Este próximo jueves se cumplirá un año desde que el Menorca Bàsquet sufrió los días más convulsos de su historia contemporánea apenas unas semanas después de haberse visto abocado al desalojo de la ACB tras una campaña lamentable en todos los sentidos. Han bastado, sin embargo, poco más de 365 días para que el mismo club haya abandonado las tinieblas que pusieron en entredicho su continuidad y vuelva a la cima del baloncesto nacional después de una temporada en la segunda categoría del baloncesto español.
Fue el 10 de junio de 2009 cuando el diario Marca removía los cimientos de la entidad menorquinista al denunciar presuntas irregularidades en la gestión económica del anterior presidente, José Luis Sintes, al que acusaba de haberse autoconcedido 150.000 euros de las ya maltrechas arcas del club. Fue el fin del otrora afamado mandatario que acabó presentando su dimisión días después tras casi diez años exitosos en la presidencia.
Sin que el destino de esa cuantiosa suma haya podido ser precisado por parte del Consejo de Administración, Benito Reynés, hasta entonces segundo de Sintes, dio el paso al frente y su primera medida fue poner la gestión del club en manos de un director general de probada experiencia, Oriol Humet.
Pese a las dificultades que hallaron para poner en marcha la maquinaria del club por la herencia hallada, el nuevo proyecto nacido de la necesidad y la ilusión comenzó a tomar cuerpo con la contratación de Paco Olmos, un entrenador que conocía la categoría, el mercado y acuñaba una probada experiencia para capitanear una nave con destino al ascenso.
El nombre del club, recién descendido, un presupuesto generoso para la Adecco Oro y el objetivo más o menos admitido de tratar de retornar a la Liga perdida, fueron un buen reclamo para componer la plantilla pretendida en la que continuaron los jugadores nacionales con contrato en vigor, Guzmán, Fernández y Otegi.
Olmos reclutó a los tres mejores hombres de su anterior destino –Melilla–, Ciorciari, Cuthbert y Caio Torres, y con Umeh, Diego Sánchez, Montañana y Sabaté, el equipo inició su andadura con enormes expectativas.
Una derrota imprevista en la jornada inicial fue una primera advertencia para calibrar el camino sinuoso que le aguardaba al equipo en una Liga complicada. Rápido, sin embargo, el ViveMenorca hizo del Pavelló su fortín gracias a la fidelidad de la afición que mantuvo sus carnés pese al descenso contabilizándose unos 4.000 abonados.
El plantel y Olmos crecieron en Maó donde se mantuvieron invictos hasta la llegada del Tenerife, ya en la segunda vuelta. Sólo el CAI Zaragoza en el momento más oscuro de la temporada, fue capaz de asaltar el templo menorquinista en todo el campeonato. El ViveMenorca acumuló triunfo tras triunfo en Bintaufa y, pese a que fuera de la Isla se vulgarizaba –sólo ganó en Burgos, Ourense, Axarquía y Tenerife, todos rivales de zona de descenso– su solvencia como local unida al benévolo tramo final del calendario en la primera vuelta, le llevaron al liderato de la Liga en la jornada 18 tras seis victorias consecutivas.
Todo parecía ponerse de su lado para pelear por el ascenso directo como campeón junto a CAI y Melilla hasta el final. Pero fue alcanzar la cima de la clasificación, disputar y perder la Copa Príncipe en la ciudad norteafricana, y diluirse como si le hubieran quitado el tapón del desagüe a la bañera. Fueron seis derrotas seguidas, incluida la de la Copa que hicieron peligrar el proyecto porque además coincidieron con varias lesiones de Marc, Diego o Ciorciari y los síntomas de recuperación no se advertían por ningún lado.
Paco Olmos sufrió para enderezar el rumbo pero lo consiguió, en parte, gracias a la fortaleza del grupo –el vestuario fue una piña–y a la apuesta decidida que realizó el Consejo de Administración liderado por Benito Reynés con la opinión del director general. Ambos ratificaron al valenciano y éste, pasito a pasito consiguió levantar la cabeza y sacar al equipo del pozo. Tampoco hubo fichajes ni cambios en la plantilla, quizá en parte debido a la delicada situación económica o por la imposibilidad de ir al mercado balcánico por algún que otro impago anterior que frenaba cualquier movimiento.
Fue a partir de la victoria ante el León en Maó cuando el equipo, al fin, dejó atrás su inestabilidad competitiva en la vigésima novena jornada. Quedaban cinco para el final del campeonato y salvo una dolorosa derrota en Inca, el resto lo saldó con cuatro triunfos obligados que le permitieron cerrar la fase regular en tercera posición. Los resultados de sus rivales directos le favorecieron tanto como su progresión para llegar al 'plan B' en la lucha por el ascenso con una velocidad de crucero de lo más apropiada como demostraría en los largos y difíciles play-off.
Primero cayó el Breogán en una eliminatoria apasionante, luego La Laguna, en otra serie vibrante y plagada de polémica por la hostilidad del club canario, para acabar con otro play-off para el recuerdo frente al Burgos con un final tan feliz como el que llegó ayer.