No era la primera vez que visitaba París pero sí la primera ocasión en que las maletas eran sus únicas compañeras de viaje. Susana Trujillano Pons (Maó, 1982) abrió sus alas en la capital francesa gracias a un programa Erasmus y, aquella experiencia, guió su vuelo a partir de entonces. Al terminar sus estudios de Diseño Gráfico, la menorquina decidió trasladarse a Londres con el fin de perfeccionar su inglés e ir en búsqueda de oportunidades a nivel profesional.
Su estancia en Reino Unido se prolongó durante un año y, posteriormente, se instaló junto a su pareja en Roma. Su etapa en la capital italiana duró cinco años hasta que, un viaje de fin de semana a Milán, acabó de decidir a Trujillano para dar un giro a su vida. Dos meses después, en julio de 2010, la pareja se instaló en un piso del barrio milanés de Brera. Actualmente, la menorquina colabora con un estudio líder en imagen corporativa, branding innovation y packaging.
Su primera experiencia en solitario en el extranjero fue en París ¿Qué la llevó hasta allí?
París fue la segunda de las tres opciones que elegí cuando rellené el módulo de solicitud para participar en el programa Erasmus, la primera era Londres, muy solicitada en general, y la tercera Amsterdam. París me gustaba porque me sentía cómoda con el idioma y la cultura; había estudiado francés en el instituto Joan Ramis i Ramis y había viajado en varias ocasiones a Francia con mis padres. La idea de hablar otros idiomas me había atraído desde pequeña. En el pasillo de casa, hasta hace algunos años, hubo un mapa del mundo enorme que me gustaba mirar. Menorca era apenas una mancha en medio del resto y me imaginaba divertida el popurrí de idiomas en circulación, a veces incluso los intentaba imitar. Recuerdo un día paseando cogida de la mano de mi abuela, hablaba inventándome fragmentos que querían ser en chino y en cuantos idiomas se me ocurrían.
¿Recuerda su llegada a la capital francesa?
Sí. Llegué en tren desde Lyon, había hecho el viaje hasta allí desde Barcelona con mi hermana, que cursaba unos estudios postuniversitarios en esta ciudad. Era de noche y estaba nevado. Todo se movía muy rápido a mi alrededor, me sentí sola y minúscula, cogí aire y busqué un taxi. Siguiendo el consejo que me había dado mi padre le indiqué al conductor el recorrido hasta mi nueva dirección, para evitar sorpresas. Cuando había hecho la solicitud para obtener una habitación en el Collège d'Espagne, en el recinto universitario de La Cité Internationale Universitaire de Paris, ya no quedaban plazas; me cogieron en un "foyer", una residencia para jóvenes y estudiantes a cinco minutos a pie de La Cité. Así que solía ir a cenar allí durante la semana y fue en el comedor universitario donde encontré a dos grandes amigos algún tiempo después de mi llegada.
¿Dominaba el francés lo suficiente?
La base que tenía me permitió comunicarme sin problemas desde el principio aunque ver las noticias en televisión era más complicado. El francés que se habla en París es muy rápido y necesita un cierto entrenamiento para conseguir entenderlo sin concentrarse demasiado. Como en todo, hay que esforzarse.
¿Dónde estudió durante su estancia en París?
En la École Supérieure de Design, d'Art Graphique et d'Architecture Intérieure ESAG Penninghem. La anécdota simpática es que había una tienda de Jaime Mascaró en la misma calle, a pocos metros de distancia. Era la primera tienda de la marca que veía fuera de la Isla y me hizo sentir acogida. A primera vista la escuela me pareció vieja y pequeña, los pasillos eran muy estrechos, apenas había espacio para dos o tres personas, Era un laberinto de aulas, despachos, laboratorios y talleres. Lo que en un primer momento no me gustó luego me pareció fascinante. Fue un punto de inflexión muy positivo profesional y personalmente. En la escuela me apodaron la española "suiza" porque, a diferencia de mis compañeros franceses, mis trabajos eran lineales y de trazos limpios. Me llevó un tiempo entender la filosofía de este extraño lugar. Observaba divertida a alumnos y profesores, muchos eran dignos de un personaje en un libro. El método educativo era desenfadado en la forma y riguroso en el contenido, funcionaba y, al contrario de lo que se dice de los estudiantes en Erasmus, me exigían.
¿Qué supuso a nivel personal?
No tener referentes familiares en la puerta de al lado y, por tanto, aprender a conocer los propios límites, hacerse fuerte, independiente, compartir, experimentar, descubrir, divertirse. Además, en París conocí a alguien que en lo sucesivo ha determinado muchas de mis elecciones.
¿Encontró a su pareja?
Sí. Nos presentaron los dos amigos que hice en el comedor universitario en una fiesta a la que me invitaron la misma noche en que los conocí. Fue una elección intrépida con la que uno puede no estar de acuerdo, al fin y al cabo no puedo decir que conociera a estas dos personas. Éramos estudiantes de distintas nacionalidades. Hubo una breve conversación que hizo que pensara que no entraríamos en sintonía. Como yo y casi todos en aquella fiesta estaba de Erasmus, estudiaba Derecho en la ciudad italiana de Bologna y vivía a pocas manzanas de mi escuela en París.
Tras esta etapa en Francia, se graduó en Diseño Gráfico...
Sí. Cursé el año que me quedaba para graduarme en Barcelona y en un impulso compré billetes con destino a Londres. Después de la experiencia parisina, de la que tenía tantos buenos recuerdos, quería volver al extranjero. Las personas tienen el poder de hacer los lugares especiales por lo que no me apetecía volver al mismo sitio donde los amigos que había hecho ya no estaban. Quería practicar inglés y descarté salir de Europa porque a algunas personas importantes para mí les parecía demasiado lejos.
¿Cuándo aterrizó en Londres?
Me trasladé en octubre de 2004. Después de un par de experiencias me fui a vivir a un piso en South Kensington con otras chicas que había conocido durante los pocos meses transcurridos allí. La verdad es que los primeros tiempos en Londres fueron extraños. Iba a clases de inglés pero no me ocupaban todo el día, no tenía las obligaciones de los cuatro años anteriores y me sentía desorientada, estaba en el limbo.
¿Se orientó con el tiempo?
Sí. Empecé a colaborar con la galería de fotografía Sony Ericsson Proud Galleries, con sede en el centro y Camden Town. Organizaban exposiciones interesantes con grandes fotógrafos del mundo del cine, la moda y la música; los londinenses consumen grandes cantidades de jóvenes en prácticas de cualquier nacionalidad, por lo que no fue difícil encontrar esta opción. Éramos seis practicantes, nos encargábamos de preparar el material para las exposiciones en programa: fotografías, marcos, invitaciones, posters, además de pintar, archivar y empaquetar. Me llamó mucho la atención que el encargado de la galería tenía sólo veintinueve años y su compañera de Camden veintiséis. Londres daba la oportunidad a la gente capaz y con iniciativa, estos aspectos no tenían por qué estar vinculados a una formación universitaria o profesional ni tampoco a la edad.
¿Cuánto tiempo duró su estancia en la capital británica?
La persona que había dejado atrás hacía un año también se había graduado y tenía intereses profesionales en Londres, así que se trasladó algún tiempo después de que yo lo hiciera. La legislación italiana prevé que los estudiantes de Derecho neograduados realicen un período de prácticas dentro del país antes de presentarse al examen que les concederá finalmente el título de abogado. Le salió una oportunidad en Roma y volvió a Italia. Yo pensaba que mi estancia en Londres se prolongaría durante tres , cuatro o incluso cinco años pero se quedó en uno.
¿Decidió acompañarlo a Roma?
Sí. No estaba convencida de este cambio porque como recién graduada me interesaba coger experiencia en una ciudad como Londres, que considero estimulante para cualquiera que haga mi profesión. En este sentido, Roma no me atraía. Aún así quise probar y después de alguna visita me trasladé allí en enero del 2006.
¿Dónde se instaló?
Inicialmente alquilé una habitación en un piso en el barrio Trieste-Salario, una zona tranquila con mucho verde alrededor, lejos y a la vez cerca del caos del centro histórico. Éramos cinco, tres trabajábamos y dos estudiaban. Me gustó la mezcla de gustos e intereses; la casa grande y de estilo barroco resplandecía en su decadencia. Uno de mis compañeros, calígrafo, realizaba trabajos para el Vaticano, y tenía un grupo de música country con el que solía ensayar en casa. Era una atmósfera que reflejaba perfectamente mi imaginario de Italia. Después de algún tiempo cambié de casa por cuestiones prácticas.
¿Encontró trabajo?
Empecé a colaborar con Contents Studio, un estudio fotográfico que hacía servicios para revistas y diversas marcas de moda. Maquetaba catálogos de distintas tipologías y aprendí a retocar imágenes para campañas publicitarias. Todavía no sé cómo conseguí que me cogieran, no puedo decir que hablase italiano, no lo había estudiado nunca y sólo chapurreaba algunas frases que había aprendido a través de amigos.
¿Le costó dominar el idioma?
El castellano junto con el menorquín, el catalán, el francés y un poco de imaginación me ayudaron a entender el idioma con bastante facilidad desde el principio. El problema era que me resultaba difícil intervenir en las conversaciones porque no me daba tiempo a memorizar en mi vocabulario las palabras que, gracias a la conexión de idiomas, podía entender e interpretar. No obstante, la actitud positiva y paciente de las personas que conocí hizo que aprender italiano se convirtiera en una diversión y no en un estrés.
¿Se habituó con facilidad a su nueva vida en Roma?
Se comía bien, la gente era divertida y el tiempo espectacular. El cielo estaba siempre azul y el sol salía siempre. El viento era fuerte, igual que en Menorca, aunque menos frecuente. Además se podía ir a la playa fácilmente, una ventaja en los calurosos días de verano con las aceras de asfalto que se derriten bajo tus pies. Tras un primer período en el que usaba el deficiente transporte público, me empecé a mover en coche. El tráfico era ordenado bajo el disfraz de caos; nunca vi accidentes aunque sí mucha mala educación.
¿Fue progresando a nivel laboral?
Cambié varias veces de trabajo, iba haciendo pasos pequeños pero positivos. Tuve un golpe de suerte casual y conseguí entrar en Inarea, un estudio internacional especializado en imagen corporativa que representaba lo máximo a lo que podía aspirar en este campo en Roma. Fue una experiencia muy constructiva, tuve la suerte de poder trabajar junto a un diseñador de gran experiencia con ganas de compartir conmigo sus conocimientos y enseñarme. Durante dos años hicimos un gran equipo en proyectos de relevancia nacional que me permitieron crecer como profesional. Durante aquella época solía ir a comer con otros compañeros del entorno a una vieja carpintería donde se reunían algunos artesanos del barrio ya jubilados. A media mañana nos informaban de lo que iban a cocinar ese día: "spaghetti alle vongole", "alici in pastella", "moscardini"... Cuando podíamos nos alargábamos hasta la sesión de canciones romanas, guitarras incluidas; era un ritmo de vida sosegado y alegre.
Posteriormente trabajó para un estudio de arquitectura...
La arquitectura y el diseño industrial me interesaban desde hacía algún tiempo así que cuando me surgió la oportunidad de colaborar con un estudio de este perfil no me lo pensé. Hice escaparates y varios proyectos de "retail", tiendas y stands combinando proyectos de publicidad, imagen corporativa y eventos. Seguíamos varias marcas en el ámbito de la joyería. Para mi era un mundo nuevo que resultó ser muy atractivo: me gustaba seguir los servicios fotográficos, el contacto con los proveedores, buscar materiales, hacer pruebas y trabajar en equipo.
Un viaje de fin de semana a Milán cambió el curso de los acontecimientos...
Sí. En abril de 2010 fuimos a Milán durante un fin de semana. Hacían una feria que me interesaba y, aunque había visitado la ciudad otras veces por trabajo, el mejor recuerdo que tenía era de un viaje hecho con unos amigos durante el periodo de estudiante con ocasión de este mismo evento. En el aire se respiraban ganas de cambio, yo y mi pareja llevábamos más o menos cinco años en Roma y empezábamos a bromear sobre la idea de volver a Londres o la posibilidad de marcharnos a Nueva York. Dos meses después de aquel fin de semana nos trasladamos a Milán. Cogimos un piso en el centro la ciudad, una zona muy agradable que se llama Brera. Subimos con nuestro Smart desde Roma. Tardamos cinco horas, habíamos puesto a prueba a este dos plazas, el coche más vendido en Roma, en innumerables ocasiones pero esta vez iba a rebosar. Lo mucho que no nos cupo nos lo transportó una empresa por un precio tan razonable que creíamos que nunca volveríamos a ver nuestras cosas. Era el 1 de julio, hacía un calor insoportable y las plantas que llevábamos parecían desmayadas.
¿Dejó su trabajo en Roma?
Sí, y aunque continué haciendo algunas cosas para Concept Studio, tenía que buscar otro, julio no es un buen mes en este sentido ya que normalmente se intenta cerrar los proyectos antes de las vacaciones de agosto y, salvo necesidades extraordinarias, hasta octubre no miran currículums. Decidí tomarme una pausa profesional hasta el final del verano y me tocó desempaquetar a mí. Me hubiera gustado grabar el proceso para rebobinar y ver cómo todo se colocaba rápido. Hacía mucho calor y la playa ya no estaba cerca. Acabé con las cajas lo antes que pude y me escapé a Menorca dos largos meses. Hacía tiempo que no pasaba un período tan largo en la Isla. Me gustó ir sola, disfrutar de las raíces, las amistades, reflexionar sobre las cosas que rodeaban mi vida y que hacían que se me encogiera el corazón de felicidad.
¿Cuándo regresó?
Volví a Milán a mediados de septiembre. Me sentía inquieta porque la crisis en España afectaba cada vez a más gente y no sabía lo que me iba a encontrar al volver a Italia. Empecé a mandar currículums pero, como imaginaba, los estudios me contestaban diciendo que no era un buen momento. Tres semanas después de mi vuelta fui a un encuentro de la Asociación Italiana de Diseñadores (AIAP). Hacían una conferencia con exponentes de importantes estudios del sector gráfico y me presenté a varios de ellos. A raíz de este encuentro hice varias entrevistas y poco después acepté una propuesta. Desde entonces colaboro con Lumen Group, un estudio líder en imagen corporativa, branding innovation y packaging. Somos sesenta colaboradores de quince nacionalidades distintas. Es interesante ver cómo diferentes culturas se ponen de acuerdo con el único objetivo de hacer buen diseño.
¿Cómo se desarrolla la vida en Milán?
El ritmo de la ciudad es acelerado, los horarios son exigentes y la hora de la cena suele ser a las 20.30 horas, lo que significa que, aparte las tiendas del grupo español Inditex y los supermercados, el resto de establecimientos cierra a las 19.30 horas. Una buena excusa para tomar un aperitivo con los amigos y disfrutar de este rito bebiendo un "negroni", un "americano" o un "spritz", en los locales milaneses, típicos o de tendencias. Si conoces los sitios adecuados, esta fórmula te permite cenar ya que comprando un cóctel accedes al rico buffet que ponen a disposición. Los protagonistas indiscutibles suelen ser pizza, mozzarella, pasta y ensaladas frías o calientes, luego puede variar de un sitio a otro. Es una ciudad con un gusto particular, elegante y extravagante al mismo tiempo, además de representar la capital financiera de Italia. Si paseas por el centro de la ciudad notas el contraste de gente vestida según las últimas tendencias de la moda y de gente con camisa y corbata. También me gusta de Milán que tiene una posición estratégica, hay muchos sitios bonitos que quedan cerca como el Lago di Garda o el Lago di Como, es fácil ir a la montaña o, queriendo ir a la playa, con un poco más de tiempo la costa de Liguria, es una óptima opción.
¿Añora Menorca?
Echo de menos las cosas sencillas. A veces me pierdo en mis pensamientos con el ruido del agua que peina las orillas, el viento que sopla contra los cristales, el mar enfurecido que pega la costa, los colores y los sabores familiares. Continúo refiriéndome a Menorca como mi casa, es un lugar extraordinario que visito muy poco. Me entristece que la Isla, como indica la palabra, sufra de su aislamiento. No entiendo por qué fomentar el tráfico aéreo con la península y el extranjero no es una prioridad.
¿Se plantea volver a la Isla en un futuro próximo?
Cuando me lo he planteado nunca he llegado a una conclusión. En este momento el extranjero es un refugio perfecto, me gusta la intimidad que me da estar lejos.
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