Formado en la Escuela Diplomática de Madrid, el actual embajador de España en Túnez, Javier Puig Saura (Maó, 1974), descubrió su vocación en una charla sobre diplomacia internacional en la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona. Muy vinculado a la comunidad de vecinos de Tanques del Carme, donde se crió, aprovecha cada verano para volver a la Isla. «Las vacaciones en Menorca son sagradas para mí y familia», aclara desde su casa de Fornells. Su participación en el XV Foro Illa del Rei el 17 de agosto es la excusa perfecta para repasar una actualidad internacional vinculada a su trayectoria como diplomático, que empezó en Túnez en 2003 y le ha llevado por Guatemala, Marruecos o Vietnam hasta regresar al punto de partida.
Estudió en La Salle y en el IES Joan Ramis i Ramis. ¿Empezó a despertar su interés por la diplomacia durante esta etapa?
—No realmente. Cuando era pequeño solíamos hacer un gran viaje en familia todos los años en verano, que me despertaban muchísima curiosidad. Siempre me llamó mucho la atención lo los mapas y lo que había fuera de la Isla. Además, mi madre también me solía comprar en la librería Tramontana una colección de libros sobre personajes históricos, como Alí Bey o Livingston. Al final, esas cosas siempre acaban alimentando un poco la imaginación de un chico joven.
Vivió el período previo al estallido de la Primavera Árabe como consejero de la Embajada de Túnez (2003-2006). Desde noviembre del año pasado, está experimentando la etapa actual como embajador en este país ¿Qué diferencias se ha encontrado entre ambas fases?
—El presidente en aquella época era Ben Alí, un presidente autocrático. En 2011, cuando no estaba en Túnez, se inicia el movimiento generalizado de las Primaveras Árabes, que irradia en este país pero continúa en Libia, Marruecos, Argelia, el Golfo... Se trataba de un despertar reivindicativo popular: demanda de trabajo, oportunidades y libertad. Hoy en día, ese fase parece superada. Hay un reflujo de ese movimiento en todo el mundo árabe. Asistimos a un momento de tensión y convulsión, con repliegues nacionalistas y soberanistas muy fuertes, que dificultan la relación entre vecinos, la interlocución y la integración regional. Es muy interesante como embajador ser testigo de unos movimientos políticos y sociales tan marcados.
Túnez se encuentra en una situación límite a nivel económico. Su actual líder, Kaïs Saïed, incluso participó en la revolución. ¿Cuál ha sido el proceso para que la cuna de la Primavera Árabe avance ahora hacia lo que parece una autocracia?
—Es un fenómeno general en toda la región. La Primavera Árabe fracasó porque se centró de manera prácticamente exclusiva en las cuestiones políticas, como el papel del islam político, y fue incapaz de ofrecer los dividendos de la democracia que esperaba la población. No se ofrecieron respuestas a las demandas iniciales, más socioeconómicas que políticas. Eso ha llevado a un reflujo general de los países que experimentaron en mayor o menor medida ese impulso democratizador y de apertura. El gran reto actual es saber si estos nuevos sistemas van a ser capaces de ofrecer una solución a las desafíos socioeconómicos. Muchos países están teniendo problemas de equilibrio financiero y la migración sigue siendo un gran desafío en toda la región, el cual requiere respuestas globales y coordinadas.
Hace apenas unas semanas, la UE y Túnez, principal punto de partida de las pateras, firmaban un acuerdo migratorio. Ha pasado también por Marruecos, así que conoce la zona del Magreb a la perfección. ¿Cuál ha sido la evolución de la inmigración irregular en los últimos años? ¿Se vislumbra una solución a este grave problema?
—La migración es un fenómeno estructural:la gente se mueve buscando oportunidades y expectativas de una vida mejor y eso ocurre, ha ocurrido y seguirá ocurriendo. La mayor parte de los movimientos migratorios en África ocurren entre países del propio continente. Que el principal punto de salida hacia las costas europeas hoy sea Túnez y ayer fuera Marruecos, Argelia, Libia o Turquía… se debe al coste de oportunidad. Los movimientos migratorios buscarán aquellas rutas en las que tengan mayor probabilidad de éxito. Si han identificado a Túnez como el mejor punto de salida, seguirán yendo allí. Si Túnez refuerza sus capacidades, buscarán en otros sitios. Esto es como los ríos, que buscan el camino más corto para llegar al mar. La migración tiene causas profundas: falta de desarrollo, falta de oportunidades… No es suficiente un enfoque policial o de control fronterizo. Lo que se necesita es un enfoque global, algo que España siempre ha defendido. Hay que considerar las cuestiones que generan los movimientos migratorios y permitir vías legales y ordenadas de migración, mientras se controlan y se ordenan los flujos irregulares.
¿Entonces este acuerdo es positivo y se puede emular en el resto de países de la zona?
—Es un ejercicio positivo en cuanto se establece un diálogo entre Túnez y la UE. Es decir, los países como Túnez son países emisores y de tránsito, y sufren también las consecuencias de unos flujos migratorios irregulares, mientras que la UE es el lugar de destino. Todo lo que refuerce la coordinación, la cooperación y la información entre los países afectados por una ruta migratoria es positivo.
Como diplomático, ¿cómo ve la actual situación de desgaste entre las grandes potencias?
—Creo que estamos en la definición de un nuevo orden mundial en el que el gran desafío a medio plazo es el papel de China, que progresivamente está abandonando su autoaislamiento político y está actuando como mediador en conflictos regionales, donde anteriormente Estados Unidos era el principal actor. Mientras tanto tenemos que hacer frente a situaciones complejas como el refuerzo y consolidación de alternativas autoritarias y antiliberales en el mundo, especialmente Rusia, que pueden ser un elemento desestabilizador muy importante. No creo que Rusia vaya a definir el futuro del orden geopolítico, pero está allí y esta cuestión debe tratarse. Además del conflicto armado en Ucrania, estamos viendo con mucha preocupación la capacidad para generar inestabilidad por parte de Rusia en el flanco sur de la frontera europea. No solo en el Sahel, como estamos viendo estos días, sino también en Libia con la presencia desde hace años de mercenarios de Wagner, lo que se encuadra en este contexto de búsqueda de puntos de debilidad e inestabilidad en el contorno de la UE.
Viviendo tanto tiempo en el extranjero, ¿cuál es su visión desde la distancia de Menorca?
—Lo que es esencial sigue siendo lo mismo. Ha habido una apertura y una modernización. Ahora estamos viendo cómo Menorca puede ofrecer a los nómadas digitales una alternativa muy atractiva trabajando en un entorno con mayor calidad de vida que una gran ciudad. Eso hace que la composición social de la Isla haya cambiado. Y no necesariamente a peor.