Este sábado, a les 12 horas, se inaugura en la galería Albarrán Bourdais, en Maó, una exposición con 58 imágenes en blanco y negro tomadas a lo largo de las últimas cuatro décadas por el fotógrafo Alberto García-Alix (León, 1956), Premio Nacional de Fotografía en 1999. La exposición es «una muestra retrospectiva muy pequeñita», en palabras del autor, que desvela el desarrollo y la evolución de la mirada y de la técnica del artista. Puede visitarse hasta el próximo día 31 de mayo, de martes a sábado, de 10 a 14 horas y de 16 a 19 horas.
Previamente, a las 11 horas, el fotógrafo dará una conferencia visual en el Ateneu de Maó, con el título de «La ausencia como estímulo» en que reflexionará sobre cómo la ausencia, su existencia y su estímulo vital, influyen y se ven reflejadas en su obra, siendo hilo conductor y catalizador de la serie de fotografías.
¿Cuándo descubrió la fotografía? ¿Se acuerda de la primera que hizo?
—La primera fotografía que hice fue en el año 1975, en un carrera de motos en un pueblo cerca de Madrid. Por Navidades mis padres me habían comprado una cámara de fotos, ya que corríamos con las motos y quería hacer fotos de ello. En mi caso, hice unos entrenamientos y una carrera, mi hermano Alfredo también corría, pero era mejor piloto. No obstante, la fotografía realmente la descubrí un año después en 1976, me fui a vivir con un amigo que montó un laboratorio fotográfico en la cocina y fue en el laboratorio donde me enamoré de la fotografía.
¿Qué solía fotografiar?
—Yo empecé fotografiando solo mi íntimo entorno, los amigos, y luego en el año 1986, una década después de empezar a hacer fotos, me profesionalizo y empiezo a hacer trabajos para «El País», haciendo prensa, retratos, y también hasta hice moda.
Usted vivió y fotografió la movida madrileña.
—En la movida madrileña yo participé como actor del tiempo aquel, era mi época. Yo no fui el fotógrafo de la movida, siempre se dice eso, pero no es cierto, hubo otros fotógrafos que tenían conciencia de estar fotografiando lo que estaba pasando, yo no, a mí no me interesaba nada, yo solo fotografiaba los amigos, entre los que estaban todos los músicos y personajes de la época, para hacer portadas de discos como amistad, no con la idea de fotografiar lo que pasaba en Madrid, realmente no tuve esa conciencia.
¿Por qué suele trabajar en blanco y negro?
—Todas las fotografías son en blanco y negro, aunque al principio utilizaba mucho el color, sobre todo para las revistas. Yo me enamoré de la fotografía por el blanco y negro, era lo que me permitía dominar la técnica del laboratorio, lo que me enamoraba era conseguir en el laboratorio la luz, reproducir la luz que había visto. Pasaba muchas horas metido en el laboratorio y creo que soy un muy buen positivador, yo mismo hacía el revelado y aún lo sigo haciendo. Cada vez me cansa más porque lleva mucho tiempo, hoy día se ha vuelto muy caro, muy, muy caro, frente a la fotografía digital, hacer 2.000 fotos en digital no cuesta nada, a mí cada 12 fotos en blanco y negro son 80 euros, entre carretes, revelado, escaneados y planchas de contacto.
¿Qué es más difícil fotografiar un paisaje o retratar a una persona?
—Las personas dan más trabajo, mientras que el paisaje es más una pulsión, mira que bonito, me encanta, pero la persona es más difícil, hay que encontrar cómo la quieres ver, como la posicionas en el espacio… El retrato es más complejo, es más tenso, ya que tiene que producirse una comunicación con el ser humano que retratas. Para mí el retrato siempre tiene algo de enfrentamiento, no es un enfrentamiento violento, sino por el hecho de estar frente a frente.
¿Cómo se le ocurrió fotografiar los cuadros expuestos en el Museo del Prado?
—Nace como un encargo de la Fundación de Amigos del Museo del Prado, que nos encargan a 12 fotógrafos dos fotos a cada uno para hacer una reinterpretación del Prado. Yo hago mis dos fotos que luego se exponen allí y el Prado utiliza de cartel una de mis fotos. Después decido, porque me ha encantado el trabajo, pedir a la dirección del Prado que me dejen entrar para continuar el trabajo y me dan el permiso, y una vez cada dos o tres meses empiezo a entrar una noche, me dan de las ocho de la noche hasta la medianoche, aunque entraba a les 9 menos cuarto porque siempre había algún japonés perdido y no te dejaban entrar mientras había público, por eso entraba un poquito más tarde. Luego cuando llega la pandemia, que está todo más vacío, me dejan entrar por la mañana y entonces entro ya más de seguido. El problema es que es un trabajo muy complejo, porque empleaba la doble o la múltiple exposición, tiro una foto, quito el chasis, cargo la cámara, vuelvo a poner el chasis y sobre la foto anterior hago otra, ¿qué problema hay?, técnicamente muchos.
¿Cómo se afronta el hecho de fotografiar unos cuadros que en sí mismos son obras de arte?
—Pues, mire, había veces que me sentía, como le diría, muy pretencioso. Caminar de noche en el Prado, tu solo, con los Velázquez, con los Goya y muchas más, causa una especie de soledad, solo allí con los cuadros, a veces producía una especie de horror vacui, pero al mismo tiempo fue muy estimulante y un gran aprendizaje de pintura, porque con la cámara me metía en detalles de estos cuadros, entonces vives esos detalles con más cercanía que el cuadro en sí y entiendes más la genialidad, la brillantez de la pintura.
¿Con qué época de su trayectoria artística se queda?
—No sé lo que me quedo, lo que sí sé es que la mirada evoluciona con los años, yo no soy el mismo que empezó a hacer fotos, mi manera de ver la fotografía ha cambiado, ahora tengo muchas más armas visuales, empleo más el expresionismo, la abstracción. Para mí, hoy día la fotografía es un espacio donde inventarme, en su momento no era así, era recoger la realidad que veía, hoy día no, la realidad la doy por hecho, ya no es una fotografía tan naturalista, ahora es mucho más inventiva, que bebe de otras fuentes.
Ha expuesto en España, el resto de Europa y en América, ¿dónde se siente más valorado o le han acogido mejor?
—Yo he vivido en París, en Francia tengo uno de mis grandes mercados, antes más porque ya no vivo en París, pero sigo teniendo. El sitio que me ha llamado más la atención con el recibimiento de mis fotos ha sido Rusia y no sé por qué. He expuesto dos veces en Moscú y siempre me ha sorprendido el recibimiento de cantidad de gente que va a ver las exposiciones. Además, expuse una película que hice para el Reina Sofía, que fue un éxito y tuve que prolongarla varios días por la cantidad de gente que iba a verla.
Más de cuarenta años dan para hacer miles y miles de fotos, ¿le queda alguna pendiente por hacer?
—Tengo muchas fotos pendientes por hacer, pero muchas y mejores, porque si me conformo con las que he hecho, lo dejo, ya no tiene sentido. Ahora tengo 69 años y ¿por qué continuar con la fotografía? Primero porque creo en la magia de la vida, en esa magia del encuentro, que fundamenta la fotografía, después por la curiosidad innata que tengo y luego también por mi alma infantil, todo lo quiero mirar a través del objetivo de la cámara.
¿En qué se fija para hacer sus trabajos fotográficos?
—Lo primero es en la emocionalidad que me transmite, también la sinceridad. Hay fotos que técnicamente pueden ser verdaderamente maravillosas pero no me dicen nada y fotos que pueden ser malas técnicamente pero transmiten mucho más, eso es el misterio de la creación y del arte, lo que nos transmite. Aunque no lo parezca, la fotografía obliga al fotógrafo a un diálogo con lo que ve, siempre que miramos por cámara lo primero que pensamos es que lo que vemos nos gusta o no, a partir de ahí hay que responder las preguntas, no me gusta porque estoy lejos, pues hay que acercarse, hay que encontrar donde uno se reconoce, donde uno fluye y donde uno hace suyo lo que mira.
Ha expuesto en Balears.
—Sí, en Mallorca expuse en el museo de arte contemporáneo de Es Baluard, una exposición que se llamaba «Lo más cerca que estuve del paraíso», que eran todas mis fotos de finales de los 80 y los 90 de Balears, sobre todo Eivissa, donde fui por primera vez en 1974, y Formentera, donde veraneé durante más de 25 años
¿Es la primera vez que viene a Menorca?
—No, ya conocía la Isla, vine como turista en 1994, estaba una amiga de mi expareja, vinimos un semana y después de aquí me fui a Mallorca.
¿Hizo fotos?
—No, cuando vine no hice fotos, estuve solo una semana, tuve tiempo para hacerlas, siempre sale tiempo, lo que pasa es que no salió. Ahora llevo aquí tres días y tampoco he hecho ninguna foto, estaré hasta el lunes por la mañana que me voy, he venido en moto, yo siempre viajo con la moto, toda mi vida, la otra vez también vine en moto. Me he criado con motos, han sido mi pasión.