Solo el hipotético regreso de la Unión a Tercera División –el club mahonés, flamante campeón insular, se encuentra inmerso en las eliminatorias por el ascenso– evitará que el fútbol menorquín quede desprovisto de representación en la categoría balear por primera vez desde que en verano de 1979 la competición implantó su formato actual.
No en vano, el todavía muy reciente descenso del Mercadal, consumado con el cierre de la presente campaña, y que en su caso implica imponer carpetazo a un tránsito que de forma ininterrumpida el club centro insular ha prolongado durante más de decenio (desde agosto de 2008 hasta ahora, para once temporadas consecutivas en Tercera), aboca al fútbol menorquín a la posibilidad de experimentar una coyuntura inédita –por negativo también–, incógnita que solo se despejará con la conclusión de la actual fase de ascenso –o con la eliminación unionista–, lo que en cualquier caso, y en el mejor de los supuestos, a lo sumo derivaría en que el fútbol local apenas pudiera aspirar a mantener la exigua cuota de un único exponente, intercambiando papeles Unión con Mercadal.
Una situación de mínimos, de forma irrebatible la peor en la que ha convivido el estadio insular en lo que atañe a la competición absoluta, de primeros equipos, a la que caben múltiples motivos para encontrarle comprensión –entre otros, la entrada masiva del fútbol de élite en televisión, que hace ya lustros propició un irreversible genocidio de espectadores en los campos de Tercera y Regional, o la aparición y proliferación de otras muchas alternativas de ocio, novedosas disciplinas deportivas incluidas–, en lo que se ha demostrado un retroceso tan lento y gradual como apunta a complicado de invertir.