Cuando le preguntas a Mariana Gil si tiene fe en que su país, Venezuela, recupere la normalidad, responde que «albergaba esperanzas pero ya no, ahora solo creo en Dios y en el poder de la resiliencia humana». Mariana es de la Valencia venezolana, tiene 45 años y con 38 se instaló en Menorca. En 2007 vino como turista, a visitar familiares, diez años después lo hizo muy a su pesar con una autorización de residencia por razones humanitarias, que no le permitía trabajar legalmente. Con estudios de dirección teatral y arte dramático, y licenciada en Comunicación Social por la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, nunca pudo homologarlos y retomar su profesión. Trabaja en el servicio de limpieza de un hotel y ha intentado en estos años rehacer su vida desde cero. Su historia, dice, no es solo de ella, es la de millones de venezolanos exiliados.
¿Alguna vez se imaginó que tendría que huir de su país?
—Jamás me imaginé que iba a emigrar ni exiliarme. Con Hugo Chávez en el poder algunas personas decían «esto se va a poner como Cuba» pero muchas otras negaban que eso pudiera pasar, «nosotros somos la joya, tenemos petróleo, coltán, es imposible que nosotros hagamos cola para comprar un pan o que tengamos una tarjeta de racionamiento», decían. Y mira ahora, está peor, porque los cubanos que estaban en Venezuela se regresaron.
¿Cuándo decidió marcharse?
—En realidad no decidí, mi hermana desde España gestionó la residencia por causa humanitaria, después de que tuve que resolver todo lo de mi padre, entré en una depresión muy severa y no había medicinas. Cuando te exilias entras en un limbo, pierdes tu identidad, ya no tienes tu cédula, pierdes tu profesión, los años trabajados, tu clima, tu comida, tus amigos, lo pierdes absolutamente todo, en mi caso también a mi padre.
¿Qué le sucedió?
—Fue asesinado. Mi padre Rafael Gil fue cofundador de un partido político, la verdadera izquierda de los años 70, el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP) que luego mutó al MAS (Movimiento de Acción Socialista). Inicialmente esos partidos apoyaron a Chávez, porque sobre el papel al principio se vislumbraban buenos proyectos de cambio, sociales, de diversificación económica e incluso con apertura a la inversión privada. Dijo por ejemplo que él jamás cerraría medios de comunicación. Pero en realidad fue un golpista que se aprovechó de la situación, del Caracazo de 1989 y de la crisis, ya en 1992 dijo que no había logrado sus objetivos «por ahora»; mi padre y muchas otras personas que tuvieron cargos de alto nivel dejaron de creer en esa izquierda que se transformó en populismo, corrupción y manipulación de la figura de Bolívar.
¿Saben qué le sucedió?
—En noviembre de 2016 desapareció, a mí me llamó mi madre, yo trabajaba en teatro y como periodista en Caracas, volé a Valencia, pasé días recorriendo hospitales, lo encontré seis días después de su muerte en una morgue donde había cientos de personas, había aparecido muerto en la calle. Sé que fue el régimen de Maduro. Mi padre era profesor y abogado, después me relataron que había reprochado a unos militares que vendían productos a un precio elevado en una cola para comprar alimentos. (Mariana hace pausas en la conversación y contiene la emoción cuando se refiere a la búsqueda y reconocimiento de su padre, cuya autopsia reveló que murió por una paliza).
Fue su particular infierno.
—Así es, busqué como loca por todos los hospitales y me di cuenta del desastre, vi gente tirada por el suelo y los médicos tratando de curar con cualquier cosa porque no tenían nada, orines, sangre..., hasta que me dijeron que días atrás habían traído a una persona muerta y tenían sus pertenencias, eran las de mi padre. Había cientos de personas en aquel drama y allí comprendí la gravedad de la situación y el nivel de violencia que existía. Fue un golpe muy duro, mis hermanos ya estaban todos fuera del país y tuve que resolverlo yo para que mi madre no pasara por esa debacle. Aún estoy con ayuda psicológica.
¿Qué opina de la postura de España y qué diría a quienes dudan del relato disidente y justifican el gobierno de Nicolás Maduro?
—Creo que el gobierno español es demasiado laxo, otros países se han pronunciado y lo han hecho con contundencia, la realidad es evidente. A los que dudan les diría que tendrían que vivir allá, yo les sugeriría comprarse un pasaje y vivir al menos un mes en Venezuela, pero como viven los ciudadanos de a pie, no como los altos cargos o los turistas que van a ciertas zonas muy protegidas. El gobierno actual es de delincuentes, ya no hablamos de si es de izquierdas o no, si es de tendencias más o menos radicales, hablamos de derechos humanos, de gente desaparecida, yo misma tengo dos amigas periodistas que han desaparecido, la situación es peor de lo que la gente aquí se cree. Más allá de lo que uno piensa, si es o no de izquierdas, hay que evaluar las cifras y lo que está pasando con el sistema económico y con los derechos humanos en Venezuela.
La ACNUR considera el éxodo venezolano como el mayor que ha vivido América Latina en la época moderna.
—Somos ya cerca de 8 millones de exiliados, personas que se han ido por la violencia, por el control cambiario, porque ganan 15 dólares al mes, porque no hay medicinas, por la situación política, para tratar de hacer dinero fuera y ver cómo sacan luego a su gente..., el éxodo venezolano es el más grande de los últimos tiempos, y se vive la peor devaluación de la moneda, al punto que ya va por catorce ceros y hay una dolarización, no oficial, pero sí de facto. Estamos ante un gobierno nefasto, con una política económica desastrosa y que le ha robado las pensiones a la gente. Mi madre se quedó sin pensión, miles de personas mayores exiliadas en España y en otros países perdieron sus pensiones, entre todo lo que nos robaron. Un país con un sistema penitenciario en lo último, incluso hay personas que están hablando ya de una pranocracia.
¿A qué se refiere cuando habla de pranocracia?
—Los pranes en Venezuela son los líderes de las cárceles, que desde allí gestionan y tienen poder, desde las cárceles dictan secuestros, robos, tráfico de armas y drogas..., digo yo que será con la anuencia del gobierno. Entonces hay que tener una posición consciente, más allá de lo que pensamos que es ser de izquierdas o no, que la gente se informe por favor de lo que está pasando.
La justicia venezolana ha emitido una orden de arresto contra Edmundo González, el candidato opositor. ¿Está al corriente de lo que sucede en su país desde el exilio?
—Quise desconectarme porque me hace mucho mal. Edmundo González es una persona honorable, estudiada, pero en Venezuela se acabó la meritocracia, vale más el carné del partido de ellos y no puedes hablar, o tienes veto o estás muerto, esa es la gran realidad. No se sabe si eso es un capitalismo de Estado, entre el gobierno de Maduro, los chinos y los rusos tienen el control de todo, de las minas, el petróleo, y han destruido el sistema productivo, todos los poderes están controlados.
¿Usted pudo ejercer su derecho al voto desde Menorca en las últimas elecciones?
—No, tenía que hacerlo en el Consulado de Venezuela en Barcelona y no podía ir. Allí al Consulado mandé mis cartas solicitando ayuda para sacar mis documentos de la universidad pero no pasó nada. Muchos venezolanos no pudieron ejercer el voto porque había inconsistencia en los datos, direcciones cambiadas, números de cédula de identidad alterados o te asignaban un centro allí, estando en el extranjero.
¿Tiene miedo a hablar, a contar sus vivencias, aunque esté lejos, en España?
—Después de una vida echada a perder por un sistema populista, negligente, que no es nada de lo que profesa..., no tengo miedo. Nunca lo he tenido, hace años participé como actriz en un proyecto y representaba a la esposa de Bolívar. Nos mandaron a los actores a un evento presidencial y el extinto presidente Chávez vino hacia nosotros a saludarnos. Cuando se acercó me dijo «¿cómo está María Teresa del Toro?» y le respondí «muy mal, llevo 5 horas escuchándole hablar de la revolución y aquí no llegan los bonos ni los pagos a tiempo ¿eso es la revolución?». Ya tuve veto político allí. Y después de haber perdido un padre asesinado, mis ahorros, mis cotizaciones al seguro social, mis amigos, mis profesiones..., me quemé las pestañas para hacer una segunda carrera en la Universidad Central de Venezuela..., ya no tengo miedo.
¿Confía en poder regresar un día a Venezuela y que la situación cambie y mejore?
—Son muchos años para revertir todo esto, no solo en lo económico y social, también en lo moral. Antes albergaba esperanzas, pensé que la comunidad internacional se iba a pronunciar y Edmundo González Urrutia sería el presidente, pero ya no albergo esperanza. Creo que a medio plazo Venezuela no será lo que fue, los índices de desnutrición y mortalidad infantil son terribles. En lo único en lo que tengo esperanza es en Dios, soy creyente más allá de tendencias políticas, y creo en el poder de la resiliencia humana, no hablo solo por mí, ni siquiera por Venezuela, sino por toda la gente que ha sufrido las guerras y se recupera en medio del dolor. La historia corroborará que son asesinos.
El apunte
Con su pasaporte y una maleta, empezó de cero limpiando casas
Vino con su pasaporte y una maleta, en su piso compartido del centro de Maó ha arreglado una coqueta sala con los pocos recuerdos que pudo traer. Ha intentado en tres ocasiones sacar de su país sus títulos académicos, las tres le han estafado gestores. «Todo está podrido por la corrupción», se lamenta. Al llegar a la Isla se buscó la vida, lo que implicó limpiar casas y otros empleos sin cotizar, hasta que pudo optar a un contrato y logró su permiso de trabajo. Ahora aguarda la ciudadanía española. No ha perdido ni su acento ni su calidez caribeña al recibirnos para esta entrevista en su hogar, con una fresca y típica tizana venezolana sobre la mesa, aunque confiesa, «ya no sé ni de dónde soy». Y pese a que no puede ejercer de lo que un día fueron sus vocaciones, el teatro (por cuyos montajes fue entrevistada en la televisión nacional) y la comunicación, ahora pone su pasión en lo que hace, limpiar, explica sin perder el sentido del humor. Asegura que ahora quiere «ser la voz de Venezuela, y el que tenga oídos que me escuche».