Sentada en un aula vacía de su academia de baile en Ciutadella, Aurore Gracient echa la vista atrás para pasar revista a su aventura menorquina, un periodo de su vida que este año cumple ya casi un cuarto de siglo. Acabar aquí, un lugar que considera su casa y donde dice que está su futuro, no ha sido fruto de una casualidad, el hecho de veranear en la Isla desde bien pequeña ha tenido mucho que ver. Casi sin rastro de su acento francés, nos cuenta su particular historia.
Nacida en Francia, pero muy ligada a la Isla desde una edad muy temprana. ¿Cierto?
—Sí, venía a Menorca desde muy pequeña. Y la razón de esa relación con la Isla tiene su origen en que mis abuelos acogieron en París durante la Guerra Civil a un señor de Barcelona que tenía familia en Menorca. Ayudaron mucho a esa persona, y ésta, como forma de agradecimiento, invitó a mis abuelos a visitar Barcelona y también la Isla. A raíz de ese contacto, mi madre con sus hermanos vinieron aquí a veranear durante muchos años. Además, una tía mía se casó con un menorquín.
Tengo entendido que el amor también tuvo algo que ver en su aventura menorquina.
— Siempre veníamos de vacaciones a la Isla y en uno de esos veranos conocí a quien hoy es mi ex-marido. Fue entonces cuando decidí dejarlo todo y venirme a vivir a Menorca, a la aventura, a ver qué pasaba. También hay que decir que la primera vez que vine a la Isla lo hice en la barriga de mi mamá.
¿Qué representa la Isla en su vida?
—La Isla es una parte importante de mi vida, era y es mi paraíso. Venir de una ciudad como París a un sitio con tanta naturaleza fue muy impactante. Por otra parte, el hecho de tener familia aquí fue algo que nos unió mucho.
Hace ya 25 años que tomó la decisión de venir . ¿Cómo ha sido la experiencia?
—La verdad es que muy buena. Lo que ocurre es que yo no conocía Ciutadella, ya que éramos de la parte de Sant Lluís, y por eso tuve que hacer un proceso de descubrimiento. Pero fue una buena experiencia.
Acostumbrada a venir solo de vacaciones, ¿fue muy duro en contraste con la vida del día a día en la Isla?
—Llegué en verano, así que me sirvió como periodo de adaptación. No encontré trabajo porque a esas alturas resultaba complicado, ya era casi finales de julio. Después llegó el invierno, y fue una gran sorpresa para mí, porque nunca había visto la Isla en esa estación.
¿Qué le pareció?
—Un lugar precioso; me enamoré aún más del lugar. Todo tan verde, la tranquilidad... Me encantó. Desde el principio me sentí muy a gusto y como en mi casa, no echaba nada de menos París.
¿Y ahora lo echa de menos?
—Mi casa está aquí. Acabo de regresa de París y cuando llegué al aeropuerto sentí que ésta es mi tierra, con esa sensación de paz y tranquilidad. Me siento bien aquí.
¿Cómo fue su incorporación al mundo laboral?
—Eso ya fue un poco más complicado. Me vine desde París con mi coche y cuatro trastos. No tenía nada y mi primer paso fue proponer un proyecto a la Casa de Cultura para abrir una escuela municipal de danza, ya que vi que no había ese servicio en el pueblo. Costó un poco empezar, pero un año después de presentarlo dieron el visto bueno al proyecto. Antes de eso trabajé también en Ferreries, en la escuela de Sant Francesc, donde estuve casi doce años. Y mientras tanto, pues también algunos trabajos de verano, en un hotel, como animadora.
¿Pensó que había un vacío a nivel de danza en la oferta cultural de Ciutadella?
— Sí. Yo había estudiado en el Conservatorio y tenía la carrera de danza clásica y contemporánea, y vi que aquí había un vacío. Fue eso lo que me animó a lanzar el proyecto, y así fue como conocí a Pacífic Camps, que en aquella época era el director de la Casa de Cultura. Les dije que me parecía interesante la idea de ofrecer al pueblo clases de danza, que podía ser algo positivo. Y así empezó todo.
Y fue directora del centro durante una década. ¿Cómo fue la experiencia?
— Buena. Pero luego, con los cambios políticos se decidió que la danza se sumara a la Escola de Música. Hubo cambios y no hubo acuerdo para seguir adelante. Lo positivo es que creo que ayudamos a lanzar un poco el mundo de la danza en Ciutadella. Mi trabajo ha sido, aparte de ofrecer un servicio y una formación en danza, participar en cualquier proyecto para abrir la cultura de la danza a Menorca. Ese sigue siendo mi primer objetivo aún hoy día. Intentamos siempre participar en eventos para fomentar la danza dentro del mundo cultural. Es importante culturizar a la gente en este mundo; mi objetivo es abrir puertas.
Defienda la danza como herramienta formativa.
—Es un modo de expresión. A nivel físico aporta unas condiciones de psicomotricidad, aprendes a gestionar el espacio en el que te mueves; también es como una forma de meditar, ayuda a expresarse a la gente que le cuesta decir las cosas verbalmente; es una herramienta de alguna forma liberadora, y por eso considero la danza como algo importante, como cualquier otra actividad física. Es un arte. En su día yo vi que en Ciutadella tenían presencia todas las artes excepto la danza.
¿Cómo nació su pasión por ese arte?
—A los cuatro años le dije a mi madre que quería bailar. No sé de dónde me vino esa vocación porque no hay nadie de mi familia que baile o sea artista. Me llevaron al Conservatorio, pero me faltaba todavía un año para poder entrar, pero conseguí que me cogieran a prueba, y allí acabé haciendo la carrera. Nacer en París me ofreció la posibilidad de tener una formación de alto nivel; y aquí tuve una gran oportunidad de hacer lo que estoy haciendo.
Tras abandonar la escuela municipal, se embarca en la aventura de Art en Moviment.
—Exacto, en 2018 cumplimos ya 13 años. Es un proyecto que nació a raíz de las dificultades que encontraba a nivel municipal. Yo quería un lugar en el que realmente poder ofrecer toda una formación completa y un servicio adecuado en un buen espacio. Lo encontré, y a raíz de ahí comencé a desarrollar un proyecto pedagógico, una formación que está abierta a los que quieren aprender sin el objetivo real de ser bailarina, pero también es un lugar para formarse de cara a seguir con un grado superior. Hay algunos alumnos que han ingresado en el Instituto de Teatro y ese es el mejor agradecimiento que puedo recibir.
Además de academia, Art en Moviment es también una compañía de danza.
—Sí, un proyecto para el que selecciono chicas con un nivel más avanzado, alumnas más inquietas; un espacio en el que podemos iniciar un trabajo preprofesional específico a nivel escenográfico. Se trata de un proyecto que se creó para ese fin hace ya siete años.
¿Cuál es la mayor satisfacción que le ha proporcionado su proyecto formativo?
—Comprobar que mi trabajo da resultado. Ver que hay gente que sigue fuera con los estudios, ver a los alumnos felices sobre el escenario. Lo que me gusta es que el proyecto no solo soy yo quien dice lo que hay que hacer, también pregunto a los alumnos qué es lo que ellos quieren hacer, qué les apetece. Yo no considero la danza como una forma acrobática, mi trabajo es comunicar, enseñar a hablar a través de nuestro cuerpo. Es un trabajo conjunto, y a partir de ahí creamos.
¿A nivel personal que supone este arte en su vida?
—La danza es mi equilibrio, me apasiona, sin ella no me encuentro bien. Necesito bailar y necesito enseñar. Los alumnos me dan lo que necesito.
Lo que veo es que hay bastante gente que viene de fuera que se dedica a la danza y que tienen muy buena sintonía entre todos.
—Cierto. Algo que se tradujo en la fundación de la asociación Asdedans.Me. Somos siete escuelas en la Isla y para hacer más fuerza nos embarcamos en este proyecto que es un poco más grande en un panorama complicado, en el que contamos con muy pocas ayudas. Seguimos en activo, aunque hace ya dos años que no organizamos festivales, pero con las subvenciones que recibimos es inviable.
¿Qué nivel de danza hay actualmente en la Isla?
—Es bueno, en Menorca se baila bien. Ha evolucionado mucho y hay muchos alumnos, las escuelas están llenas.
¿Siguen sus hijos con la tradición familiar dedicarse a la danza?
—El mayor bailó cuatro años y se cansó porque había demasiadas chicas (risas); pero mi hijo pequeño sigue bailando. Les gusta la danza, desde muy pequeños venían conmigo a los ensayos, en los teatros.
¿Sigue siendo la danza un territorio femenino en las escuelas?
—Contginúa costando que los niños se apunten a las clases, se sigue pensando en general que es una actividad de chicas, existe ese estereotipo. Pero yo tengo la suerte de que cada año tengo chicos matriculados. A veces uno, otros cinco. Pero eso pasa aquí, si vas a París es diferente, es normal que casi cerca de la mitad de una clase sean chicos. Aunque es una disciplina que no está reconocida dentro de las disciplinas deportivas, somos atletas. Necesitamos una preparación física muy buena para poder bailar.
¿Qué es lo que más le gusta de vivir en Menorca?
—Estar cerca de la naturaleza, la facilidad de encontrar sitios vírgenes, la belleza pura.
¿Y lo que menos?
—Me gusta todo. Cuando tengo ganas de ver a la familia cojo el avión y me voy. Eso sí, cada vez voy por periodos más cortos, estoy muy acostumbrada a la vida aquí. Con una semana basta (risas).