos ha hecho un daño brutal. Frente a todo lo que pasa, la protesta que hay es muy pequeña. De joven veíamos la guerra de Vietnam, pero ahora es peor. No se me borra de la mente la imagen de un padre y su hijo desnutrido en Gaza, un esqueleto. Hiere el alma. No puede ser que estemos callados ante esta barbarie.

[La conversación se produjo semanas antes de las protestas y decisiones políticas de múltiples países a favor de la causa palestina, que si bien no han frenado el genocidio en Gaza, han activado una respuesta ante lo denunciado por el entrevistado]

¿Qué te motivó mirar a través del objetivo en tus inicios?
La curiosidad. Y eso todavía me mantiene atado a la cámara. Al principio, cuando empiezas, no sientes. La evolución vital alimenta la manera de ver las cosas. Una manera de ser es una manera de ver. Me dediqué a esto para inventar mi propio mundo, pero muchas veces he pensado en cómo usar la fotografía como lucha frente a todo esto.

¿Y qué te mantiene fiel a la analógica?
Alguna vez me entran dudas. La analógica está muerta y mi móvil hace mejores fotos. Mi manera de entender la foto está obsoleta, pero no me importa. No deja de ser un mundo donde inventarme. Es mi propia emocionalidad la que alimenta esa imagen, pero como técnica está muerta. Los carretes que se venden ahora ya no tiene la misma calidad que hace 25 años. No captan igual que antes y ya no hay una industria fuerte. Si se te rompe una pieza es muy difícil encontrar otra y tienes que ir al mercado de segunda mano.

¿Desaparecerá por completo?
No, pero ha dejado de tener una función. Somos muy pocos los que quedamos haciendo fotografía analógica, que es la que incluye todo el proceso.

Lo que poco abunda es más valorado.
No lo creo (ríe). Tendría que haber otra educación para valorar esta técnica. Entiendo que otros decidan hacer fotografía en digital. No implica que sea malo, pero yo me eduqué así, en blanco negro, y sigo siendo fiel.

¿Por qué no empleas color?
Empecé usándolo, pero al profesionalizarme me quedé con el blanco y negro. Me enganchó la magia del laboratorio. En la oscuridad bajo luz roja, con el papel y el ampliador, se forma una imagen de algo que has visto en el pasado. Increíble. Ahora nadie se sorprende porque hay una sobresaturación de la imagen.

Sacamos más fotos que nunca en la historia, pero son puro polvo digital que puede desintegrarse en un instante.
Es así. Los negativos permanecen, pero muchas veces me pregunto qué pasará con mi obra. No dejan de ser parte de nuestra historia. Se me ha etiquetado como fotógrafo de la Movida, pero soy inocente. A toro pasado ya hubiera querido aprovechar esos tiempos como documentalista. Es verdad que retraté a mucha gente de la época, pero jamás tuve la conciencia de retratar o documentar nada. Se miente cuando dicen que fotografié la Movida. Fui actor de aquellos tiempos porque me tocó vivirlos y fotografiaba el entorno. Hay que tener conciencia para hacer las cosas, y entonces no la tenía. Fotografiaba por el placer de poseer mi mundo. Ahora lo hago de otra manera más expresiva y abstracta. Todos evolucionamos.

¿La resistencia pasa por desertar de la tiranía de la imagen narcisista que nos abduce y nos mantiene adictos a las redes?
La imagen puede ser un cauce de lucha porque nos sensibiliza. También puede ser una vía de resistencia. Aunque ahora solo haya hedonismo que alimenta todo eso. Los selfis, por lo general, son pura banalidad.

Incluso los momentos más íntimos de nuestras vidas, como ese gesto que solo te muestra tu pareja, ahora se comparten con extraños. ¿No es terrible?
Es insoportable y da miedo. Los de mi generación entendimos la fotografía con otra intencionalidad: entonces buscaba retratar, mientras que el selfi no tiene esa voluntad. Ahora se busca que simplemente te vean. Yo también me he hecho selfis, no escapo a esa tiranía que tanto odio. En el selfi hay hedonismo banal, mientras que el retrato quiere atrapar, retratar. Aspira a descubrir algo en ti. Hay un deseo de desnudar el alma del retratado. En el selfi no se da.

En alguna parte oí decir que los fotógrafos sois «conservacionistas de la vida». ¿Por qué desde la Prehistoria ansiamos captar y plasmar la realidad?
La imagen atrapa, congela y da permanencia a la presencia. Siempre ha habido esa búsqueda y la creación subjetiva que implica, la creación, se encuentra en todas las épocas. El arte siempre deja testimonio de su presencia, es un espejo donde mirarnos. El creador quiere dejar impronta de su creación. El arte siempre busca permanecer. Creo que en el mundo en el que nos adentramos puede sobrevivir. Siempre existirá la personalidad del creador y su obra, lo que transmite, lo que significa.

Sin embargo, hoy se vive muy poco el presente. ¿Qué relación tienes con el tiempo?
Tengo un mayor vínculo con el pasado porque una vez que apretamos y disparamos, la imagen ya no es presente, se vuelve pasado. Aun así, soy una persona poco nostálgica, que no piensa nunca en el pasado. No me interesa. Siempre estoy flotando en mi pecera presente.

Tu obra se caracteriza por ambientes urbanos y las personas que los habitan. Sueles viajar por Baleares, donde hay mucho paisaje natural. ¿Con la edad tiendes a alejarte de fotografiar la ciudad?
Llevo yendo a Baleares toda mi vida. Desde 1988 voy a Formentera porque mi familia tenía casa en Ibiza, donde iba a pasármelo bien. No me interesaba la vida tranquila y relajada. Iba por la fiesta. Siempre que viajo voy con la cámara y la saco. En 2012 hice una exposición en Palma sobre mis fotos en las Islas y había poca naturaleza, pero sí muchas personas con las que he compartido momentos. El paisaje puede ser un retrato autorreferencial hacia el interior. El encuentro con otros seres humanos. Durante mi vida han muerto decenas de personas que conocía. Todo ese mundo va desapareciendo y ya estamos en otro. Es ley de vida.

¿Temes a la muerte?
¡Claro que la temo! Es algo que la fotografía me recuerda constantemente. Cuando pienso en los años ochenta veo que la mayoría de las personas que conocía ya no están. Una colección de retratos es una colección de futuros cadáveres.

Has retratado algunos muertos.
Una vez fotografié a una mujer asesinada por un hombre que le asestó 18 puñaladas. Hice la foto pensando que con el retrato de esa pobre mujer en una morgue, de la que nadie sabrá nunca quién fue, tomaba constancia de su presencia en vida. También era una denuncia contra la violencia masculina, que es enfermiza. La palabra se queda corta. Ese tipo de fotografía logra una conexión. Pongo presencia a través de la persona que sufre. Observo el horror, hasta donde más duele. Pero tampoco es algo que haya explorado mucho, no te creas.

Los tatuajes, junto a tu interés por las motos, son una de las características más llamativas de tu persona.
La primera vez que me tatué fue en el 79. Entonces no existía el tatuaje en España y estaba poco extendido en Europa. El siguiente ya fue en el 84. Ahora ha perdido mucho significado porque ha pasado a ser un elemento decorativo corporal. Hoy es raro encontrar a alguien que no tenga alguno.

¿Ahora lo sobrio es más rebelde?
Posiblemente. La historia es pendular y estamos en manos del enemigo. En el tatuaje está escrito mi tiempo, el momento en el que me lo hice. Y eso siempre me gustó porque pertenece a nuestro más profundo desorden. Lo cual está muy bien. El tatuaje psicomatiza. De alguno, en cambio, sí que me arrepiento. Creía tanto en mis acerca del tatuaje que puse la primera tienda de Madrid. Incluso publicábamos la revista El canto de la tripulación. Después de veinte años sin hacerme nada, me tatué uno, hará unos cinco años. Una calavera en la que pone C'est la vie. Una metáfora para entender el camino recorrido. El tatuaje me ha servido para dialogar conmigo mismo.

1 comentario

user Nikname | Hace 3 meses

Esa es tu opinión que gracias a Dios hay muchas otras.

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