Es la nueva cara de la pobreza, el rostro de quien padece las consecuencias del 'boom' del alquiler turístico y la ausencia de viviendas a precios asequibles. Trabajador, con un contrato y sueldo digno, pero con residencia en la Casa de Acogida. Baba Ali es uno de los usuarios de estas instalaciones para personas sin hogar, a pesar de haber encontrado trabajo de camarero en un restaurante de Ponent y tener una nómina que supera los 1.500 euros mensuales. La situación de sinhogarismo no se produce en este caso a causa de la precariedad económica sino que el problema radica en la inexistencia de viviendas para arrendar.
Baba Ali comparte o ha compartido espacio (algunos ya han salido) en la Casa de Acogida de Ciutadella con otros cinco trabajadores con una situación similar. Ya lo advertía Caritas de Menorca cuando destapó este nuevo problema de personas con trabajo y sin hogar. Resurge el problema de la vivienda, pero desde otra dimensión.
Procedente del Sáhara, ya había residido en la Isla entre los años 2002 y 2007. Era empleado de un establecimiento hotelero que le proporcionaba alojamiento. No obstante, por asuntos personales regresó a su país. Ahora, ya casado, decidió volver en busca de una mejora en su calidad de vida y poder traer a su mujer, un sueño que de momento se ha visto truncado. Llegó a principios de junio. Buscó casa para alquilar, sin éxito. Acudió al departamento de Servicios Sociales a través del que pudo alojarse en un hostal durante dos días, hasta que se vació una cama en la Casa de Acogida. Cuando entró no tenía aún trabajo.
«No hay nada para alquilar», lamenta. «El problema no es el precio, es que no hay sitios para alquilar», indica y agrega que «somos seis que estamos en esta situación, podríamos pagar hasta 1.800 euros en conjunto, pero no encontramos». Tanto Caritas como la trabajadora social, así como inmobiliarias que han consultado están buscando soluciones, de momento sin éxito. Baba Ali teme que en breve tenga que abandonar la Casa de Acogida porque hay personas en peor situación. «Tenemos que buscarnos la vida» y no hay opciones.
De la Casa de Acogida sale a las nueve de la mañana, tal como lo estipulan las normas. Y en ocasiones no regresa hasta bien entrada la media noche. La falta de un descanso digno y de un hogar le están agotando. Y asegura que si su situación no mejora cuando concluya este contrato de verano deberá marcharse.