La langosta ha sido la reina del verano. Perdón por el tópico. Este año ha sido más reina que nunca, la más solicitada y la que ha permitido a los restaurantes que trabajan con el producto estrella de la gastronomía menorquina recuperar un nivel de facturación superior a los tiempos prepandémicos.
La captura del crustáceo se ha mantenido en niveles parecidos al de otros años sin confinamiento ni restricciones a la actividad. La estadística facilitada ayer por las cofradías, a falta todavía de pesar la mercancía de algunas barcas en la última jornada hábil para la pesca de la especie, es similar a la de dos años atrás.
Nada que ver con la demanda registrada en los restaurantes especializados en langosta, que se ha disparado. Uno de ellos, ubicado en el puerto de Maó, reconocía sin escrúpulos que ha sido un año de trabajo y de facturación récord. La causa obedece a la caldereta, la langosta a la plancha, con huevos fritos y patatas o alguna otra de las modalidades en las que se sirve.
En alguna jornada se han servido hasta 150 raciones. En otro establecimiento de este mismo entorno hablan de una salida media de 40 kilos, lo que se traduce en unas 80 raciones. Dos días de agosto se ha quedado sin langostas suficientes para satisfacer a la clientela. Reconoce haber aumentado la facturación entre el 30 y el 40 por ciento y, desde la experiencia de dos décadas que acumula en el negocio, no recuerda un verano igual.
Otro tanto ha sucedido en Fornells, que conserva la paternidad de la caldereta. Uno de los restaurantes con más tradición ha facturado en caja un 12 por ciento más que en 2019 a costa de ir cada día al límite de su capacidad por el empuje que ha exhibido la clientela.
La imagen de los restaurantes a tope, los especializados en langosta en particular, han sido este verano la postal cotidiana. La supuesta moda vacacional menorquina ha inspirado numerosos artículos, varios de ellos gastronómicos a cargo de firmas de prestigio, que han multiplicado el efecto marketing sobre el codiciado crustáceo y los restaurantes con mayor renombre del momento. Algunos de Fornells han sido los más beneficiados por la divulgación y lo han notado en el aumento de trabajo y negocio.
Ciutadella ha jugado también en la delantera. Llenar a mediodía y, sobre todo, por la noche ha sido una constante. Un restaurante especializado en langosta del puerto de Ciutadella reconoce haber tenido algún servicio en el que únicamente se ha servido este crustáceo en alguna de sus variadas modalidades. A todo ello ha contribuido que el 90 por ciento de la clientela fuera española, reconocen de forma unánime todos los consultados.
Una circunstancia así en la que comensales que nada tienen que ver entre ellos degustan todos langosta es extraña y excepcional, pero ha ocurrido este verano, según relata el propietario de un conocido restaurante. La anécdota se ha vivido en el contexto de un verano en el que la planta de la restauración menorquina ha registrado un repunte desconocido en mucho tiempo y concentrado en los escenarios de la gastronomía portuaria tradicional.
La ola no ha llegado, sin embargo, a los núcleos turísticos, especializados en otro tipo de cocina, sin lagosta en el menú, y de clientela internacional, que esta vez ha sido más tardía y escasa.
Precios
El tirón de la langosta no se vio venir, sin embargo, a principios de temporada, en la que todavía regían restricciones. Los restaurantes solo podían trabajar hasta la una y la incertidumbre no se despejó realmente hasta entrado el mes de julio.
Esa es la razón, o una de ellas, de que los precios hayan permanecido invariables respecto a los de 2019. El kilo a los proveedores, los pescadores que han generado la preciada mercancía a los restaurantes menorquines se ha mantenido entre los 65 y los 70 euros.
En los menús de los restaurantes, el plato de langosta está en esa misma horquilla, si bien la ración es de medio quilo. La medida mínima de comercialización de una pieza es de 90 milímetros.
No ha bastado la pesca de las barcas menorquinas, con un volumen similar a los años de la prepandemia para abastecer toda la demanda que han generado los restaurantes. Máxime si, como relata el propietario de un restaurante, langosta de Menorca ha sido vendida en Eivissa, donde el crustáceo estaba más cotizado y ofrecía mejores dividendos al pescador.