Corría el año 1987 cuando Mustapha, un marroquí casado desde los 16 años y con tres hijos, decidió emigrar y emprender un viaje hacia Menorca en busca de una vida mejor para él y su familia. En la Isla le esperaba un amigo, que le recomendó establecerse en Alaior y trabajar, junto con otros inmigrantes en situación irregular, en el sector industrial. «Estuve cinco años trabajando de sol a sol y viviendo con alrededor de 70 personas bajo el mismo techo sin agua ni luz», recuerda.
La situación vivida durante esos años, cuenta, «no fue nada fácil», pero, tras obtener los papeles, Mustapha comenzó un nuevo trabajo, esta vez con contrato en el sector de la construcción, trabajando el ‘marés'. Esta faena ocupó 22 años de su vida hasta que un día, paseando por la urbanización de Son Vitamina, al lado del pueblo de Sant Climent, se encontró con un inglés que vendía camisetas para deshacerse de ellas. «Le compré 10 camisetas, monté una pequeña parada allí mismo y las revendí todas», explica entre risas.
Es allí cuando vio una oportunidad de negocio. «Monté otra parada en la Esplanada de Maó, donde vendía diversos productos que previamente había comprado», cuenta. Lo hacía día tras día sin tener permiso alguno y la policía le multó varias veces por cometer la misma infracción. «Al final, el Ayuntamiento se puso en contacto conmigo y me acabó dando un permiso para que tuviera mi puesto en el mercado ambulante de la Esplanada», asegura.
Este fue el punto de partida de su nueva vida como emprendedor. Con el dinero que ganó en el mercado, Mustapha pudo abrir dos tiendas en la Isla. «Mi vida, tras trabajar muy duro durante 35 años en Menorca, ha cambiado totalmente», explica. Ahora, entre venta y venta, prepara la documentación necesaria para abrir un tercer local comercial en Maó.
Como él, otras tantas personas extranjeras migran y se instalan en Menorca cada año para encontrar oportunidades de empleo y mejorar sus vidas personales. Algunas de ellas, como Mustapha, lo hacen por necesidad, pero otras emprenden esta aventura por elección. Este es el caso de Ivan, un italiano afincado en la Isla desde 1995 que llegó a Menorca desde Como, una ciudad situada en el norte de Italia, muy cerca de la frontera con Suiza, al pie de los Alpes.
Ivan necesitaba un cambio de aires y, entre los lugares a los que ir para empezar una nueva vida, se encontraban Santa Mónica (California), Australia y Menorca. Al final, por proximidad y comodidad, se decantó por viajar hasta la isla del Mediterráneo. Aquí, junto con su padre, fundó la pizzería italiana Casanova, en el puerto de Maó, que se convirtió en la primera del municipio que ofrecía pizzas caseras al horno de leña.
Tras 18 años al frente de Casanova, Ivan decidió emprender un nuevo rumbo y, en 2013, inauguró Yog.it y La Piadina, dos negocios innovadores que fueron muy bien acogidos por el público. Según explica, desde que llegó a la Isla y emprendió su primer proyecto empresarial, no tuvo demasiados problemas administrativos, aunque, eso sí, tuvo que cargar con el estigma y la etiqueta de «italiano mafioso».
Ahora, cuenta Ivan, «tras 27 años viviendo y trabajando en Menorca, me siento completamente integrado en la Isla». Lo mismo le ocurre a Stefano, venezolano que reside en Menorca desde finales de 2019 y que ha emprendido Gofreskito, un proyecto especializado en bubble gofres, crepes y milkshakes ubicado en el Mercat des Claustre.
Aunque es licenciado en Comercio Internacional desde hace ocho años, Stefano lleva tiempo dedicándose a la hostelería. Durante tres años estuvo viviendo en Londres, donde trabajó como manager de un restaurante. Su mujer, Milexis, también trabajó como encargada de otro local en la capital de Inglaterra.
«Un día, paseando por Londres, surgió la idea de emprender y mantener un negocio propio», explica Stefano. Así es como se les ocurrió montar un establecimiento de gofres. «Decidimos hacerlo en Menorca, porque no había nada igual en la Isla y podía tener éxito», añade. Su padre, anestesiólogo en el Hospital Mateu Orfila, les animó a empezar esta nueva aventura y, entre abril y mayo de 2020, en plena pandemia, iniciaron los trámites para abrir el negocio.
En junio de 2021, terminaron las obras de restauración del local y pudieron abrirlo de cara al público. «La idea gustó y el verano fue muy bien, aunque el invierno no tanto», afirma. Stefano, la cara visible del proyecto, y Milexis, la encargada de la parte administrativa y creativa, dieron forma a este pequeño negocio familiar para mejorar sus vidas y, de paso, traer algo nuevo a la Isla.
Sin embargo, la cantidad de trámites burocráticos que esta pareja ha tenido que gestionar les ha supuesto un quebradero de cabeza. «Si hubiéramos sabido que habría tantas trabas, no habríamos venido», explican.
Aseguran que «no se publica información accesible» y que «hay mucho desconocimiento en las administraciones de cara a los procedimientos de extranjería». Lamentan que esta situación deja sin trabajo a muchas personas y propicia más empleo en negro. Por ello, piden resolver este «problema institucional» y «más apoyo al pequeño comerciante».