Ofrecen su testimonio con el propósito de alentar a otras mujeres sumidas en la adicción que más aborda el Proyecto Hombre en Menorca, el consumo de alcohol, para que den un paso adelante. Joana, de 37 años, y Maria, de 50, nombres simulados para preservar su identidad, ejemplifican, en parte, el doble victimismo que padece la mujer alcohólica antes de tomar conciencia de su problema y buscar ayuda profesional como han hecho ellas a través del programa Itaca, específico para tratar este consumo.
Como mínimo existe un doble estigma por ser mujer consumidora. La adicta al alcohol está peor vista por la sociedad que el adicto, tarda más en solicitar la ayuda porque convive con barreras como las cargas familiares y las posibles consecuencias, y en muchos casos presentan baja autoestima, soledad y vacío existencial.
¿Desde cuándo tienen esta adicción?
— (Joana) Desde que declaré el problema y entré aquí hace un año, pero que tengo el problema, unos 15 años atrás.
— (Maria) Al menos 15 años, pero los últimos cinco fueron los peores. Llevó un año aquí, pero ya había estado en otro centro antes y en Proyecto Hombre en Barcelona.
¿Cuándo y cómo tomaron conciencia de su problema?
— (J) Decidí tomar medidas por mis hijas, cuando me di cuenta de que no quería que tuvieran una madre alcohólica.
— (M) Hace dos años toqué fondo. O hacía algo o no salía de ahí. Fue gracias a mis amigos que me llevaron a un centro de Sevilla.
¿Hubo algún detonante concreto?
— (J) No. Pero el hecho de no tener alcohol en casa ya me hacía sentir mal.
— (M) Sí, llegué a un estado en el que no quería ni vivir, quería quitarme la vida, no podía trabajar, y veía en una depresión constante.
¿El alcohol era la salida?
— (J) Mi patrón es diferente. Mi consumo no era tan destructivo, mi vida funcional seguía bien aunque bebía cada día.
— (M) Sí, pero es una mentira porque te anima un rato para levantarte de la cama, pero cada vez la depresión es mayor y la vida se ve más negra. Sufrí un episodio de violencia de género y fue cuando empecé a beber mucho hasta destruirme.
¿Saben por qué empezaron a consumir?
— (J) Empiezas joven, por diversión, después te confundes, quieres esconder emociones o no afrontas dificultades que tienes y pasas a beber por necesidad.
— (M) Sí, beber de joven te hace sentir fuerte y mayor, luego lo usas como una medicina porque no sabes afrontar problemas ni emociones.
¿Cuál es el proceso? ¿En cuánto tiempo se pasa de la diversión a la necesidad?
— (M) Poco a poco, en mi caso, 15 años porque suceden cosas, la muerte de mi madre, el maltrato... Todas las cosas fuertes que me han pasado han coincidido cuando más bebía, en lugar de afrontarlo lo disfrazaba con el alcohol en vez de aceptar que estaba mal.
¿Cómo se describirían ustedes?
— (J) Sensible. Ahora nos damos cuenta de que nos estábamos engañando creyendo que éramos fuertes, que podíamos con todo al intentar mostrar que estábamos bien cuando no era así.
— (M) Muy alegre, sensible, y durante años pensé que era muy fuerte, pero no lo soy tanto. Nos cuesta decir que no y hay que poner límites que vas ocultando con la bebida.
¿Creen que las costumbres españolas en el consumo de alcohol pueden incidir en las adicciones?
— (J) No, quizás en otros países no pase tanto, pero sucederían otras cosas.
— (M) No, se bebe en todas partes. Si tienes este problema y eres alcohólico es igual donde vivas.
¿Socializar con esta adicción puede resultar más complicado por estas mismas costumbres?
— (J) Sí, el contacto con el alcohol estará siempre. En mi caso los amigos conocen el problema y son respetuosos.
— (M) En terapia grupal nos dicen que tenemos que salir y hacer cosas con amigos, pero es muy difícil porque vas a un bar, a un restaurante...
¿Extrañan el consumo de alcohol?
— (J) Antes sí, mucho, ahora ya no.
— (M) Yo nada. No bebía por gusto, sino para no afrontar la realidad. Es como una pesadilla pasada.
¿Cómo les ha afectado la adicción en la vida cotidiana?
— (J) No he perdido oportunidades laborales, mi consumo no evitaba una vida normal, pero sí he alargado mucho tiempo la falta de conocimiento personal, esconder emociones y cargar mi mochila. He tenido sentimiento de culpabilidad antes de ver y entender que tenía un problema.
— (M) No he perdido trabajos, pero sí he tenido problemas con parejas e hijos y me siento muy culpable.
¿Cómo se combate este sentimiento de culpabilidad?
— (J) Viniendo aquí. Lo decidí yo sola, pero a las pocas personas que se lo he contado han reaccionado muy bien.
— (M) Asistiendo a terapia y cambiando culpabilidad por responsabilidad. La familia y amigos apoyan y están contentos del proceso que seguimos.
¿Tienen asumido que serán alcohólicas toda su vida?
— (J) Me ha costado asumirlo. Al inicio tienes la fantasía de que podrás volver a beber responsablemente cuando estés bien, como cuando acabas una dieta, pero no es así.
— (M) Yo no volveré a probar el alcohol nunca más, sé que no podría beber responsablemente.
¿En qué consiste la terapia que siguen en PH?
— (J) Venimos dos días por semana y un miércoles al mes tenemos una explicación más teórica. De vez en cuando tenemos convivencias. No podemos tener relaciones entre nosotros ni contacto fuera de la terapia. Las mujeres estamos más estigmatizadas y aquí aprendemos a gestionar nuestras emociones.
— (M) Somos unas diez personas por grupo, actualmente solo dos mujeres, nosotras, de ahí la importancia porque sabemos que hay muchas y tienen miedo a salir de este armario, han de pedir ayuda. Está claro que estamos peor vistas que los hombres, no damos el paso antes por las cargas que tenemos y por falta de tiempo.
El apunte
El 22,5 % de las personas que piden tratamiento en la Isla son féminas
Los datos de Proyecto Hombre en Menorca en 2023 reflejan que de las 120 personas que pidieron tratamiento, 27 fueron mujeres, 17 más que en 2022. Entre ellas, la mayoría (ocho) acudieron por adicción al alcohol, cinco a la cocaína, tres a ambas, dos al cannabis y una a los opiáceos. Siete de ellas ingresaron en el programa Itaca, ambulatorio específico del alcohol. Este programa es el que más presencia de mujeres tuvo el pasado año, superando a los hombres durante el segundo semestre. A día de hoy hay ocho féminas siguiendo tratamiento en diferentes programas, con mayoría en el Arrels, para reducción de daños.