Una oferta laboral le abrió a Lahcen Darbali (Zagora, Marruecos, 1979) la posibilidad de saltar de continente. Su trabajo como guía en el sector turístico de Marruecos le hizo siempre estar muy en contacto con el resto del mundo, lo que le llevó a mudarse a Barcelona en 2007, donde pasó cuatro años.
Y en 2011 aterriza en Menorca.
— Sí, recuerdo que era a finales de mayo. La cuestión es que yo tengo un primo que por aquella época estaba trabajando en Cala en Porter. Él ya llevaba muchos años viviendo aquí, y como sabía que tenía experiencia como camarero y hablaba idiomas me dijo que podría estar bien que viniera a la Isla. El primer año estuve trabajando con él, pero en 2012 decidí cambiar y me fui a Cala en Bosc. Mandé unos cuarenta currículos y me llamaron del restaurante Bahía, y allí comencé como relaciones públicas, donde aún sigo todavía.
¿Tenía experiencia en esa profesión?
— No exactamente, aunque me servía la experiencia de haber trabajado como guía turístico. Ya sabía cómo tratar con la gente. Hicimos una prueba y todo salió bien. En Marruecos trabajaba para una compañía propiedad de una familia local que tiene muchos hoteles, un modelo que se basaba en la instalación de jaimas para pasar la noche en el desierto. Una de las zonas estaba cerca de mi pueblo, a unos 25 kilómetros. Allí comencé a trabajar como responsable de todo, como guía, encargado de control, para cualquier cosa que pasara. A veces también hacíamos excursiones al corazón del desierto en 4x4 para pasar unos días.
¿Le gustaba ese trabajo?
— Sí, pero en ocasiones resultaba muy duro cuando hacía mal tiempo. Allí el viento es muy fuerte y resultaba complicado trabajar. En mi vida llegó un momento en el que tuve que elegir entre seguir estudiando o trabajar. Pero lo que ocurre es que mi padre murió cuando tan solo tenía tres años, y entre todos teníamos la responsabilidad de sacar adelante la familia. Así que un amigo me ayudó a entrar a trabajar en prácticas en un hotel para aprender, y allí estuve durante seis meses sin cobrar. Poco a poco, así es como comencé a hacer el camino de mi vida.
¿Nunca ha tenido problemas para encontrar trabajo?
— Bueno, durante una época en Barcelona sí que fue un poco más complicado. Cuando terminé mi primer trabajo estuve buscando mucho tiempo, y en cinco meses no encontré nada. Ésa fue también una de las razones que me trajeron a Menorca, y la verdad es que aquí encontré muchas oportunidades. Ahora trabajo de mayo a octubre, solo durante la temporada turística; pero bueno, cobro bien y estoy muy feliz.
¿Viaja mucho a Marruecos?
— Algunas veces, la verdad es que no mucho. Mi mujer lleva aquí ya tres años. Ella también está muy contenta en Menorca, y también ha trabajado conmigo en el restaurante Bahía.
¿Cómo se encuentra en la Isla?
— Mi vida aquí está perfectamente. Además tengo una hija de diez meses que ha nacido aquí. La vida en Menorca me gusta mucho, me siento como en casa, como si fuera mi país. Lo que más me gusta de la Isla es su gente, más que cualquier otra cosa. Tengo muchos amigo aquí y en seis años no he tenido ningún problema con nadie.
Veo que se siente muy bien acogido e integrado.
— Al cien por cien. Muy bien acogido. La gente me trata bien y me ayuda cuando lo necesito. Por ejemplo, este año lo estoy pasado algo mal por problemas de salud de mi madre, y mis amigos me han apoyado mucho. Ahora, por suerte está bien. Bueno, bien es un decir, porque los hospitales que tenemos en Marruecos no están tan bien. Este año voy a pedir un visado para ver si puedo traer a mi madre aquí. Allí al final estamos pagando mucho dinero y al final para nada. El mismo doctor que te atiende en un hospital público te deriva a una clínica privada en la que también trabaja él. En mi pueblo, la cuestión sanitaria está especialmente mal, fatal. La gente lo pasa mal. Pocos médicos quieren instalarse en esa zona del país.
¿Cómo están las cosas por allí?
— Marruecos es un país que tiene montaña, desiertos, buena gente, una gastronomía rica, pero la situación política es mala. La mayoría de los políticos son unos mentirosos. Por allí no andan bien las cosas, y como te comentaba antes, la sanidad, fatal. Pero es un pueblo con muy buena gente.
Gente que arriesga sus vidas para dar el salto a Europa.
— Cuando estuve en Barcelona encontré muchas personas que habían llegado así. Pasé cuatro meses en una zona que se llama Sant Ildefons, donde había muchos marroquíes y la mayoría de ellos, casi el 90 por ciento, había llegado en patera. Hay poca gente que, como yo, llegue con un contrato de trabajo; tuve suerte.
¿Qué planes de futuro tiene?
—Mi futuro está en España. Ojalá encuentre algún trabajo para la época de invierno. Tengo una vida estable, perfecta, sin problemas. Mis planes no pasan por regresar a Marruecos. Quiero pasar toda mi vida aquí con mi familia. Yo siento que éste es también mi país. Soy extranjero, pero de corazón soy español. Cuando pasa algo malo en España, me siento mal; y cuando España, por ejemplo, gana la Copa del Mundo de fútbol, también salgo a la calle a celebrarlo con la gente; compartimos las cosas buenas y las cosas malas. Especialmente me duele cuando algún marroquí hace algo malo, como ha sucedido recientemente en Barcelona. Me sabe muy mal.
¿Eso le ha pasado factura socialmente?
— Son cosas que nos hace daño. Algunas veces cuando me pregunta la gente de dónde soy, me toca, la verdad, a la hora de decir que soy marroquí. Porque por ejemplo ahora solo se habla de lo que ha pasado en Barcelona. Las personas a veces tienden a mezclar las cosas. Yo lo que creo es que hay gente mala y gente buena en todos los países. Pero por otra parte, también me encanta ver cuando un marroquí hace algo bueno aquí por los españoles.
¿Ha sufrido alguna vez algún tipo de discriminación por su origen?
— Nunca. Llevo diez años aquí sin ningún problema con nadie. Soy una persona abierta, y muchos españoles viene a comer cous cous a mi casa, también extranjeros que conozco a través de mi trabajo.
Hablar idiomas ayuda a hacer más amigos, supongo.
— Sí, hablo francés, castellano, inglés y árabe. Pero luego, hay personas como mi jefe, que además son amigos. Cuando estoy trabajando con él nunca pienso que es mi jefe, pienso como si el restaurante fuera mío, y eso me ayuda a trabajar tranquilo, es como si fuera mi negocio; cuando hay gente estoy contento, tenemos mucha confianza entre ambos.
¿Qué es lo que más le gusta hacer en Menorca e su tiempo libre?
— Los planes que tengo para el próximo invierno son estudiar, sobre todo castellano. Si no hay trabajo en invierno, hay que aprovechar el tiempo. La playa también me gusta mucho, aunque en verano es complicado por los horarios de trabajo; pero en los días libres me gusta ir a sitios como Cala Galdana o Son Bou.
¿Qué echa de menos de su país?
— Familia y amigos, pero la mayoría están fuera de Marruecos. En la zona en que vivimos, la primera economía que tenemos es el turismo. Fuera de eso, poco hay que hacer. No hay trabajo suficiente, pero la gente se busca la vida.
¿Cómo resumiría su experiencia lejos de Marruecos?
— Llevo en España diez años y estoy muy feliz.