La comunicación emocional no resulta tan fácil como quisiéramos. En momentos de dolor, tristeza, miedo y angustia nos juega una mala pasada observar cómo nos comunicamos con ese mundo que nos rodea. Probablemente mal. La comunicación es un bien preciado, y poco cuidado en muchas ocasiones. Parece que es inocua y sobretodo la parte verbal, que emite lo que quiere la persona aquí y ahora, y resulta un tanto dañina si el emisor no calibra el impacto emocional del receptor. Pero la comunicación no verbal también puede tener un efecto devastador sobre las propias emociones. Una mirada esquiva, un gesto altanero a modo de jugador de fútbol (subir los brazos hacia arriba y lanzarlos hacia atrás), pueden significar «no me importas tú, ni lo que dices» o una mueca a modo de respuesta negativa hacia tus comentarios.
La comunicación, «todo aquello que el individuo percibe, vive y experimenta durante las relaciones que establece o mantiene con los demás» es compleja, simbólica y cargada de significados. Puede tener varias funciones, la informativa que transmite datos, hechos y sucesos. La promotora que estimula la realización de ciertas conductas o comportamientos, y la evocadora que produce determinados sentimientos. Esta última es particularmente compleja. Evocar emociones y sentimientos puede darse a diferentes niveles y por múltiples vías. Recordar una fecha, oír una canción que nos recuerde algo o alguien, oler un perfume determinado, escuchar un nombre propio que asociamos a un ser significativo. Lo importante es averiguar que esta función evocadora de sentimientos tiene una función potencialmente enriquecedora de la propia comunicación humana. Las emociones con sus funciones adaptativas prepararán al organismo hacia la acción. La función social de las emociones permite comunicar nuestro estado emocional a los otros participantes que nos rodean y, por último, la función motivacional de las emociones nos provoca un cambio, una reacción y permiten movernos con motivación. Una emoción puede dirigir el pensamiento y la conducta. Nos movemos por emociones, y en ocasiones si éstas no son las adecuadas nos pueden llevar a equívocos, bloqueos y conflictos. Regular las emociones, sin reprimirlas, no estará del todo mal si atendemos a esta función de equilibrio. Somos seres sociales, necesitamos el contacto con los otros, pero estamos rodeados de emociones propias y salpicados por las emociones ajenas. Busquemos lugares emocionalmente saludables y tranquilos sobre todo si estamos viviendo un torbellino emocional. No olvide recordar siempre, la necesidad de tratarse a uno mismo con amabilidad.