Con su pitillo en boca, sus chaquetas de tres cuartos negras, con su banda de gángsters -fieles perros de la música de su autor catalán-, que dejaban entrever un solo color, el rojo, por culpa de una boa de plumas cabaretera. Esta era la imagen que transmitían Loquillo y su grupo, dos noches de un buen ambiente, de buena música, cautivando al auditorio del Akelarre.
El sábado, después de la resaca del viernes, Loquillo volvió a entregarse aún más si cabe a un público enamorado de su tupé "ochentero". Época de Loquillo y los Trogloditas, o simplemente Loquillo se escuchaba a golpe de batería y guitarra eléctrica: "Cuando éramos los mejores"; "El ritmo del garaje"; "Feo, fuerte y formal"; "Qué hace una chica como tú".
Loquillo elegante entre Humphrey Bogart y Elvis Presley se convirtió en un hombre irresistiblemente interesante para ellas, y modelo para ellos. Un metro noventa y nueve, con la experiencia de cincuenta años en su voz jugaba a susurrar, a seducir, y pedir con elegancia su bebida predilecta. Sexy varonil cantaba "Las chicas del Roxy", detrás de la barra del pub, dejándose mimar por lo flashes y videos. Y sexy "rockanroleaba" "Rock and Roll Star" detrás del pinchadiscos del Akelarre. Hizo vibrar sus paredes con una puesta en escena inmejorable, una voz madura y consciente de un público seguidor de su actitud frente al micrófono, en un local que tuvo que colgar el cartel de "aforo completo".Es difícil no perder la elegancia, es difícil dar el protagonismo a su equipo y lo hizo con humildad. Es difícil ser cantante, y ser persona un poco canalla, un poco romántico a lo Lord Byron, un poco tímido cuando se tapa con la mano la boca y deja medio ver que se ríe después de haber hecho una "pillería", y un poco ensimismado en un tiempo vivido, andanzas de don Juan, de novias que no volverán, de novias que rompió y le rompieron el corazón, "Cadillac solitario".
Así fue un gran concierto, sin poder lacrarlo, sin poder darle el adjetivo calificativo perfecto pues en cuanto el público salía de aquel portal del Moll de Ponent número cuarenta y uno, se encontraba rodeado de mal gusto: música arrítmica en la calle y una juventud sin criterio en el vestir, ni en los modales de "saber estar", donde "papá policía" esperaba a pié de calle para corregir posibles malas conductas en contraposición a las lecciones de elegancia y de categoría que da Loquillo encima de un escenario.