Laura Pujades, de 57 años, lleva luchando contra el cáncer desde junio. Le encontraron los nódulos malignos en un cribaje anual al que ella solía apuntarse desde que cumplió los 50. Nunca le habían hallado nada, pero esta vez fue diferente. A las tres semanas la llamaron para una mamografía y ya se percató de que algo estaba sucediendo. Fue repetirle la prueba y someterse a una biopsia hasta que la oncóloga le confirmó el diagnóstico.
«Me quedé blanca, como pasmada, pero realmente no fui consciente ni reaccioné hasta que me vi sin pelo. El cáncer no duele, te va carcomiendo por dentro sin que te enteres. Y cuando te dicen que lo tienes empiezas a someterte a distintas pruebas, una tras otra, y todo te parece como irreal. Hasta que hice caso a quienes me aconsejaban que me cortara el pelo para no ver a diario como se me caía. Verme rapada me hizo ser consciente de todo».
Por suerte, su hijo y los dos que comparte con su pareja desde hace 24 años «y quiero como si fueran míos» ya rozan la treintena. «Así que no debo preocuparme por cuidar de ningún menor, solo de mí misma». Que no es poco. En junio empezó las sesiones de quimioterapia. Cuatro cada tres semanas. Y luego empezó el segundo tratamiento. Hora y media conectada a la máquina durante doce semanas ininterrumpidas. Hasta finales de noviembre.
El diagnóstico, por ahora, le está siendo favorable y Laura ya ve cercana su curación. «Los médicos me dicen que tengo un cáncer bastante agresivo, pero saben cómo afrontarlo y, de momento, con buen resultado. Los nódulos se han reducido».
Le ayuda sentir también el apoyo de su pareja. «Jesús no me deja sola ni un momento. Se pasa todas las quimios a mi lado. Es cierto que a veces te vienen pensamientos poco positivos y sacas la rabia, lo acabas pagando con el que está al lado, pero tanto él como los hijos me ayudan mucho».
Si todo marcha bien, al acabar la quimioterapia le tocará someterse a una mastectomía. Pero Laura no le teme sobremanera a la extirpación del seno, «sino a que el cáncer se me reproduzca en cualquier otro órgano y haga una metástasis. Ya no soy ninguna jovencita. Tengo una pareja estable y confío en la parte estética de la operación. Seguro que me lo dejan bonito. Si tuviera 25 años seguro que me importaba más, pero ahora lo único que quiero es acabar con él».
Aunque nació en Barcelona, desde los 18 años reside en Menorca y nunca ha pensado en volverse a la Ciudad Condal para tratarse en los mejores hospitales de allí. «En el ‘Mateu Orfila' me tratan genial, con mucha empatía», afirma. Y también en la asociación Alba ha encontrado acogida y comprensión. «Necesitaba hablar, compartir con gente que pasara por lo mismo. Y allá me apoyan, me asesoran y orientan. Me han infundido ánimos, para que viera que de esto se sale y es cierto que veo a muchas compañeras superándolo».
Saberse con cáncer la ha obligado a coger la baja en el negocio que comparte con su marido, «porque nunca sabes cómo vas a encontrarte al día siguiente», pero también le ha cambiado la vida. «Los miedos e inseguridades son tantos que he aprendido a no hacer planes y dejarme llevar por el día a día. Si una mañana me encuentro bien, intento aprovecharla y quedar con amigos. No quiero perder el tiempo».
«Antes –recuerda– tenía preocupaciones por el trabajo, por estudiar para prepararme la jubilación, decía aquello de ‘ya lo haremos, no corre prisa'. Y, en cambio, ahora solo pienso en las cosas que haré cuando termine la quimio. ¿Cuáles? Siempre he querido viajar a los Fiordos noruegos. Y pienso ir».