El expresidente del Consell, Joan Huguet (Ferreries, 1954), presentará el jueves (19.30 horas) en la Fundació Rubió, de Maó, su nuevo libro. Bajo el título «La memoria que incomoda. Historia para la concordia», reúne una larga serie de artículos publicados en el MENORCA «Es Diari» entre 2006 y 2023, donde, lejos de polemizar y marcar distancias, busca «recuperar el espíritu de 1978 que consiguió reconciliarnos a todos».
¿Qué busca el título del libro?
—Al publicar un libro, una de las cosas que lleva más trabajo es acertar con el título, para resumirlo y que sea punto de atracción. «La memoria que incomoda» dice que quiere servir de contrapeso a la política políticamente correcta, donde cualquier disidencia o discrepancia sobre la historia oficializada por este Gobierno y el anterior, con la Ley de Memoria Histórica que no se puede rebatir, hace que seas tachado de retrógrado o de tener falta de criterio, a la hora de definir que la historia es algo que corresponde a los historiadores, y la memoria corresponde a las personas.
Apela, así, al espíritu del 78.
—Indiscutiblemente, intento dar a entender que, desde la muerte del dictador, hubo un pacto entre las teóricas dos Españas, para encarar el futuro sin mirar atrás. No quiere decir que haya que olvidar, pero se había superado. El abrazo que supuso la Transición, se rompió con Zapatero y con Pedro Sánchez se ha institucionalizado con una ley que penaliza a los discrepantes.
¿La Ley de Memoria Histórica ha roto esa paz social?
—No es que crea que se haya roto, a las pruebas me remito. Dos personas tan opuestas como Manuel Fraga y Santiago Carrillo, no solo fueron capaces de transitar de una forma modélica, además fue Fraga quien presentó a Carrillo en el Club Siglo XXI [en 1977]. Hoy es impensable que Sánchez presente a Feijóo, o viceversa. Esa concordia, ese espíritu del 78, debe recuperarse, no porque yo lo crea, sino porque mucha gente, históricos como Felipe González o Alfonso Guerra, están advirtiendo de que eso puede llevarnos a otro enfrentamiento, no bélico, pero sí de consecuencias imprevisibles.
¿Ve necesaria la Ley de Memoria Histórica?
—No hace ninguna falta. La historia es la que es y los hechos son los que son, y los hechos luctuosos, al igual que las grandes hazañas de nuestra historia, son pasado. Cuando quieres amputar esta historia y hacer categoría de víctima, estás haciendo antihistoria, porque niegas hechos reales. No se puede presentar la Segunda República como la primera experiencia democrática, idílica, que reconocía derechos, porque es totalmente falso. Y no lo digo yo. Basta ir a las actas, a las hemerotecas y a la propia Constitución de 1931 para verlo. Por eso, en el momento en que se hace una ley de carácter estríctamente político y se quiere utilizar como arma política para deslegitimar a más de la mitad de los españoles, es una ley perversa.
¿Y la ley de fosas?
—Siempre la he defendido, todo el mundo tiene derecho a conocer la realidad de sus ancestros, a localizar a sus muertos y a darles sepultura digna, sea de un lado, o de otro. Igual como todos tienen derecho a recordar los hechos tal como sucedieron. Eso es lo que reivindico. Hay un libro que debería ser de obligada lectura y, supongo que nadie dudará de esta diputada de la Segunda República, Clara Campoamor. En «La revolución española vista por una republicana» denuncia, precisamente, la deriva de la Segunda República, y eso no figura en la Memoria Histórica.
Hay quien cree que se aleja de la moderación que siempre le ha caracterizado.
—Siempre he pensado que a las personas hay que juzgarlas por lo que han hecho y hacen, no por lo que dicen que harán. Mantengo una trayectoria, con una coherencia, unos principios y valores en los que sigo creyendo. Mi pensamiento ha evolucionado a medida que he cumplido años, con experiencia, conocimientos y estudio. Todo lo que digo viene provocado por la deriva de otras formaciones políticas y no aceptaré que, en función de mi pensamiento, se me califique de otro modo cuando antes era moderado y dialogante. Por eso, no puedo estar más que agradecido, cuando he pedido opinión a alguna persona de otra formación política o, este mismo verano, cuando a Ramón Orfila me presentó en la conferencia sobre los 40 años de autonomía. Este respeto y esta aceptación del diferente nos enriquece. De los que piensan igual que yo y corroboran lo que digo, estoy contento; pero si realmente quiero aprender y evolucionar, me tengo que juntar, hablar, discutir, dialogar con aquel que piensa distinto, porque siempre podré aprender algo y podré razonar más y con más fundamento.