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Menorquins al món

«De Japón me gusta la sencillez de su gente»

Marta Soler, socióloga de Maó, vive en primera persona el choque de la tradición con la modernidad y la hipertecnología en Japón

Gracias a sus amigas Marta se adapta sin problemas al estilo de vida nipón | MSA

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Desde que cursó sus estudios de postgrado en el Institut Barcelona d'Estudis Internacionals (IBEI), Japón era su «asignatura pendiente». En septiembre del pasado año Marta Soler, joven socióloga mahonesa, pudo cumplir su objetivo de establecerse en la metrópolis del antiguo imperio del Sol Naciente. Allí se prepara para ser aceptada en una de las más prestigiosas universidades del país, la Waseda University, y cursar su doctorado.

¿Cómo describiría Japón?
— Como todo el mundo sabe, Japón es un país superdesarrollado, en el que la gente se caracteriza por una gran amabilidad y educación. Lo que más me gusta es la elegancia y sencillez de sus gentes, la comida y los paisajes. También esa sensación de descubrir un mundo nuevo a cada paso, especialmente en Tokio, que se caracteriza por un ambiente muy diverso, pintoresco y también un poco alocado. Cada barrio, cada parte del país es un conjunto de realidades fascinantes, opuestas pero que conviven en armonía.

¿Es cierta la mezcla de tradición y modernidad?
— Sí, por ejemplo, cuando caminas por la calle te puedes cruzar con una mujer que usa kimono, una chica vestida de personaje de cómic, con lacitos y minifalda, o un hombre con traje y un chico vestido a la última. La tecnología es punta. Cada producto, instalación o servicio está pensado para hacer la vida y el día a día llenos de confort. Como curiosidad, solo decir que los inodoros emiten un tipo de sonidos parecidos al del caudal de un río, para disimular otros sonidos poco agradables.

También admiro la consideración hacia los otros que reina en la atmósfera y la cultura del país; aquí si una persona está constipada se pone una mascarilla al salir a la calle para no infectar a los demás, y en los trenes y metros está prohibido hablar por teléfono para no molestar.

¿No resulta todo un poco encorsetado?
— Bueno, precisamente lo que menos me gusta son la presión y la rigidez social que imperan. Es una sociedad muy competitiva en la que las formas y los modales lo son todo. La gente a menudo sacrifica su vida personal por el trabajo y hay un elevado nivel de soledad y soltería.

Creo que las relaciones humanas son mucho más distantes de lo que nosotros estamos acostumbrados; eso no quiere decir que no se necesiten unos a otros, pero su forma de relacionarse es muy diferente a la nuestra, no tan próxima como en Occidente.

¿Qué le llevó a su nueva vida en Tokio?
— Decidí irme a Japón básicamente porque hace mucho tiempo que siento un gran interés por el este asiático. Después de especializarme en mi postgrado en esta región, decidí pisar el terreno para entender su realidad social y política. Japón era una asignatura pendiente, y aquí encontré el programa y el ambiente ideal para cursar mi doctorado, en el que he volcado todas mis energías y conocimientos.

¿Domina el idioma?
— De momento solo hablo un japonés básico, pero mi nivel y estudios de chino previos me están ayudando a adentrarme en la nueva lengua con más facilidad.

¿Es la primera vez que reside en el extranjero?
— No. En 2008 cursé mi último año de carrera en Virginia, en Estados Unidos, y en 2012 me trasladé a Beijing, donde he vivido durante dos años.

Entonces no habrá sido tan difícil aclimatarse a un nuevo país...
— Lo que hizo más sencilla mi llegada fue el tener una red de amigos y contactos que me ayudan en todo. Los japoneses necesitan tiempo para abrirse y confiar, pero una vez lo hacen, son auténticos amigos. Pero Japón sigue siendo un país cerrado, en el que es difícil entrar si no tienes amigos, pareja o hablas japonés con fluidez; yo tengo suerte en los dos primeros aspectos.

¿Conoció a su compañero en Tokio?
— No, nos conocimos en Beijing hace casi tres años. Lo cierto es que es bastante común ver parejas de un chico occidental y una chica japonesa pero no a la inversa. Para mi la mayor diferencia en cuanto a las relaciones es el sentido del tiempo. Ellos son mucho más ritualistas, necesitan más pasos para aproximarse y cuesta más tiempo conocer a la otra persona. No son efusivos ni directos como en Occidente. Nunca se puede generalizar, pero también es distinta la comunicación. Los hombres japoneses demuestran más con hechos y no por las conversaciones o las expresiones. Los japoneses tampoco suelen decir un 'no' rotundo cuando no les apetece algo, han de dar mil vueltas a las frases para expresar su verdadera opinión. Es como una danza de palabras para no hacer sentirse mal al otro, y eso a los extranjeros nos confunde muchísimo, cuesta interpretarlo.

Siempre se comenta la carestía del suelo y la falta de espacio en Japón. ¿Cómo es su lugar de residencia?
— Vivo sola, en un barrio residencial muy tranquilo, se llama Suginami-ku. Las casas son tradicionales, en las que debes descalzarte antes de entrar, y en el interior constan de habitaciones separadas por puertas correderas. Mi piso mezcla el estilo occidental y el japonés. Para comer me siento en el suelo con cojines, como en los típicos tatamis. No es un espacio grande pero es suficiente, y no es caro porque tengo que coger el tren y cambiar dos veces de línea para llegar desde el centro de la ciudad.

Y su día a día, preparando el doctorado, ¿cómo es?
— Consiste en atender clases intensivas de japonés. Suelo comer con amigos japoneses o chinos para intercambiar la lengua y por la tarde me dedico a la tesis. Tengo seminario los martes para presentar mis avances y discutirlos con el profesor y compañeros, para obtener críticas constructivas. Es un programa bilingüe, inglés-japonés, así que los estudiantes extranjeros presentamos y escribimos en inglés. Estoy en una fase inicial de la investigación y la propia universidad me financia con una beca.

El proceso burocrático para conseguirla es muy competitivo, no es nada fácil. La universidad japonesa es una comunidad, una familia que te ampara; si trabajas duro te provee de muchas facilidades y ventajas. Más adelante ese papel lo adoptan las empresas.

¿Es importante el centro en el que se cursa una carrera?
— Sí, los estudiantes japoneses se implican con la universidad, ya que el centro en el que has estudiado marca tu rumbo futuro profesional y los círculos y conexiones en los que te moverás. Por ejemplo en Waseda la gente está orgullosa de pertenecer a esta universidad, se aprenden el himno propio, que se canta en ocasiones especiales, con ceremonias de entrada, y hasta está disponible en los karaokes.

¿Cómo ven ellos Occidente?
— Están muy interesados, la cultura occidental se considera lujosa y fashion. Especialmente les interesa probar comida de otras culturas, aquí hay bastantes restaurantes españoles, y aprender nuevas lenguas.

¿Cuál es la situación económica del país? Se dice que acaba de entrar en una nueva recesión, que hay una cierta parálisis desde hace años ¿lo nota?
— El incremento de las tasas del 5 al 8 por ciento es lo que más preocupa en la calle y los medios de comunicación. Esa subida ha influido notablemente en la vida diaria. Pero debido a que la situación financiera no es muy buena, mucha gente está dispuesta a asumir sacrificios pensando en las generaciones futuras. De todos modos, veo poco interés en la política y que hay más una preocupación constante por mantener las tradiciones al mismo ritmo que la influencia de otras culturas. (El IVA subió en abril de 2014 y lastró el consumo interno, que supone el 60 por ciento de la economía nipona).

¿Qué otras inquietudes percibe?
— Existe el debate sobre cómo influirá el Abenomics (el plan de reforma económica impulsado por el primer ministro Shinzo Abe) y si polarizará la sociedad entre ricos y pobres. Porque lo interesante de Japón es que, fruto de su cultura, se sitúa en un lugar primordial al conjunto de la población, no a los extremos. Así, se favorece sobre todo a la clase media, ya que se considera que la mayoría de la población es el equivalente real al concepto de nación próspera.

Así, no está muy bien visto destacar del resto...
— Es otra característica interesante, los japoneses de alto poder adquisitivo no son ostentosos sino bastante austeros de cara al público. Eso muestra respeto hacia los demás y es una manera de protegerse. Hay un dicho en japonés, «los árboles altos están más expuestos al viento». Existe un sentido de la humildad y la educación que admiro, en Occidente muchas veces se asocian a la debilidad, cuando en realidad son dos actitudes potentes y loables.

¿Volverá a Menorca?
— Dudo que lo haga en un futuro próximo más que de visita. Pero Menorca, el recuerdo de mi infancia, la pureza de la Isla y su gente están conmigo. La añoranza y orgullo de los míos y de mi tierra siempre me acompaña.

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