Hoy arranca en Maó la segunda edición de las Jornades de Consum Responsable de Menorca que, bajo el lema "Consumir sin cabeza no tiene sentido", servirá como foro de debate para analizar cuestiones relacionadas con el poder que tiene el consumidor para influir en la economía y salud del planeta. El encargado de iniciar el debate será Carlos Taibo Arias, escritor, editor y profesor titular de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Autónoma de Madrid, quien ofrecerá la conferencia "En defensa del decrecimiento".
El decrecimiento es una corriente o un pensamiento político que a la población en general le resulta bastante desconocido. ¿Cómo explicaría su esencia en pocas palabras?
En primer lugar hay que decir que vivimos en un planeta de recursos limitados, por lo que no tiene sentido que aspiremos a seguir creciendo ilimitadamente. Si lo hacemos estaremos dañando gravemente a las generaciones venideras. Por otra parte, el segundo de los mensajes subraya que lo anterior no implica en modo alguno una reducción del bienestar y de la felicidad. Más bien parece que lo que más de uno ha llamado el "modo de vida esclavo", vinculado con la producción y el consumo en el que estamos inmersos, es lo que ha dañado seriamente el bienestar y la felicidad. La renta per cápita en Estados Unidos es hoy más de tres veces superior a la que se registraba al terminar la Segunda Guerra Mundial, y sin embargo el porcentaje de ciudadanos norteamericanos que declara ser cada vez menos feliz ha ido creciendo de manera espectacular.
Las ideas que se promulgan desde el decrecimiento, que aboga por la reducción controlada de la producción económica, parece que chocan con lo que piden los gobernantes en tiempos de crisis, quienes precisamente apuestan por hacer crecer la capacidad productiva…
Exactamente. Y esto es lo que hace seguramente provocador y atractivo el discurso del decrecimiento. Lo que estamos diciendo es que hay que reducir sensiblemente la actividad productiva, y en su caso clausurarla en sectores económicos enteros que guardan relación con los daños que están causando los desequilibrios medioambientales. Estamos hablando de la industria del automóvil, de la de la aviación, de la construcción, y como no de la industria militar o de la publicidad. Alguien dirá, "si actuamos de esta manera generaremos millones de desempleados…" ¿Cómo solucionaremos este problema? Bueno, pues procuraremos el desarrollo de aquellas actividades productivas que tienen que ver con la atención de necesidades sociales y con el respeto del medio natural. Y en segundo término, en el resto de los sectores económicos convencionales se puede proceder a repartir el trabajo. Creo que este horizonte es en términos individuales mucho más halagüeño que aquel que padecemos hoy. Trabajaremos menos horas y reduciremos significativamente nuestros a menudo hilarantes niveles de consumo y dispondremos de mucho más tiempo libre…
Todo eso apunta al antiguo reto de intentar vivir mejor con menos…
Por utilizar una máxima de un filósofo griego se puede decir que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. Sócrates solía ir a los mercados porque podía comprobar cuantas cosas no necesitaba.
A muchos les costará creer, no obstante, que el crecimiento económico no implica progreso…
Bueno, no lo implica necesariamente. No pretendo construir ninguna teoría universal, pero creo que hay datos suficientes para recelar de las presuntas virtudes del crecimiento económico. Me refiero a que el crecimiento no genera necesariamente cohesión social, pero sí provoca agresiones medioambientales en muchos casos, y literalmente, irreversibles.
¿Esa creencia de que el consumo conduce a la felicidad es uno de los grandes males de la sociedad actual?
Creo que lo es. Pero más allá de lo que pensemos, creo que el problema de los límites medioambientales y de recursos del planeta está ahí, y cuanto más tardemos en encararlo en serio, más esfuerzos nos va a costar, con lo cual me parece que sería una inversión muy razonable que empezásemos a repensar drásticamente cuales son las reglas del juego que imperan en nuestras sociedades.
¿Por qué cree que no se actúa de una manera más contundente en la defensa del medio ambiente, si de él depende el futuro?
En parte porque los intereses privados que rigen en la economía de mercado apuntan a multiplicar los beneficios cuanto antes mejor. Y a duras penas plantean horizontes a medio y largo plazo. En segundo término, porque los propios dirigentes políticos están inmersos en una lógica "cortoplazista" que guarda relación simplemente con las próximas elecciones.
Antes hacía referencia al papel que juega la publicidad en el consumo. ¿Se puede o debe limitar?
En realidad los mecanismos que hay que tener en cuenta son tres. Uno de ellos es la publicidad, un conjunto de fórmulas muy eficientes que nos obligan a comprar lo que nosotros no necesitamos y a menudo incluso aquello que nos repugna. El segundo es el crédito que permite que tengamos recursos para comprar aquello que no precisamos. Y el tercero es la caducidad, los bienes son producidos de tal manera que en un periodo de tiempo muy breve dejan de servirnos y nos vemos en la obligación de comprar otros nuevos. Limitar esto yo creo que es una urgencia. Y no hablo de cancelar el vigor de la publicidad porque sería un planteamiento ilusorio. Pero me temo que hoy por hoy estamos sometidos a un permanente bombardeo publicitario, que es especialmente grave en el caso de los niños.
Ése es un tema especialmente delicado de cara al futuro...
Creo que hay muchos maestros que realizan un trabajo muy decoroso intentando transmitir valores diferentes a los niños, pero cuando éstos llegan a casa y ponen la televisión serán sometidos al asalto de un sinfín de mensajes publicitarios, me temo que las buenas intenciones de los mensajes iniciales acaban prácticamente en el olvido, y ese es un problema muy grave. Si no conseguimos cambiar las cosas, me temo que las generaciones venideras no sólo van a estar una situación muy delicada en términos de recursos, también en el terreno mental van a arrastrar lacras muy penosas…