Nació...
— El 13 de abril de 1988.
Actualmente vive en...
— Ciutadella.
Llegó a Menorca...
— De vacaciones en 1996 y se mudó a vivir en 2009.
Ocupación actual
— Guía turística, pero tiene formación en Educación Infantil.
Familia
— Casada con un menorquín.
Su lugar favorito de la Isla es...
— Cala Mitjana y Cala Escorxada.
Su primer contacto con la Isla fue cuando vino de visita en 1996, con apenas ocho años. Desde entonces, no ha habido un verano en el que no haya estado en Menorca. Al final, lo que solamente era un destino vacacional se convirtió en su casa.
¿Eligieron Menorca por alguna razón en especial?
—Antes solíamos ir siempre de vacaciones a Grecia, pero mis padres decidieron que querían buscar un sitio que estuviera más cerca, en el que también hubiera mar pero que tampoco hiciera demasiado calor, porque en aquel momento mi hermana tan solo tenía un año. Así que se decantaron por Balears y llegamos a Menorca. Supongo que el hecho que desde la agencia de viajes les vendieran el destino tranquilo y familiar ayudó un poco.
Era tan solo una niña cuando vino por primera vez, pero ¿se le quedó algún recuerdo grabado de su llegada?
—Me encantó. Nos alojamos en Cala en Bosc, en el Hotel Aldea, que estaba al lado del mar. Tengo el recuerdo de la facilidad con que podíamos llegar a la playa desde allí. Eso fue lo que más me gustó.
¿Cree que conectó de alguna forma especial con la Isla?
—Sí. Aunque al principio no me di cuenta tanto. Cuando era niña lo veía solo como las vacaciones, ir a la playa y conocer gente nueva, hacer amigos. Pero luego, de mayor, cuando comencé a trabajar en Suiza, me di cuenta de que al volver siempre lloraba como una Magdalena.
¿Síndrome postvacacional?
—Tenía un sentimiento que no sé muy bien qué era, aún me cuesta describirlo, pero creo que simplemente es que me sentía bien aquí, me sentía feliz. Creo que realmente me di cuenta cuando volví al trabajo; yo vivía en Winterthur y trabajaba en Zurich, y cada día hacía el mismo recorrido en tren, con toda la gente vestida de negro, trajeada y corriendo. Y después de la tranquilidad de la Isla veía eso y me daba algo.
¿En qué trabajaba en Suiza?
—Yo soy educadora infantil originariamente y trabajaba en una escuela privada de Montessori.
¿En qué momento decide que es el momento de mudarse a Menorca?
—En 2009. Durante mucho tiempo le estuve dando vueltas a la idea de venir a hacer una temporada para probar, incluso como animadora al hotel al que siempre nos hospedábamos. Pero lo que ocurrió es que conocí a un amigo y decidimos abrir un bar en Son Xoriguer. Después de mucho hablar y pensar, eso fue lo decisivo.
¿Cómo fue la experiencia de convertirse en emprendedora?
—Aprendí mucho. Aunque no fue un camino fácil. Fue una forma de entrar en el mundo del turismo y aprender cosas en las que no tenía experiencia. Siempre me he considerado una persona de trabajar con gente, de estar cara al público, no soy de oficina. Pero después me desvinculé del negocio.
Pero no de Menorca.
—Efectivamente. El primer invierno me fui de viaje a Ecuador, una aventura que me gustó mucho y no me quería volver, pero cuando lo hice viví un momento clave que me hizo saber que ésta era mi casa, y fue la sensación de ver el paisaje mientras regresaba en autobús desde Maó a Ciutadella.
Llegó y cambió de trabajo.
—Sí, y curiosamente me contrataron en la recepción del hotel al que venía de vacaciones desde pequeñita. Me ofrecí diciendo que no tenía experiencia en ese campo pero que sí sabía como tratar a un cliente y varios idiomas.
¿Cómo le han ayudado los idiomas en su carrera y cuántos habla?
—Fluido hablo español, alemán, inglés y el suizo, pero también entiendo un poco de holandés e italiano; cuantos más idiomas escuchas, más se te hace el oído.
¿Y con el menorquín qué tal? ¿También lo habla?
—Bien, sí, también lo hablo. Fui dos inviernos a la escuela de adultos. Y luego mi marido, con quien me casé el año pasado, es menorquín. Sabía que me quería quedar aquí y por eso quería aprender también el idioma.
Y al final todo eso le condujo a trabajar como guía turística.
—Sí, ese fue el siguiente paso, trabajar para la compañía TUI, donde ya llevo un tiempo. Es un trabajo que me gusta mucho. Ellos te ponen un objetivo, pero te dan la libertad sobre cómo llegar a él, y eso es algo que me gusta, porque me permite ser yo misma, no me tengo que disfrazar de lo que no soy. A los turistas, durante el encuentro de bienvenida, lo primero que les explico es quién soy yo, y que el objetivo es que lo bueno que yo encontré aquí en la Isla también lo disfruten ellos durante las vacaciones.
Desde dentro, ¿qué le parece el modelo turístico de la Isla?
—Me gusta que se promociona que es una isla tranquila, sin turismo de masas, y espero que siga así.
Aunque lo de la masificación cada vez se deja notar más en temporada alta.
—Sí, pero nada que ver con lo que sucede en lugares como Mallorca, y eso es algo que los clientes valoran de Menorca y saben apreciar. Aquí tenemos muchas cosas buenas que ofrecer, como el Camí de Cavalls, por ejemplo. Espero que siga siendo una isla familiar, creo que tenemos que tener cuidado de no perder eso, mantener los mismos valores.
Pero que se promocione bien.
—Exactamente. Por ejemplo, que sea un destino más caro a mí tampoco me disgusta tanto, es preferible tener turismo de calidad y no de cantidad. Creo que esa es la apuesta, pero también opino que hay que trabajar para tener más vuelos directos. Con buenas conexiones, la gente viene.
¿Qué es lo que más valoran los suizos cuando vienen a la Isla?
—Que está todo muy limpio. Ellos mismos reconocen que en Suiza tenemos un standard muy alto, y ven que en Menorca se cuida mucho eso. También dicen que la gente es muy simpática.
Y el turista, en general, ¿de qué se queja?
—De la posidonia y las piedras en la playa. Pero claro, a mí toca explicarles la importancia de esa planta marina y el papel que tienen protegiendo la arena. Les digo que no es agradable pasar por encima de la posidonia, pero gracias a ella tenemos las playas que tenemos. Cuando se lo explicas, lo entienden. Es la naturaleza.
¿Qué es lo que más le gusta del estilo de vida menorquín ?
—La familia. Aquí el sentido de familia es muy importante. Creo que es algo que en sitios grandes, como pueden ser Suiza o Alemania, se está perdiendo mucho. Creo que el hecho de tratarse de una isla propicia que se haga piña, y eso es algo que me gusta.
¿Qué echa de menos de su país?
—El chocolate, como el de Suiza no hay ninguno (risas). El chocolate suizo que se compra aquí tampoco sabe igual. También echo de menos el patinaje artístico, que es algo que practicaba desde que era pequeña.
¿Y el estilo de vida suizo lo añora?
—No, realmente nada. Porque esa fue la razón por la que me fui. Los suizos tenemos fama de ser cuadriculados, y eso va bien para algunas cosas, como el papeleo y los documentos, pero no para la vida del día a día. Aunque en Suiza realmente se vive bien. Se gana más dinero, pero también todo es más caro.
¿Vuelve mucho a su país?
—Desde 2009 solo he regresado una vez. No siento la necesidad de volver, y mis padres vienen cada dos por tres, ya que tienen una casa alquilada todo el año.
¿Se siente ahora más menorquina que suiza ?
—No creo que pudiera volver a vivir en Suiza.
Volvamos de nuevo a la Isla. ¿Qué le parecen las fiestas de Sant Joan?
—Me encantan. Me gustan mucho. Al principio, como me coincidía con el trabajo no las podía disfrutar mucho, pero luego todo cambió a partir de que mi cuñado, Marc Casasnovas, participó en las fiestas como caixer fadrí, que fue cuando empecé a vivirlo todo más de cerca. Así fue como realmente conocí las fiestas.
¿Y qué opina que sea el único pueblo en el que las mujeres no cabalgan?
—Por un lado, hay que decir que todos somos iguales, y por lo tanto también deberían poder salir las mujeres. Pero por otro, hay que tener en cuenta que estamos hablando de unas fiestas que vienen de una tradición tan antigua que si se cambian eso se podrían cambiar muchas cosas, y considero que es complicado. Creo que estoy más a favor de que se siga respetando la tradición.