Prolífica y transgresora son dos de los adjetivos que más se suelen utilizar para definir a Clara Peya (Palafrugell, 1986). Una pianista que en pocos años de carrera acumula una gran cantidad de proyectos y trabajos discográficos. Las canciones del último de ellos, «Perifèria», con el acompañamiento de su banda, sonarán esta noche (21 horas) en el Teatre des Born a través de una colaboración con el ciclo Sons de Nit. La artista nos atiende por teléfono tras una maratoniana sesión de ensayo.
¿Os gusta dejar algún margen para la improvisación en el directo o preferís llevarlo todo muy bien medido?
—Las canciones funcionan como fórmulas, pero más que de improvisación podemos hablar de espacios de libertad. Es una cuestión más relacionada con las texturas y los espacios, no tanto de discurso interpretativo. Lo que ocurre es que en cada bolo acaban pasando cosas distintas.
Decía lo de la improvisación porque durante su formación coincidió con uno de los especialistas de ese género, el menorquín Marco Mezquida.
—Nos graduamos el mismo año, aunque coincidimos poco. Él estaba en jazz y yo en clásico, pero por aquel entonces yo también quería hacer algo de moderno y ahí sí que me tocaron algunas clases con él. También he hecho la carrera de jazz e improviso. Lo que ocurre es que el proyecto que tengo ahora entre manos es un poquito más cerrado, aunque el acompañamiento siempre es abierto.
El pasado fin de semana actuó en el Festival Sinsal, en Galicia, que funciona con un cartel de artistas secreto. Parece una propuesta muy estimulante para el público, pero supongo que también para los músicos. ¿Cómo vivió la experiencia?
—Conocer ese festival y su funcionamiento me inspiró un montón. Aparte de que descubres muchos grupos, todo son propuestas bastante eclécticas. Hay un punto de riesgo que se tiene que tomar pero luego el público se entrega con lo que le pongas, porque es un regalo que haya un festival en el que está la libertad de ir sin saber qué pasará. Creo que eso te hace estar mucho más receptivo.
Especialmente en unos tiempos en que los algoritmos dictan en las plataformas lo que creen que tenemos que escuchar en función de nuestros gustos, algo que no hace más que cerrarnos puertas.
—Lo que ha hecho la era digital es disparar la cantidad de consumo que puedes llegar a tener. Creo que he escuchado más música antes que ahora precisamente porque estoy colapsada. Nos están utilizando para que consumamos música a lo fastfood. Ya nos cuesta escuchar un tema entero, imagínate un CD. Se está perdiendo la parte más artesanal de la música, que es la que a mí me gusta y por lo que yo la amo. Igual es que me estoy haciendo vieja, pero realmente me está costando entender estos nuevos códigos.
Lleva once discos grabados en trece años. ¿Es el estudio donde más disfruta?
—No, al contrario. No me gusta grabar. Bueno, sí y no. Pero no soy mucho de estudio. Soy una persona hiperactiva, alguien que necesita todo el rato moverse y el estudio me coarta mucho mi movilidad física.En cambio el escenario me parece un lugar mucho más libre. Yo soy carne de directo, de arriesgar, de equivocarme y de jugar con el error. El directo tiene que ver con compartir, con desnudarte, con la exposición más íntima. Lo que me interesa es que a través de la música puedan entender un poco más mi persona, porque soy un poco excéntrica y muchas veces incomprendida. El miedo a la perfección necesaria para los discos hace que se pierda un poco la esencia, la parte más emocional.
Acostumbra a recordar que entiende el arte como una herramienta de transformación social más que como un entretenimiento…
—La palabra entretener me genera un poco de rechazo. Igual es culpa mía y tengo que rectificar. Hay tantas cosas que hacer que no puede ser que estemos entretenidas. Me gusta más pensar en el descanso, en la necesidad de coger aire. Lo que yo hago no pasa por ser algo ligero, tiene que ver con conectar, con la catarsis. Hay mucha gente que seguro no conecta con ello.
¿Qué tal ha conectado «Perifèria» con el público?
—Estoy muy contenta. Ha habido muchos conciertos pero no tantos como para aburrir el proyecto. Pero ya empiezo a ver el final de una etapa. Creo que la vida pasa muy rápido, comienzo a estar en otro punto y es bonito comenzar a ver otras cosas buenas que están por venir.
¿No hay descanso entre proyectos?
—Yo creo que descanso cuando estoy creando. No crear para mí no es un descanso, las vacaciones me generan ansiedad. Creo que tengo una configuración que no me permite estar muy conectada con el placer ni disfrutar mucho de la vida. Como me gusta tanto la creación, con lo que más disfruto es del trabajo.
¿Y cantar entra en los planes de futuro?
—Prefiero que alguien cante mis temas, no puedo entender un directo tocando y cantando. Creo que con el tiempo me voy a ir hacia el piano solo, a lo instrumental. El hecho de que alguien cante es para que las palabras concreten las cosas, mientras que lo instrumental sugiere, aunque así la transformación social es mucho más difícil.
Hablando de voces, esta noche estará en el escenario la menorquina Clara Gorrias, ¿cierto?
—Correcto. En cada concierto hago una colaboración con una cantante del sitio al que voy. Soy muy colega de Anna Ferrer, y a ella ya la pillé antes, así que me hace mucha ilusión lo de Clara. Es para un tema que se llama «Mujer frontera» que grabamos con Alba Flores y Ana Tijoux para recaudar fondos para el colectivo de Jornaleras de Huelva en lucha.
Para acabar, ¿se ve haciendo algo en la vida que no sea tocar el piano o es algo que forma parte de su esencia?
—Justo hablaba de eso hace poco con la psiquiatra. La verdad es que si no toco pierdo mi identidad, y sin identidad no sabría cómo vivir. No es que tenga la necesidad de sentirme alguien como pianista, sino de sentir que sé quién soy, y el piano me ha dado la oportunidad a través de la música.