La estancia del Palau Episcopal tiene unos grandes ventanales abiertos a la bahía de Palma, la preside una gran mesa de reuniones a la que se accede desde su despacho repleto de libros. Apenas hay decoración, y menos religiosa, se nota que estamos en el rincón donde trabaja el obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, que se hizo cargo de la Diócesis hará pronto cinco años –el 27 de noviembre de 2017– y al que el 28 de enero de 2023 deberá renunciar de manera obligada por cumplir los 75 años de edad. Este menorquín, siempre afable, se declara un enamorado de Mallorca y su gente: «Aquí me siento muy acompañado».
La pregunta es casi obligada, ¿cómo asume su ya próxima renuncia?
—Para mí es un proceso natural, por pura y simple prescripción canóniga. La razón de mi renuncia no es otra que la edad, cumplo 75 años, y a partir de entonces el Papa ya decidirá. La interinidad como administrador apostólico puede durar meses o años, influyen muchas razones.
¿Y a nivel personal?
—Soy perfectamente consciente de mi edad y de mis condiciones, admito que no aparento la edad que tengo y de salud me encuentro muy bien. Además, en Mallorca, me siento muy acompañado; a mí me gusta hacer vida con la gente, no estoy encastillado en el Palau Episcopal.
En su renuncia puede sugerir nombres para su sucesión.
—Es el propio Vaticano el que propone nombres para la designación del nuevo obispo, forma parte de todo el proceso de sustitución, del mismo modo que también consulta a las diócesis vecinas e incluso laicos.
¿Considera que ya ha llegado el momento de que se nombre un obispo mallorquín?
—De lo que estoy seguro es que en el clero de la Diócesis de Mallorca hay gente preparada para asumir esta responsabilidad. Los últimos obispos que se han nombrado pertenecían a su propia diócesis, creo que la proximidad es un valor a tener en cuenta; se gana mucho tiempo en la toma de decisiones.
¿Cree que el fallecimiento del obispo Vadell trastocó los planes de futuro para la Diócesis de Mallorca?
—No tengo ni idea.
En una ocasión me confesó que le hacía ilusión volver a ejercer de párroco.
—Y lo mantengo, esa es mi idea, tanto en Mallorca como en Menorca. Añoro poder recuperar ciertos momentos de reflexión personal, por eso también me planteo poder pasar un año en Tierra Santa. De todos modos lo que tengo claro es que no quiero ser ningún obstáculo para mi sucesor.
Hace unas semanas estuvo con el papa Francisco en Roma, ¿cómo lo encontró? ¿También renunciará, como hizo Benedicto XVI?
—Tengo la impresión personal de que no quiere retirarse, aunque es la primera vez que lo he visto en una silla de ruedas, pero lo encontré con una gran clarividencia y enorme vitalidad. Siempre se interesa por la situación personal de su interlocutor y en esta ocasión le pude explicar en qué situación se encuentra la Diócesis, de la cual él es un buen conocedor.
Siempre ha evidenciado su sintonía con el papa Francisco.
—Es que considero que las directrices que dan son las adecuadas en este momento para la Iglesia católica, está poniendo ahora en práctica el espíritu del Concilio Vaticano II. He enviado todas sus encíclicas a los políticos, es un personaje muy cercano.
¿Cuáles son los problemas más serios de la Diócesis?
—El principal, sin duda, es la falta de vocaciones, aunque he ordenado a cuatro diáconos y tres sacerdotes. En el seminario hay nueve alumnos, uno de los cuales, un iraquí, lo ordenaré este próximo mes de diciembre; la mayoría proceden de países latinoamericanos o de África. El clero de Mallorca es muy mayor, la media ronda los 74 años. El segundo problema es la incorporación de los laicos en tareas de responsabilidad, algo en lo que hemos procurado avanzar, y, por último, noto a faltar más presencia de los cristianos en la vida social, no se les puede identificar con un solo partido; están en todos. La semilla del Evangelio está en la sociedad, lo complicado es lograr que germine. También hay un tema que me preocupa de una manera muy especial, y es el de la educación y la formación religiosa, tanto en la familia como en los centros de enseñanza; sobre todo en lo que afecta al entorno familiar y los centros educativos públicos. Aquí hay un gran reto que afecta a la responsabilidad y coherencia de las personas y de las instituciones.
Ha cumplido las boda de oro como sacerdote.
—Todos estos años han reafirmado mi fe y en cómo puedo aplicarlo a la realidad. Me gusta estar con la gente, es la que indica cuál es el camino correcto.
Uno de los procesos más importantes de la Iglesia es el Sínodo.
—Hemos hecho la fase diocesana y los resúmenes y conclusiones de todo lo trabajado ya está en Roma. Ha sido todo un reto para la Diócesis. Han participado más de tres mil personas, tanto religiosas como laicas, casi mil jóvenes y 320 internos del centro penitenciario. Pienso que queda claro cuál es el mensaje de Jesús y cómo transmitirlo a la sociedad. Además, las visitas pastorales que he realizado me han mostrado que hay mucha gente que busca encarnarse en la realidad; admito que no vivimos un momento eufórico, pero es fascinante. Hay que limar las estructuras que lo impiden, por eso creo que la comunicación es un gran reto. Hay una Mallorca cristiana, pero reconozco que no se expresa lo suficiente.
¿Cómo encajó el abandono del sacerdocio para contraer matrimonio por parte del párroco de Búger, Campanet y Moscari?
—Con dolor, pero acabé aceptando su decisión. Fue un proceso rápido.
¿Es factible que el Obispado llegue a un acuerdo extrajudicial con la jerónimas?
—Hay juicios todavía pendientes sobre la titularidad del Monasterio de Santa Isabel, pero a título personal le aseguro que me gustaría poder llegar a un acuerdo, pero no puedo renunciar a decisiones anteriores tomadas por la Diócesis. Desde mi punto de vista el inmueble se tiene que dedicar a la vida religiosa y contemplativa, nosotros no tenemos ningún interés especulativo con el edificio del que no tenemos las llaves y que nunca he visitado. Es obvio que, con independencia de lo que decidan los jueces, si no se asegura una comunidad grande, es muy difícil que se pueda recuperar el monasterio.
Hay un tema que se está eternizando y es el de la canonización de Ramón Llull, daba la impresión que era cuestión que ya había quedado encauzada.
—Es un tema que he hablado con el papa Francisco y en la actualidad el proceso está parado en la Congregación de la Causa para los Santos, que e n su momento interpuso unas objeciones que respondimos de inmediato. Todo está pendiente de la firma del Papa, pero ha sido él que, por prudencia, ha decido dejar en stand by el que Ramón Llull sea considerado un santo por la Iglesia. Le soy sincero, en estos momentos no soy optimista.