En sus primeros años de vida, Ignasi Terraza (Barcelona, 1962) no tenía un especial interés por la música. «A mí lo que me gustaba era dibujar coches y quería ser ingeniero», comenta. Sin embargo, cuando a los 9 años se queda ciego las melodías empezaron a entrar en su vida. La chispa de todo, rememora, la encendió un amigo que le enseñó una canción en un teclado que luego comenzó a reproducir en el piano de su abuela. A partir de ese momento empezó a «jugar» para acabar en el conservatorio, donde comenzó a trabajar con la música clásica, pero su gusto por la improvisación hizo que el jazz llamara a su puerta, no sin antes licenciarse en Informática.
Con el tiempo, Terraza se ha convertido en una de las figuras del jazz español con una gran proyección internacional. Por Menorca, donde acostumbra a pasar unos días de vacaciones cada año, ha venido varias veces para actuar en diferentes formatos. Una trayectoria a la que habrá que añadir otros dos conciertos, el sábado en Alaior con su exitoso formato Jazz a les Fosques (entradas agotadas) y al día siguiente en el teatro del Orfeó Maonès (19 horas), en ambas ocasiones acompañado por Manuel Álvarez al contrabajo y Esteve Pi en la batería.
Su contacto con un grande del género jazzístico como Tete Montoliu marcó de alguna forma el punto en su vida en que comenzó «una relación de pasión» con el jazz. Un género al que muchos se refieren ahora como clásico pero que no deja de evolucionar. «El término jazz es muy amplio. Reúne el espíritu de la música popular a la vez que va incorporando toda la sofisticación de la música clásica», defiende Terraza, quien considera que para él «el jazz es la gran aportación de la música al siglo XX». En ese sentido, recuerda que «solo hay que ver cómo ha influido en todos los géneros del siglo pasado, que en mayor o menor medida deben una parte a la influencia del jazz. Y al mismo tiempo, este se ha nutrido de otras músicas incorporando nuevos lenguajes; de ahí su riqueza, nunca ha dejado de reinventarse».
El pianista lleva embarcado también desde 2005 en la aventura de sacar adelante la discográfica Swit Records. «Una buena experiencia», dice, aunque reconoce que ha coincidido en el tiempo con una etapa de cambio del mercado discográfico. «El paso al digital se está haciendo de una forma muy forzada. Resulta curioso que ahora es más fácil grabar que nunca, pero el disco como objeto para escuchar ya no se vende», lamenta. Reconoce que Spotify o YouTube ofrecen la posibilidad de escuchar mucha música «pero la industria discográfica tiene un retorno muy bajo». Considera que los discos se han quedado en algo «meramente promocional» en una época en que todo gira «alrededor del directo» como principal fuente de ingresos.
Al menos así era hasta la irrupción de la pandemia. En ese sentido, reconoce que cada ola del virus le ha provocado diferentes sentimientos. La primera fue «una gran bofetada» que se llevó por delante 70 conciertos programados: «Es una pesadilla ver como cae una agenda que cuesta tanto llenar». La segunda ola, profesionalmente, también «sentó muy mal, con pocas fechas en pie y con los programadores sin atreverse a hacer nada nuevo». La tercera «ha sido más de lo mismo, hemos cancelado más de lo que hemos actuado... Esperemos que en verano se normalice el tema», comenta sin obviar la incertidumbre reinante.
Puestos a buscar el lado positivo de las cosas, Terraza dice que si la pandemia ha servido para algo en el sector cultural ha sido «para que nos unamos, para que las asociaciones de músicos cojan más fuerza. El asociacionismo gremial ha crecido, ahora hay que ver si dura». El artista reconoce que en ese sentido la covid «ha supuesto un empujón, esperemos que para futuras negociaciones y en temas políticos ayude a cambiar las cosas más rápido. Esa es la parte positiva, pero está claro que el balance no lo es», concluye.