Hay una frase muy manida dentro del management empresarial que resuena con fuerza una y otra vez, recordándonos que no estamos en una época de cambios sino más bien, en un cambio de época. Una transición en la que parecen convivir dos realidades paralelas, la de la llamada cuarta revolución industrial aupada por avances imparables como la robotización, la Inteligencia Artificial, el internet de las cosas, el big data y tantos otros elementos protagonistas que nos prometen prosperidad, pero al mismo tiempo, una sensación de estar en un retroceso imparable de la humanidad más que en la senda de la generación de bienestar o de progreso universal.
Un mundo complejo e incierto y encima, cada día más belicoso, que genera poco optimismo a medio plazo. Desde la Unión Europea volvemos a oír nuevamente pronunciar la palabra austeridad y como escribía el otro día el periodista Mariano Guindal, nuestros políticos, sin embargo, siguen prometiendo más gasto pero mientras no se demuestre lo contrario, nadie ha conseguido soplar y sorber al mismo tiempo.
Venimos de una temporada turística que ha sido buena, en términos generales, pero con los precios por las nubes aunque hayamos querido hacer caso omiso de los nubarrones que acechan. La inflación está intratable y nada hace pensar que la energía, los carburantes o los alimentos, desciendan de sus precios venta público actuales. Ya hemos aprendido la lección de otras veces donde la mayoría de las subidas se acaban consolidando y ya nadie se acuerda de lo que nos costaba un kilo de tomates hace cinco años o del litro de gasolina.
Es verdad que venimos sufriendo un cambio climático imparable que nos va cociendo a fuego lento pero en nuestro país, estamos asistiendo a un peligroso cambio social que desde 2008 está arañando el terreno a las clases medias y que si nada lo consigue frenar, acabará por difuminarla como si de un sueño de verano se tratase. El reto más importante que tenemos ahora en nuestro país no es la amnistía, créanme.