Suele decir siempre el antiguo corresponsal de guerra de TVE y ahora escritor de éxito de novelas Arturo Pérez Reverte que existen dos fórmulas para adquirir cultura en la vida: leer, la económica, y viajar. Miquel Villalonga Tutzó, conocido como Climent por el supermercado de Maó Casa Climent que montaron sus padres, ha optado por la segunda, porque se lo puede permitir.
Villalonga, natural de Maó y con 47 años de edad, es el menor de tres hermanos. Gracias a sus negocios como empresario inmobiliario dispone de tiempo y los recursos necesarios para dedicarlos a su gran pasión en la vida, además de su familia: viajar por el planeta.
«Empecé a conocer mundo con 22 años, y desde entonces ya no he parado», explica. Se estrenó a lo grande en el sector de los viajes con tres destinos, todos ellos en 1992: Santo Domingo, México y Nueva York. Teniendo en cuenta que desde esa época realiza entre tres y cinco salidas al año, calcula que ha emprendido más de un centenar de desplazamientos. Lo que sí sabe con absoluta certeza es que ha visitado 48 países, pertenecientes a los cinco continentes. En el mundo hay aproximadamente 200 estados, por lo tanto, este menorquín, con más aspecto de anglosajón o incluso escandinavo, ha conocido uno de cada cuatro.
Pero no solo ha hecho la maleta para conocer otros países. Como buen viajero también conoce la tierra que le ha visto nacer. En este sentido, ha recorrido al completo España, a excepción de algunas de las Islas Canarias.
Ante la pregunta de por qué tanto viaje, Climent no duda en afirmar que «me encanta porque te enriquece el alma». No es de los que se apunta a excursiones programadas. «Si quieres conocer México, no te puedes meter en un complejo hotelero de Cancún. A mí me gusta coger vehículos y desplazarme hasta la periferia y conocer personas». Reconoce que lo suyo no es el «turismo estético» o viajes de grupos. Por ello, prefiere las carreteras comarcales a las autopistas. «Son más auténticas».
De hecho, es una persona independiente a la que le gusta vivir aventuras en sus desplazamientos por el mundo. «No soy un inconsciente», puntualiza. «Simplemente, para mí viajar es vivir experiencias, y eso solo lo puedes hacer descubriendo por ti mismo el país que estás visitando». Para conseguir ese efecto no duda en programar viajes de entre diez días y hasta un mes entero.
Tanto viaja acompañado por su mujer y sus dos hijas, como solo o con amigos. El caso es darle uso al pasaporte.
Climent reconoce la influencia de familiares viajeros que ha tenido en su vida: su hermano mayor y un tío suyo que ejerció como sacerdote en la iglesia de Santa Maria, en Maó, Miquel Tutzó. «Veinte mil leguas de viaje submarino», «Cinco semanas en globo» o «De la tierra a la luna» son algunos de los libros que le han marcado desde joven y animado a intentar emular a sus protagonistas. «Me fascina el carácter viajero y a la vez futurista de Julio Verne», añade.
Nueva Zelanda, China, Australia, Japón, Polinesia Francesa, Estonia, Polonia, Túnez, Marruecos, Egipto o Sudáfrica son solo algunos de los países que ha visitado. Aunque ha nacido en Menorca, es un enamorado de la montaña y la nieve, y por ello ha estado en varias ocasiones en Suecia –tres veces-, Finlandia –dos veces- y las islas Svalbard, pertenecientes a Noruega y ubicadas en pleno Océano Glacial Ártico. Ha viajado a este último enclave en seis ocasiones. «De Europa, solo me falta por conocer Bulgaria y Grecia», reconoce con ironía.
Pasión americana
Otra de sus pasiones son los Estados Unidos. «He conducido 20.000 kilómetros por ese país. Tengo aún pendiente estar en Florida. Cuando lo haga, habré recorrido toda esa nación». El Monument Valley, el Gran Cañón del Colorado, Yellowstone y uno de los lugares más calurosos del mundo en verano, el Valle de la Muerte, son algunas de las escalas que ha realizado. «He conocido con mi familia todos sus parques naturales». Y es que vivir la naturaleza virgen es otra de sus obsesiones en sus viajes.
Los rascacielos de Nueva York o el paseo de la fama de Hollywood en Los Ángeles también se han quedado grabados en su retina. En Las Vegas ha estado seis veces y solo se ha gastado 50 euros en las máquinas tragaperras. «Lo hice para la foto», reconoce entre risas. Este mismo verano ha vuelto a completar por tercera vez la famosa Ruta 66, la cual, con casi 4.000 kilómetros de distancia, recorre horizontalmente buena parte de la geografía del país gobernado por Donald Trump.
«He podido comprobar que es verdad el mito de que muchos estadounidenses del centro del país son incapaces de ubicar España en el mapa», explica con sorpresa. «No puedo entender cómo pueden ignorar la que fue en su día la cuna de su nación», añade.
Tanto viaje da mucho de sí y por ello tampoco han faltado vivencias de todo tipo como lanzarse desde la azotea de la Sky Tower de Nueva Zelanda, con 328 metros de altura, por ejemplo. «Son recuerdos imborrables". Otros, con cierta dosis de peligro: «Una vez en Lyon, a las tres de la mañana, tuve que pisar a fondo el acelerador ante un semáforo en rojo, para escapar de cuatro individuos que corrían desde la acera hacia mi vehículo, con cara de pocos amigos». Climent también relata como el coche que había alquilado con un amigo les dejó tirados en plena carretera de Noruega, «en medio de la nada», también por la noche, a una hora conduciendo de la población más cercana. «Allí la gente es superhospitalaria, porque enseguida se paró alguien y pudimos llamar a una grúa para que nos remolcasen».
Reconoce que no le acaban de gustar los países subdesarrollados o en vía de desarrollo. En Tailandia asegura que se llevó una impresión muy negativa al contemplar la impunidad del turismo sexual, especialmente con menores. «En la peluquería del hotel en el que me hospedaba podías tener otro tipo de servicios de las peluqueras, si lo querías… Es una triste realidad que, por supuesto, no comparto, pero que he visto con mis propios ojos».
Ante el auge que está teniendo internet a la hora de concertar tu propio viaje a golpe de clic, Climent no duda en recomendar el recibir asesoramiento por parte de una agencia física de viajes. «En mi caso y con el grado de complicación de mis trayectos, acudo siempre a Viatges Magón, porque puedo contactar con ellos desde cualquier punto del globo y a casi a cualquier hora para hacer cambios sobre la marcha», explica. El uso de guías locales cuando es preciso también entra en sus preparativos de viaje.
Este empedernido viajero aconseja a sus congéneres isleños que viajen todo lo que puedan. «Te cambia la forma de pensar e incluso la personalidad», añade. En su opinión, el menorquín medio no corre demasiados riesgos y es más amante de las rutinas. «Si mi familia hubiese tenido ese carácter, no se hubiera arriesgado a abrir la primera gran superficie de Menorca en un polígono industrial, en 1979». Desde su punto de vista, sin riesgo no existe la posibilidad de éxito. «Mi padre fue lo que hoy se conoce popularmente como un emprendedor».
En el último viaje que emprendió desde finales de octubre hasta mediados de noviembre del año pasado, recorrió el norte de Inglaterra, Noruega -¡cómo no!-, Polonia, Múnich y Barcelona. Casi nada...