Nació...
— En 1976.
Actualmente vive en...
— Ciutadella.
Llegó a Menorca...
— Pisó la Isla por primera vez en 1990. Se instaló en ella hace tres años.
Estudios
— Diseño Gráfico en la Universidad de Milán.
Profesión
— Diseñadora y fotógrafa.
Su lugar favorito en la Isla es…
— De camino a Cala Pilar, justo al llegar a la cima, antes de bajar a la playa.
Su tía lleva viviendo en Menorca 30 años, un lazo que ha permitido a Giuditta disfrutar de la Isla a temporadas desde que era una adolescente. Cuestiones familiares hicieron que, con su hija nacida en Portugal y su hijo en Francia, de padre español, recalara por estos lares hace tres años: «Pensamos que sería un lugar perfecto para vivir», relata.
Una familia muy internacional y también viajera.
—Sí, viví cinco años en Madrid, otros tantos en Oporto y cinco en los Alpes de Francia. Pero creo que realmente ha llegado el momento en que no me quiero mover, este es el último sitio (risas).
En serio, ¿cree que ha encontrado el sitio perfecto para establecerse?
—Sí. Aunque eso nunca se sabe. Mi intención es no moverme más. Un poco porque ya me he movido demasiado y también porque realmente me encuentro bien aquí.
¿A qué se dedica?
—Soy diseñadora. Cuando vine mi profesión me permitía trabajar en cualquier sitio porque tenía una empresa on line y vendía a través de ese medio vinilos infantiles. Por eso mudarme aquí nunca fue un problema, porque con ese modo de trabajo no cambia nada. Pero luego decidí terminar con eso por cuestiones familiares, y ahora estoy en el cambio de intentar buscar cada vez más clientes aquí. Soy freelance y hago un poco de todo pero relacionado con el diseño gráfico; me refiero a ‘de todo' en el sentido de que he tenido una trayectoria un poco variopinta.
¿A qué se refiere?
—Estudié diseño gráfico en la Universidad de Milán. Luego trabajé unos años como fotógrafa de arte en Madrid; en Oporto como fotógrafa de gastronomía y vino. Cuando tuve a mi primer hijo, abrí la empresa de vinilos. Ahora me centro más en el diseño y la ilustración, pintar paredes y fotografía, aunque esto último es algo que cada vez me interesa menos.
Siempre guardando relación con el arte.
—Diría que sí. Aunque más que arte yo hablaría de comunicación visual. Para mí es mucho más natural comunicarme con formas y colores que con palabras.
¿Cómo definiría su estilo?
—Diría que bastante minimalista, conciso y alegre. También Mediterráneo y con un punto naïf.
¿La comunicación visual cotiza al alza?
—Sí, estoy viendo un cambio de apertura. Las pequeñas empresas y las familiares empiezan a entender cada vez más que es importante es tipo de comunicación, la imagen, como una herramienta para trasladar cuál es el alma de una empresa. Sí que hay apertura, como ya vi en Portugal, pero todavía hace falta dar unos pasos para que sea más evidente. Pero creo que la cultura general no ha llegado tanto a lo visual como me gustaría.
¿Y cómo está siendo la experiencia de trabaja aquí?
—Mucho mejor que en una gran ciudad, hay más cercanía y humanidad, se trabaja mucho más a gusto. Aquí hablas con el cliente, te consideran persona. Mi experiencia está siendo muy positiva.
¿Le resulta inspiradora la Isla?
—Sí. Estos primeros años han sido, como es normal cuando alguien aterriza en un lugar nuevo, muy movidos. Pero un día me di cuenta de que tenía muy claro que estoy aquí por la Isla, por la tierra y no por la gente, eso lo tengo muy claro. Voy a menudo fuera, pero cuando vuelvo y veo Menorca desde el avión es una sensación muy bonita la que tengo; de lo que es la tierra, la naturaleza, el andar por el campo, el sol, la playa, el mar… Me gusta.
Transmite mucha identificación con el lugar.
—Me siento extrañamente como en casa. He vivido viajando tanto… Pero esa sensación nunca la he tenido. Por eso no me quiero mover. Aunque está claro que no es mi casa en el sentido de que sigo siendo italiana, extranjera.
La tierra propia siempre tira.
—La verdad es que no echo de menos mi país. Llevo fuera de él desde 2003 y nunca he tenido ganas de volver. Me gusta ir de visita, pero después de una semana me quiero ir. Italia no está en una época muy interesante creo.
¿Por qué?
—Es como que se ha estancado un poco desde los 90. Diría que ha bajado el nivel cultural. Y no me refiero solo a las actividades culturales sino también a la comunicación entre las personas, la confianza en la sociedad italiana. Es como un retroceso; cada vez que regreso veo cómo gana mucho terreno lo superficial, la imagen en el mal sentido: quién eres, qué haces, cómo te vistes a qué grupo perteneces; la gente es muy vulgar, cada vez más. Y las mujeres están tratadas todavía bastante como objetos.
¿A qué cree que se debe ese retroceso del que habla?
—Es el resultado de 20 años de televisiones que han empujado mucho en ese sentido. La época de Berlusconi ha hecho estragos. La gente de una generación anterior a la mía, durante dos décadas, se lo ha creído realmente. Puede que ahora haya un despertar, pero antes en la televisión era todo tetas y un humor de muy baja calidad; y en la política gente que se pegaba, ese tipo de cosas.
¿No se vislumbra un cambio?
—No lo veo todavía. Quizás en las generaciones que ahora empiezan a manifestarse por el clima, los que tienen 20 años. En general tengo mucha esperanza en los jóvenes. Lo que veo en Italia es que el provincianismo ha ganado en todas partes. Ahora no viviría allí.
¿Por qué viene tanto italiano a emprender en Menorca?
—Igual un poco es por el sueño mediterráneo. Y que en Italia la vida es más cara que aquí. Las tasas para emprender son más caras, mucha burocracia. Probablemente Balears es el sitio perfecto, y Menorca que aún está por descubrir, una lugar idóneo, cercano al nuestro, donde el idioma no es difícil, donde la mentalidad es hermana, no es como irse a Australia.
¿Se acuerda de cuando en su juventud pisó por primera vez Menorca?
—Sí, tenía 14 años, fue en 1990. Me pareció un lugar fantástico. Más aún para una persona que venía de una ciudad como Milán, sin mar. Me acuerdo de que era por Reyes y de ver cómo llegaban al puerto de Maó. Mis recuerdos tienen que ver también con la arquitectura, con las palmeras, las casas blancas, esa sensación de Mediterráneo que te gana.
¿Qué es lo que más valora de vivir aquí?
—La dimensión del lugar. Todo tiene una dimensión más humana en Menorca. Y eso relaja mucho porque vivimos en una época en la que parece que todo se queda pequeño, y la realidad es que viviendo en otros sitios no consigues alcanzarlo todo nunca. Aquí, sin embargo, las dimensiones te permiten aprovechar mejor el día, lo que tienes. Aquí vivo bien, pero acabo de encontrar un punto en el que cada dos o tres meses me voy una semana o diez días fuera.
¿Viajar sigue siendo una parte importante de su vida?
—Sí, es como que te ofrece el contrapunto. En Menorca vivo muy bien, y creo que es un lugar ideal para que crezcan mis niños, pero de vez en cuando necesito algo más de movimiento, de cultura, algo urbano.
¿Qué echa de menos aquí?
—Hablo solo del caso de Ciutadella, que es el que conozco. Un poco más de vida nocturna inteligente, interesante. Me parece que hay bastante trabajo por parte del Ayuntamiento en todo lo que son manifestaciones tradicionales, pero falta un poco de implicación un poco más allá, a nivel musical, de teatro, danza, algo más diversificado. Creo que eso ayudaría a mezclar la gente que es de aquí con la que vive aquí y es de fuera, opino que hay demasiada distancia todavía. Me da un poco de pena no saber qué hacer el viernes o el sábado, y que la única opción sea el tardeo me parece un poco triste y limitado.
Hablando de propuestas un tanto alternativas… Figura entre quienes se suman al festival de Street Art, ¿cierto?
—Sí. Es una gran iniciativa privada que se queda corta por falta de recursos. Si fuera apoyada por el Ayuntamiento se podría organizar algo mucho más interesante todavía. Es algo que teneos que agradecer a Ciutadella Antiga por poner en relevancia la importancia de la comunicación visual y el arte.
Para acabar, ¿qué supone Menorca en su vida?
—Un punto fijo al que siempre volver y mucha armonía.