Miguel Perlado es uno de los grandes expertos de España en sectas, fundador y supervisor de la Asociación para la Investigación del Abuso Psicológico. Lleva 30 años ayudando a familiares y personas envueltas en sectas, algunas de ellas de Baleares, desde un punto de vista terapéutico y judicial.
¿Cuántas sectas operan aproximadamente en Baleares?
—Las cifras siempre son estimaciones y lo cierto es que no tenemos cifras fidedignas. Sabemos que el 1 % de la población está o ha estado en contacto con una secta y ese no es un dato desdeñable. En Baleares actúan más de una veintena de grupos de forma regular y estable. A estos hay que sumar otras propuestas que se ofrecen como retiros que también se comportan como sectas.
¿Son más o menos que en el resto de España?
—En Baleares hay muchas sectas, seguramente porque hay una gran movilidad. Ofrecen talleres, retiros, cada vez lo hacen más y especialmente en verano. Las Islas son muy volátiles, y ese es el escenario propicio para esos efectos que persiguen.
¿Es la insularidad un factor de riesgo?
—Más que un riesgo en si mismo, es su contexto el que ayuda a construir escenarios apetecibles. Tiene vistas paradisíacas al mar, hermosas calas, buen tiempo… todo eso contribuye a que la sectas promuevan sus actividades más especiales. Lo hacen en contextos como el de Baleares por la geografía y por su entorno. También por el flujo constante de población. Para muchas personas del extranjero es incluso fácil tomar un avión hacer el ‘retiro’ con sus adeptos y volverse a marchar.
¿Es Nova Acrópolis una secta? Se vende anuncia como una escuela de filosofía en Inca.
—Nova acrópolis es uno de esos grupos que son bien conocidos. Es una suerte de ‘escuela de filosofía’ y funciona claramente como una secta. Como ellos, hay muchos otros grupos que se han instalado en las Islas, muchas veces con un perfil bajo. Eso es típico de las sectas más establecidas y tradicionales. Las que hacen más ruido normalmente son los nuevos formatos de sectas que proliferan. Me consta que Nova Acrópolis se instaló allí y seguirá ofreciendo sus clases. También hay un instituto en Santa Catalina de la corriente de la Guru Jagat, una estadounidense destacada en el mundo del yoga, creadora de los estudios RA MA. Netflix hizo un documental sobre ella.
¿Cualquiera puede ser víctima de una secta?
—Siempre buscan la vulnerabilidad. Las vulnerabilidades pueden ser coexistenciales a las personas y cuando se arrastran incrementan el riesgo, es el caso de las personas con trastornos mentales, pero también hay vulnerabilidades coyunturales, como que estés solo porque estás en duelo, has perdido la casa, el trabajo, te han diagnosticado una enfermedad grave... Lo que nos dice la experiencia clínica y la investigación es que todos podemos ser atraídos y seducidos por una secta.
¿Cuál es el perfil mayoritario de las víctimas?
—Sobre todo son personas con un interés por lo natural, lo espiritual, lo alternativo... Si te metes en la página web de alguna de las que hemos nombrado verás la estética... A las sectas en general no les interesan las personas con trastornos de personalidad y mentales, porque no son productivas. Sin embargo éstas pueden quedar adheridas a propuestas muy locas como es el caso de Michael Murray en Ibiza, un tipo que se autoproclama arcángel. No ha logrado constituir una secta estable, sino que es un depredador con poco predicamento que atrae a personas con trastornos mentales. Se juntan polos magnéticos y con un discurso aparentemente tan espiritual pueden acabar sufriendo todo tipo de abusos. Grupúsculos pequeños como este, tienen un afán explotador económico y de parasitar a las personas. Estos gurús tienen un carácter más psicopático, son marginados, pero no representan al cien por cien de los grupos más extendidos.
Usted describe dos tipos muy diferentes de secta. ¿Todas tienen elementos en común?
—Sí, hay tres elementos que definen la dinámica del sectarismo: La presencia de un gurú autoproclamado, con un culto al fundador que transmite conocimientos, talentos, un don… Se estimula un proceso de fusión excesivo y muy intenso. Tienes que ser uno con el fundador y con el grupo. Esa fusión se acompaña de inocular una ideología, creencias y modos de ver la vida, es decir, va acompañado de un fusionamiento. El tercer elemento es la explotación. Si se dan los tres elementos estamos ante una dinámica sectaria. Siempre rondan en torno a estos tres elementos: explotación, abuso moral, económico y/o sexual y generan un daño psicológico familiar y económico, a veces también sexual.
¿Son frecuentes los casos de captación de menores de edad, o las sectas buscan a mayores de edad para evitar intervenciones policiales?
—La captación de menores la hacen de forma muy sibilina. En los grupos establecidos hay siempre actividades para los menores y se van introduciendo de manera que cuando se acercan a la mayoría de edad les parece menos extraño y dan el paso, porque ya es algo orgánico para ellos. El otro escenario es cuando hay menores que forman parte de la estructura. Se cuidan mucho de no hacerlo porque saben que puede haber intervención de las autoridades. Hay grupos que buscan niños y otros que no lo quieren. Los que sí, los consideran la generación más pura, su futuro. Depositan sobre ellos mucha carga. No hay un sí o un no fácil para esta pregunta. Hay menores que participan en paralelo a sus padres y minimizan la percepción del riesgo. Si los padres están en la secta y dan su consentimiento intentan hacer creer que no hay nada en contra de la voluntad de los menores. En las últimas sectas que se están creando vemos preadolescentes, a los que captan con promesas de ganar dinero o de tener un cuerpo óptimo… Les seducen a través de internet y pueden quedar atrapados. A pesar de eso, los gurús, salvo que vivan comunitariamente, se cuidan mucho de captar a menores porque saben que pueden tener problemas legales.
Habla de problemas legales. Los padres de las víctimas dan con un muro cuando estas son mayores de edad, porque suelen decir que están donde están por voluntad propia...
—Sí, desgraciadamente si la víctima es mayor de edad la policía no puede hacer nada... Lo que hacemos es trabajar con las familias, ayudar a retomar la comunicación y ver si es posible abrir el diálogo, realizar intervenciones para la salida de la víctima. Me desplazo habitualmente para realizar intervenciones de este tipo en Mallorca e Ibiza. Las intervenciones requieren conversaciones muy intensas que promueven el pensamiento crítico para que la persona que está atrapada dé una vuelta a lo que le está pasando. Lleva tiempo y hay que trabajar mucho con los familiares. Desde el punto de vista legal hay limitaciones, pero el consentimiento siempre está viciado. Das el consentimiento a una cosa con la que estás de acuerdo al principio, pero que desemboca en otra muy distinta en la que institucionalizan el control o el abuso. Te dicen cosas como ‘esto lo estoy haciendo por tu bien’… Se trastoca tu percepción y tu voluntariedad queda viciada. Hay una situación de asimetría. Si das el consentimiento a un proceso sanador que acabará agravando tus problemas, eso es un consentimiento viciado. Pero es muy probable que si un juez te pregunta, digas que estás ahí porque quieres y que no te ha pasado nada. Una víctima justifica la explotación, dirá que nadie la coacciona, aunque la experiencia nos dice que no es así. Es lo mismo que pasa en muchas dinámicas de maltrato. Las mujeres víctimas de violencia de género muchas veces se culpan. Estas cosas suceden tan poco a poco que no te das cuenta hasta que ha fraguado de tal manera que la vuelta atrás es difícil.
—¿Es posible sacar legalmente a alguien de una secta contra su voluntad en España?
—Desde el punto de vista legal es complicado, exceptuando los casos de víctimas con problemas de salud mental, con una afectación cognitiva o menores de edad, porque hay un aprovechamiento de la vulnerabilidad. En esos casos claramente deberían instrumentarse medidas judiciales.
—Habla usted de la alta incidencia en Baleares. ¿Cuáles son los puntos sensibles de Europa?
—Los puntos sensibles de Europa son las grandes ciudades, urbes… aunque hay que decir que después de la pandemia esto está cambiando, porque la gente ha vuelto a la naturaleza, al verde, al campo, a las Islas… El péndulo tiende ahora hacia una mayor apertura y a salir de las ciudades. A nivel europeo en todas las ciudades hay niveles similares, pero Francia, Bélgica, Alemania y España son lugares con concentraciones importantes. Hoy en día las sectas se han globalizado y mantienen el adoctrinamiento y vínculo online. Es tal la movilidad, que familiares de fuera acaban recalando por aquí. Estos grupos son empresas de la iluminación instantánea, con cadenas de mando difusas y concentraciones en distintos puntos de Europa, aunque la gran exportadora sigue siendo Estados Unidos. Hay quien cifra en más de 4.000 las sectas de allí, aunque es un fenómeno cambiante que metamorfosea.
¿Qué debe hacernos sospechar que estamos ante el líder de una secta?
—Cada vez es más difícil darse cuenta. La cultura actual acompaña. Ya no sabemos qué es cierto y qué es falso. Los bulos circulan, parece que todo vale… La simulación gana terreno y frena el pensamiento crítico, cuadriplicando el efecto de las sectas. Es difícil distinguir a un gurú. Además las estructuras ahora son menos piramidales y más laterales. Entras en una actividad donde no hay un gurú o parece no haberlo. Entras en una red donde vas a una actividad y se te abren siete puertas, luego 14... al final aparecerá el fundador. Hay que estar atento a los discursos y narrativas simplificadoras. Repiten frases cliches sobre argumentario como que ‘nadie nos entiende’ o que ‘la gente no está preparada’. Hay que sospechar de contextos de relación que te hacen sentir especial, único y diferente, que te hagan pensar ‘ven cosas en mí que no habíamos visto fuera’. En toda secta acontece un bombardeo de amor que es irresistible. Ojo con las actividades en las que te digan que es mejor no comentar lo que ocurre allí o que no enseñes los materiales. También con las actividades y propuestas que te incomuniquen sin teléfono durante varios días. Dejar el móvil puede ser un momento de desconectar, es cierto, pero a menudo se hace engranado en una estructura que persigue alimentarse de más y más personas. Les interesa más incorporar que ayudar a crecer. Ojo con que te hagan sentir insuficiente y culpable. Que te digan que no eres nada, que no pienses tanto, que son todo corazón, que vivimos en Matrix… Hay que poner atención con este tipo de argumentos que dentro de un contexto sectarizado puede ser un plato atractivo que acaba siendo indigesto.
Usted ayuda a las familias de las víctimas desde el punto de vista terapéutico y judicial. Las sectas son legales en España. Ante la captación de un ser querido, ¿La recomendación es siempre denunciar?
—Hay que ver qué vamos a poder denunciar. He intervenido en más de una treintena de juicios y debe haber elementos probatorios suficientes que motiven a su señoría. Hay que ver el contexto de familia, pero si hay vulneración de derechos esenciales hay que tomar acción. Por ejemplo ahora arranca el juicio del Tío Toni en Castellón, un macrojuicio de 15 días con evidencias objetivas de abusos sexuales a menores. Hay que ver que pena trae. Las personas que denuncian saben que va a ser un camino largo e incierto. Como institución las sectas en España no están penadas, lo punible son sus comportamientos. Por eso mi tarea es determinar el daño, cuál es el grado de afectación y si tiene que ver con las prácticas del grupo. Es difícil, pero no imposible. Cuando implican tráfico de personas o prescripción de fármacos, son dinámicas más objetivables, pero la dinámica es difícil porque el jurista no tendrá el poder, el arsenal jurídico para disolver el grupo. La legislación de nuestro país no lo permite. En Francia o Bélgica, que permiten disolverlos, la experiencia nos muestra que es muy complicado. Las sectas nunca se disuelven, se trasforman.
¿Es necesario cambiar la legislación en España?
—Personalmente creo que la herramienta judicial que permita disolver las sectas tiene que existir. Mi parte, como perito, es hacer que el juez entienda de qué va el asunto, mostrarle la cara del puzzle.
¿Qué podemos hacer para prevenir la captación?
—Los esfuerzos deben ir enfocados a tener un pensamiento propio, poner límites y establecer relaciones sanas. Eso es algo que cada vez es más difícil. En un mundo con límites difusos hay que ayudar a construir mentes, personas que aprendan a salvaguardarse. Debemos intervenir todos y poner esfuerzos en que los jóvenes sepan e identifiquen… aunque sabemos que no eliminará el riesgo de por sí. Sigue habiendo adolescentes que se quedan embarazadas, aunque se repartan condones en los institutos. Ocurre porque hay un vínculo pasional, no racional, que te arrastra. Al principio pasa como un enamoramiento al que das tu consentimiento. Una propuesta que parece ideal, acaba convirtiéndose en otra cosa. Como en el enamoramiento, en el proceso de captación de una secta alguien queda cegado por ese ideal de encontrarte a ti mismo y formar parte de un grupo. Obnubila la capacidad crítica. La experiencia nos dice que vendrá el daño y que se va a agravar. La gurú de Santa Catalina utilizaba una escenografía de grupo que es muy representativa del tipo de grupos que tenéis por las Islas. Pasaba por allí muchísma gente que llegaba en avión, iba y venía y nadie decía nada, hasta que al final salió el documental de Netflix del recorrido de esta gurú. El caso de Ibiza del gurú irlandés Michael Murray es muy diferente. Es como un quiero pero no puedo, muy perverso y ha logrado enajenar a varias chicas con trastornos mentales que han entrado en una especie de locura compartida.
En ese caso concreto, la familia de la chica, que consiguió salir y le denunció, ha vuelto a perder a su hija. ¿Es fácil recaer en una secta?
—Mi experiencia es que sí y en caso de que la víctima tenga un trastorno mental ese riesgo se triplica. Cuando no existe ese trastorno, en los seis primeros meses tras la salida es fácil recaer porque inoculan el miedo a las víctimas. Se generan dinámicas de vinculación tan potentes que cuesta sostenerse fuera y a veces ven el regreso como su única opción, por muy loco que sea el ambiente. Las personas con trastornos de salud mental confunden la percepción de la realidad. Por eso el seguimiento psiquiátrico es absolutamente necesario y es preciso agilizar medidas judiciales rápidas para prevenir el riesgo de que pierda la cabeza y vuelva para allá.
Dentronde un trabajo tambien puede haber una secta.