Debutó en el cine de la mano de Fernando Colomo rodando en casa «Isla bonita», y desde entonces Oliva Delcán (Menorca, 1992) ha aparecido en un buen número de series de televisión, algunas de ellas internacionales, y en el reparto de varias películas. Una joven actriz con una prometedora carrera por delante cuyo punto de mira va más allá de la actuación, también trabaja la dramaturgia y la dirección artística.
En una familia de artistas, ¿resulta difícil dedicarse a otra cosa? ¿El amor al arte también se hereda?
—Justo hace unos días estaba pensando en eso, porque creo que hay algo que desde pequeña mi familia, mis padres sobre todo, me ha inculcado, y es que la creatividad y la imaginación no expiran, no es algo que solo les corresponde a los niños, es algo que puedes conservar y cuidar toda tu vida.
¿Había un plan b para dedicarse a otra cosa?
—Sí, y lo intenté con el periodismo. Empecé la carrera, pero de repente vi claramente que mi vocación era otra.
¿Cómo descubrió que lo que en realidad quería ser era actriz?
—Desde pequeña siempre había actuado y me gustaba. En la adolescencia lo dejé un poco más de lado, en una época en la que estaba muy centrada entrenando con el bádminton. Luego empecé periodismo y me apunté a una escuela de interpretación. Todo cambió haciendo un trabajo de sociología que consistió en entrevistar a mi hermano Pablo, que estaba estudiando diseño en Nueva York. Me hablaba de su carrera y su profesión con una pasión que yo no sentía entonces, y que en cambio sí sentía cuando estaba interpretando. Hablando con él fue como descubrí que mi vocaciónestaba en otra parte.
¿Es la de actriz una profesión más o menos dura de lo que se esperaba?
—La profesión en sí no me parece dura, es muy bella. Lo que me parece más duro es qué pasa cuando no estás trabajando, o entre proyecto y proyecto; las esperas, el rechazo… Dedicarme a la actuación me parece fácil y además me satisface mucho. Como también escribo no siento que tenga esa espera que me consuma, siempre estoy ocupada en otras cosas.
Decía hace un tiempo que «actuar es jugar». Una suerte ganarse la vida así, ¿no?
—Totalmente. El valor que tenemos los artistas es que no desaprendemos, no perdemos la capacidad del juego, sino que la potenciamos a lo largo de nuestra vida. Seguir jugando toda tu vida es como una especie de superpoder.
Más allá del juego, ¿qué se propone como artista, ya no solo como actriz, sino también como dramaturga?
—Siento una necesidad de compartir algo con el público, con el entorno, y a través de eso propiciar un cambio. Todos los proyectos que hago me cambian un poquito, me llevan a otro lugar. Es algo que siento que necesito, una vocación al final. Cuando no estoy contando, interpretando o investigando sobre algo para ver qué sucede en el mundo o en mí o ver qué cambio propicio, pues no me siento realizada.
Existen una tendencia generalizada entre las nuevas generaciones que sostiene que las anteriores lo tuvieron más fácil. ¿Está de acuerdo?
—Yo siento que la generación millennial a priori teníamos muchas expectativas, mucha libertad; nuestros padres nos habían impulsado mucho, había como una proyección de carrera increíble. Lo que pasa es que nos han pillado tres crisis, una guerra… Ha habido muchos impedimentos, pero yo tengo esperanza, creo que hemos revertido un poco el estigma de la generación millennial, que éramos tan narcisistas, vagos, que nos quejábamos mucho.... En realidad a través de todas estas crisis hemos salido reforzados, hemos podido transformarnos una y otra vez. Creo que somos una generación muy emprendedora. Siento que no hemos tirado la toalla. Ahora tienes que meditar muchísimo para ver si te puedes permitir la vida que tuvieron tus padres. Y la respuesta es que está muy difícil.
Lo que sí es cierto es que estamos ante generaciones mejor formadas. ¿En su caso ser bilingüe le ha abierto muchas puertas?
—Sí, y en mi vida en general. También poder estudiar fuera, conocer gente de todo el mundo. He trabajado varias veces en producciones americanas y británicas. Es una puerta que abres, me gusta mucho trabajar en el extranjero y con gente de otras culturas. Me siento muy afortunada en ese sentido.
Participa en un foro en que cuatro menorquines relatan su historia de triunfo fuera de la Isla. ¿Cuál es el mensaje que pretende trasladar a los asistentes?
—Mi objetivo es plantear cómo hay que promover una cultura de calidad que sea para todas y todos. No solo para el turista con dinero que consume arte y disfrutar de la Isla, sino también para los menorquines. Y que el arte no sólo lo cree el artista extranjero, si no que haya espacio para los artistas locales. Y que una cosa no es excluyente de la otra, deben convivir y retroalimentarse. Menorca no debe ser solo el escenario donde el artista de fuera viene a lucirse, sino que también son Menorca y los artistas menorquines sujetos activos de la cultura. Lo único que hace que el arte avance es el cambio y el dejarse afectar por lo que tienes alrededor.
¿Cree que es necesario salir de la Isla para triunfar?
—Sigo en contacto con amigos que se han quedado en la Isla y que están haciendo cosas increíbles, como por ejemplo la revista «Posidònia». Los jóvenes con talento de la Isla también dan mucho que hablar y son una generación muy preparada. Lo de salir… Pues depende a qué nivel quieras triunfar. Yo, cuanto más lejos me voy, más aprecio Menorca, y más me doy cuenta de la suerte de haber crecido en ella. Te da una calidad de vida que es inalcanzable en muchos lugares.
¿Qué es el éxito o qué supone triunfar?
Triunfar, al final, es estar a gusto con las decisiones que has tomado. Puedes estar en un superpuesto y no sentirte realizado. Para mí triunfar tiene que ver con el proceso, el viaje hasta presentar una obra o escribir un texto. Si no disfrutas ese proceso y no te llena, el resultado tampoco va a ser el que tu querías. El éxito es hacer las cosas de una manera sosegada y sobre todo compartir, trabajar en equipo, no lo veo como un objetivo individual.