La respuesta del público quizás no fue la esperada, pero los varios cientos de personas que se acercaron la noche del viernes al Claustre vivieron un concierto catártico. El cantante Santi Balmes sacó las monumentales tijeras que pasea en su nueva gira al escenario y denostó los recortes en la administración, dispuesto a «recortar (también) el pesimismo» que nos invade. Y, al menos para los asistentes, lo logró.
Y eso que, durante la primera hora, apenas hubo rastro del «poder de las tijeras» de «Nouvelle Cuisine Caníbal», su nuevo EP, y sí mucho hit de los inicios. Que el primer concierto de la banda catalana en Menorca tras casi 17 años de carrera bien valía una dosis encadenada de «Segundo asalto», «Universos infinitos», «Noches reversibles» o «Incendios de nieve».
Balmes cantaba «No serás capaz de odiarme, tan sólo quería ilustrar que quiero arriesgarme a conocerte» y, apenas minutos después, ya estaba transformado en pizzigato presto a maullarle a la chica de la fila seis: «da igual que no cambies, estamos destinados, tú y yo». Podían no estar todos los que son, pero los que había (arriba y abajo del escenario) derrocharon unas enormes ganas de encontrarse.
Aunque el Claustre no es un dechado de auditorio, las reverberancias fueron mínimas y no lograron deslucir la intensa puesta en escena del grupo. Por si acaso, allí estaba Balmes cual frontman, intercalando momentos de ácido humor, como sus letras, en las que «si tu me dices Ben, yo digo Affleck». Engañándonos con la confesión de que su madre es de Ciutadella o haciendo que todos los presentes le cambiaran una letra al clásico del gran Raphael, «Como (yo) me amo»...
Así que llegaron las tijeras, y los «cuentos chinos para niños del Japón». Y, como colofón, el «Fantastic Shine» que ilustró la célebre campaña cervecera por antonomasia del verano español de 2013. Un guiño comercial que, lamentó el cantante, ha hecho que muchos críticos retiren el sello indie a la banda que lidera. «¿Qué hacemos entonces? Lesbianismo». Sí, sin una sola mujer en el escenario.
Pero como los Love también tienen su corazón, se dejaron la fiesta en los camerinos y reservaron los bises para dos de sus baladas menos movidas y más punzantes. La última, ese «Domingo astromántico» como el de hoy, en el que «flotaba en azoteas todo mi deseo, un solecito bueno y tus faldas al viento, nada más. Te deslizas como si fueras de viento y al contacto con mis dedos te desvanecieras. Si tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?».
Y no siguieron. Aunque más de uno echó en falta no haberse podido transportar «Allí donde solíamos gritar», las dos horas de concierto tuvieron el efecto catártico esperado. Menorca respira hoy más optimista. Gracias al «poder de la tijera».