La escritora y humanista Susana Chillida (Donostia-San Sebastián, 1955) es la autora de «Una vida para el arte. Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, mis padres», un libro que rinde homenaje al genial escultor vasco y a su esposa que formaron un tándem perfecto que dedicaba por completo su vida a la creación artística y su gestión. El libro será presentado este sábado, a las 12.15 horas, por la propia autora, su esposo el escritor Eduardo Iglesias y la periodista Mercedes Milá en el centro de arte Hauser&Wirth, en la Illa del Rei.
¿Por qué un libro no solo sobre su padre, del que este año se celebra el centenario de su nacimiento, si no también sobre su madre?
—A mi madre siempre la había visto en mi intrahistoria, desde que era niña la presencia de mi madre no solo en mi vida, también en la de mi padre era enorme. Se conocieron cuando él tenía 15 años y ella 13 años, la familia de ella era de Navarra, de Estella, por parte paterna tenían una hacienda azucarera en Filipinas y participación en unas minerías, la familia pasaba tres años en Filipinas y dos en España. Mi madre se crió en inglés y era una mujer que estaba preparada para lo que luego le llegó, enamorarse de este hombre que le pareció muy peculiar y distinto a los demás chicos que había conocido aquí y allá.
¿En qué sentido?
—Chillida miraba el horizonte, se hacía el especial, porque para empezar lo era, y a ella le gustó por supuesto. Fue, digamos, un flechazo desde el principio. Pero ella no quería atarse a un hombre tan joven y hasta los dieciocho no quiso ser su novia formal, pero ya estaban juntos.
La frase de su padre «Si tu me sigues» fue un punto de inflexión en la vida de ambos.
—Antes que este libro, había pensando hacer un documental sobre mi madre, ya tengo dos documentales sobre mi padre en los que aparece ella de forma notoria. Tengo mucho material rodado de ella también durante el tiempo que rodaba lo de mi padre y se hubiera llamado, y quizás se llame, «Si tu me sigues», un documental sobre Pilar Belzunce con esta frase que le dijo él a ella, «si tu me sigues, dejo la carrera de Arquitectura, yo lo que quiero es ser escultor», aunque sus padres no lo querían y recurrieron a Pili para quitarle la idea de la cabeza y ella les escuchó pero también escuchó a su novio y apostó por él porque sabía que cualquier cosa que el hombre hiciera se iba a dejar el alma en ello y le acompañó.
Pili fue un puntal para Chillida.
—Ella no sabía que era acompañar a alguien y se fue enterando muy pronto. En su primera crisis, ya casado, el primer año que vivieron fuera de París, mi padre intentaba salirse de la influencia de la Grecia arcaica que tanto le había impresionado, sus dos primeras esculturas que eran en yeso, un cuerpo de hombre y otro de mujer. Él pudo continuar con el yeso pero quería dar un paso más y no lo veía claro y le dijo «Pili, nos vamos a casa, estoy acabado» a lo que madre le contestó «cómo vas a estar acabado si todavía no has empezado». Esa obra había tenido éxito de crítica, sobre todo la escultura de mujer. Ella fue descubriendo sus papeles y él le dijo «lo que sí tienes que entender es que el arte y el dinero no tienen nada que ver, yo me tengo que centrar en lo que es el arte y tu en todo lo demás», que es lo que aceptó mi madre y que no era poco, ella se hizo un hueco en un mundo básicamente de hombres y lo hizo fenomenal.
¿Cómo descubrieron sus padres Menorca?
—Llegamos a Menorca porque primero, entre los lugares de Chillida hubo el Molino de los Vados, en Burgos, fue allí para buscar el clima seco, era un lugar idílico, sin electricidad ni agua corriente. Pero eso se acabó porque iban a hacer un pantano , mi padre siempre había hecho los enormes grabados casi siempre en blanco y negro con la luz mediterránea en Saint Paul de Vence, en Francia, donde la Fundación Maeh y también las lurras, las tierras cocidas, pero mi madre, que era muy lista, sabía que lo que interesaba del Mediterráneo era la luz blanca, que también es la de Grecia, y entonces pensó que el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez, que era muy amigo de Eduardo, tenía una casa en Menorca, vamos a ver qué tal si nos invita unos días a la Isla, pasaron unos días preciosos en la Isla y ella se lanzó a encontrar una casa en la Isla y compraron Quatre Vents en Alcalfar.
¿Cómo convenció a Chillida?
—Hicieron un estudio donde él podía trabajar durante el verano la tierra chamota, que había descubierto en Saint Paul de Ganze, el ceramista Hans Spinner la traía a la Isla a principios de temporada y al final de verano este se la llevaba a cocer a Grasse donde también se iba Eduardo, porque él siempre atendía todos los procesos de su obra. También le hizo este estudio, pequeño, con su mesa blanca grande para que pudiera dibujar y lo que son las gravitaciones y entonces le encantó. Y yo digo, contra todo pronóstico, Eduardo Chillida fue feliz en Menorca, muy feliz.
¿Por qué dice que «contra todo pronóstico»?
—Porque Menorca se asocia con la luz no solo para inspirarte, sino para bañarte, para visitar calas y esa no era la vida que a mi padre le interesaba tanto inicialmente, le interesaba la propia luz, la propia presencia del mar allí, ese azul. Contra todo pronóstico porque a ver, yo no había ido a la playa con mi padre en la vida, los hermanos mayores cuando era menos a lo mejor sí. Mi padre no era un hombre de veraneos ni de baños en el mar; sin embargo, en Menorca los disfrutó enormemente, tanto en la costa en frente de Quatre Vents como en la cala de Alcalfar. También se compró un pequeño ‘llaüt’ con el que nos dábamos un paseo, íbamos hasta la Illa de l’Aire
¿Qué enseñanzas le han quedado de su padre?
—Cuando empecé a hacer las películas sobre mi padre lo único que él me dijo es que siguiera mi intuición, se prestó a todo, le importaba poco lo que yo hiciera, pero siempre guiado por la intuición.
¿Y de su madre?
—La acción, menos pensamientos y venga a hacer. A mi madre le debió sorprender y medio fastidiar, supongo, mis tempos, porque yo soy más como mi padre, con los tempos lentos, a poc a poc pero bien hecho.
Usted afirma que la muerte de Chillida no terminó de culminarse hasta que falleció su mujer, ¿por qué?
—Realmente, para nosotros, los hijos, mi madre era una continuación de él, se le había acabado lo que había sido su vida de alguna manera, compañera de Eduardo, pero el gran cambio para toda la familia fue con la muerte de los dos.
¿Qué representa esta casa para usted y su familia?
—Al fallecer nuestra madre Quatre Vents se puso a la venta, unos franceses estuvieron interesados, pero finalmente mi marido y yo compramos la casa en 2017, amamos esta tierra, que es preciosa, las encinas son inigualables, las adoramos, al igual que los pinos y las palmeras. El primer año que estuvimos después de comprarla ver los bulbos que había plantado mi madre fue tan emocionante y sentirme de verdad defensora de la biosfera, como mis hijos, somos unos verdaderos enamorados de Menorca y desde luego y sobre todo de esta parte salvaje que tenemos la suerte de disfrutar y compartir con amigos, de los árboles, el cielo, la luz, las estrellas