El periodista y profesor de Latín y Griego Antoni Janer (sa Pobla, 1978) reúne en La desfeta del paradís. Crònica sociològica del boom turístic a les Balears (Moll Nova Editorial) 85 de sus más de 200 reportajes publicados desde 2018 en ARA Balears. Cita a este diario ante el Gran Hotel de Palma, inaugurado en 1903, y «donde todo empezó».
Turclub, la Mallorca turística y distópica que Llorenç Villalonga profetizó en 1973, es un hecho 27 años antes de lo que pensó el escritor. ¿En qué acertó?
— Fue un visionario porque entonces ya predijo que seríamos un parque temático destinado a dar placer y contentar a los visitantes. Vivimos en la época de las distopías hechas realidad. La fotografía de la portada del libro, hecha por Lorenzo Frau en 1983, ilustra la actitud servil que hemos tenido desde el ‘boom' y que nos ha convertido en figuras de belén. Esto ha ido en contra de nuestra autoestima, hasta el punto de que el turismo vive a costa de nosotros, y no al revés, por todos los costes que implica.
¿Qué ha aprendido tras radiografiar el pasado y el presente turístico de Balears?
— El punto de partida fue la pintada en Palma de Tourists go home, en 2018. Abrió el debate sobre el modelo y dejó de ser un pecado criticar el maná turístico. Entonces me propuse hacer diez reportajes sobre de dónde veníamos y dónde hemos acabado, pero a medida que investigaba vi que esto era una mina de temas. Por ello, he hablado con investigadores y testimonios directos de la época. Cuento pequeñas grandes historias, como los dromedarios del Arenal, el mundo de los músicos de hoteles, los guías hoteles y las condiciones infrahumanas de los trabajadores peninsulares. La cara oculta del turismo. No quiero hacer apología de la turismofobia, también me interesa la parte positiva del sector, que convirtió Balears en una de las zonas más cosmopolitas.
¿El modelo solo cambiará tras un desastre económico mayor y más duradero que la pandemia?
— Parece que será una decisión de fuerza mayor, como el cambio climático, la que obligue a reformarlo. El tema tabú es que hay demasiada gente y ningún partido quiere tener el triste honor de sacrificar empleos. Esto era la tierra prometida en los sesenta, y se pensaba que era algo ilimitado. Entonces mucha gente podía hacer dinero, pero ahora no está garantizado desde el momento en que hay dificultades para pagar un alquiler o comprar una casa. Eivissa es la que más pena me da porque ha sufrido todavía más la despersonalización, se ha arrasado con la cultura y la lengua. Es el Miami del Mediterráneo. También lamento que se abandonaran otras industrias.
Habla de memoria histórica, algo inseparable de la industria turística balear. ¿La imposibilidad de haber hablado de ello hasta hace tan poco ha dificultado la reforma del modelo económico?
— El turismo fue usado por la dictadura como cortina de humo para tapar las miserias de la Guerra Civil y la posguerra. Se apostó por el sol y playa y Balears fue un laboratorio. Con la democracia continuaron los mismos tics corruptos; apareció la nueva casta de los hoteleros que, en el primer Pacte de Progrés, se quisieron reivindicar. Hasta ahora no había habido debate porque la sensación era que no había alternativa, que solo podíamos vivir del turismo.
¿Se resta responsabilidad a los ciudadanos sobre el devenir turístico en las Islas?
—Si tienes una casa y un extranjero te da el doble que un mallorquín, es normal aceptarlo, es la condición humana. Aun así, las instituciones tendrían que regular todo esto. Mira dónde nos ha llevado el libre mercado, la gente no puede vivir aquí, esto es un decorado. Balears en una postal que esconde el drama de los autóctonos que padecen las consecuencias de vivir en el paraíso. Si Robert Graves levantara la cabeza y viera en lo que se ha convertido, diría: «Tapa, tapa».
¿Cómo ha evolucionado el hecho de viajar?
— Antes, era algo elitista, pero hemos pasado al otro extremo: el de consumir. Este año ya he ido a París, Roma y Milán, piensan muchos. No buscan ver y conocer, sino el ‘next' para presumir y restregar su felicidad en las redes sociales. Echo de menos viajar antes de internet. Ahora puedes estar físicamente en Berlín, pero mentalmente en Mallorca. Comunicamos por encima de nuestras posibilidades. Me sabe mal tener un discurso catastrofista, es decir, realista.