Originario de: Rosario, Argentina
Rosario — 178 kilómetros cuadrados.
Idioma — Castellano.
Población — 1,6 millones de habitantes.
Moneda — Peso.
Distancia — A 10.575 kilómetros de Menorca.
Actualmente vive en... Ciutadella.
Llegó a Menorca... En 2010.
Profesión: Tres facetas: artista (bailarín), pedagogo y terapeuta.
Familia: Esposa argentina, dos hijos nacidos en Barcelona y una hija menorquina.
Su lugar favorito de la Isla es..: Confiesa que elegir uno es complicado, pero se queda con tres puntos de Ciutadella: Cala Morell, Artrutx y Punta Nati.
Carrera profesional. El argentino confiesa que Menorca le ha ofrecido la posibilidad de desarrollar su trabajo de una forma más profunda. En la imagen, en el escario de las canteras de Líthica, durante uno de sus espectáculos artísticos.
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De ascendencia ucraniana por parte de padre e italiana de madre, Ariel (Rosario, 1972) es argentino de nacimiento y se considera ciudadano del mundo. Cruzar el charco no entraba inicialmente en sus planes, pero el destino le ha traído hasta Menorca, donde vive desde hace siete años con su familia.
¿Por qué Menorca?
—En realidad llegar aquí fue algo bastante casual. Cuando mi compañera estaba embaraza de nuestro tercer hijo, una niña, decidimos que no podíamos seguir más en Barcelona, donde ya llevaba residiendo ocho años. Vivíamos en el Paseo Colón y era un poco desesperante, en el Gótico, en una zona que se había vuelto demasiado turística. La verdad es que llegaba a resultar agobiante. Por nuestro trabajo llevábamos una vida ajetreada y por eso decidimos cambiar de lugar de residencia. Pensamos que con ese estilo de vida nos íbamos a ver poco, y nosotros tuvimos hijos para criarlos, para estar con ellos.
Y así apareció la Isla en el horizonte.
—Lo que ocurrió es que en cosa de una semana un montón de amigos, casualmente, comenzaron a hablarnos de Menorca, un lugar que ninguno de los dos conocíamos. Ni siquiera habíamos oído hablar del lugar. Así que me senté frente al ordenador, me conecté a internet y dije «guau, este lugar es increíble». Maica estaba embarazada, y teníamos muy claro que queríamos que nuestro hija naciera en casa, así que lo primero que miramos es si había alguna comadrona que asistiera el parto en casa. A través de amigos de amigos que vivían en la Isla, nos informamos y en 2010 aterrizamos aquí.
¿Cómo fue la adaptación a vivir en España?
—Fue un cambio bastante intenso. Una vez en Barcelona me encontré con el conflicto de quedarme o regresar, y fue un momento difícil. Pero al final decidí permanecer. Me costó bastante, aunque no en lo que se refiere a la adaptación cultural. Siempre he dicho que Barcelona fue el primer lugar donde me sentí libre, fue algo increíble.
¿Tan grande fue el cambio respecto a lo que estaba viviendo en Argentina?
—Hubo cambios en diversas cosas. En lo social me sentí mucho más libre. Vengo de Rosario, una ciudad grande pero que es muy conservadora también. Y yo soy artista, un hombre bailarín en una ciudad como Rosario, muy machista, aunque ha cambiado mucho. Siempre he sido como un raro. Yo fui un chaval de barrio y mis amigos todavía me sigue preguntando si sigo siendo bailarín, para ellos es una connotación importante. Rosario es una ciudad muy abierta pero en la que todo era como muy opaco en cierta manera, mientras que Barcelona me resultó una ciudad muy colorida, con mucha libertad, en la que cada uno va a su bola y nadie está juzgando ni observando lo que haces.
¿Cómo fue el contraste con la vida que le esperaba en Menorca?
—Fue una transición fácil, porque yo ya era padre de dos niños y con un tercer hijo en camino. La gente nos decía que Menorca era un lugar «terrible» en invierno, que no pasaba nada. Pensaban que como artistas que éramos íbamos a encontrar poco que hacer, decían que era un lugar conservador… Pero la realidad es que nosotros ya estábamos acostumbrados a utilizar nuestro tiempo libre para generar cosas, los dos trabajamos tanto en lo cultural, como en lo pedagógico y en lo terapéutico; Maica y yo formamos un equipazo trabajando juntos. Nos adaptamos bien, pero sí que hemos sufrido un poco la humedad en invierno (risas). Aunque hay que decir que siempre es difícil el primer momento: llegamos sin casa, sin trabajo, con una a familia al cargo; nos vinimos con los ahorros que teníamos y a remar.
¿Fue complicado salir adelante profesionalmente?
—Fue difícil y lo sigue siendo. Hay una suerte de conservadurismo, aunque la cosa se va moviendo poco a poco, porque yo creo que todo tiene que ver con la insistencia en las propuestas, y nosotros somos muy insistentes y aventureros.
¿Se definen como una familia aventurera?
—No sé si aventureros, pero no nos da miedo movernos.
¿Significa eso que Menorca es una parada más en el camino, que no es el destino definitivo?
—No sé, ahora no depende solo de nosotros, somos una familia. Nuestros hijos están muy contentos aquí. Pero yo siempre he pensado que cuando ellos crezcan quiero conocer más mundo, empaparme de otras culturas. Llegar a Menorca de alguna forma fue como entrar a otro país, una nueva cultura. Me interesa empaparme y enriquecerme de los sitios en los que vivo, no me gusta viajar como turista. Nos atrae instalarnos, vivir, estar, compartir cosas, aprender, enseñar, intercambiar experiencias.
¿Qué es lo que más valora de la vida en Menorca?
—La tranquilidad.
¿Qué pega le pondría a vivir aquí?
—Es muy difícil entrar y salir de la Isla; es caro, estaría bien que mejoraran las conexiones. Por otra parte, quizás haya poca oferta a nivel institucional de diversidad cultural, aunque creo que las cosas van cambiando.
¿Cómo surge su pasión por la danza?
—Me interesa el movimiento, el cuerpo en movimiento. Veo el cuerpo como la herramienta que nos permite explorar, conocer el mundo en todos sus aspectos. Mi padre tuvo un accidente fuerte cuando yo era pequeño y comenzó a practicar yoga y eso propició que a los 10 años formara parte de un grupo de niños meditadores. Esa fue la primera puerta que se abrió, después llegaron las artes marciales, el karate, el judo, aikido.
Trabaja con muchas disciplinas hasta que todo le conduce a la fundación de la Compañía Karbala.
—Sí, nació en Argentina en 2002 y seguimos trabajando con ella aquí. Es una compañía de danza-teatro que está a medio camino entre lo que sería una estética de lo consciente y lo inconsciente. Cada uno puede leer cosas diferentes en las piezas. También trabajamos con la danza butoh, el teatro antropológico y la danza contemporánea. Por decirlo de una manera desarrollamos un lenguaje que es cercano a lo onírico y difícil de digerir.
¿Cómo ha encajado esa propuesta en Menorca?
—La gente se va abriendo poco a poco. Nosotros pensamos en un ser humano desde todos los aspectos; el cuerpo es una herramienta y cuanto más experimenta sanamente a través de la creación y el trabajo terapéutico más crece su capacidad y su libertad. También estoy con la asociación cultural CSO, cuyas siglas corresponden al concepto cuerpo sin órganos, un concepto filosófico. Por otra parte he desarrollado con Maica el término ecología corporal, que vendría a ser lo que engloba la unidad que abraza la dualidad en la que logramos contener el trabajo terapéutico, pedagógico y artístico. Eso es lo que hace una ecología corporal, del ser y del estar.
Es un hombre muy polifacético. ¿Cómo se definiría exactamente?
—A los 25 años decía «soy bailarín», hoy día me considero pedagogo corporal, artista escénico y terapeuta somático. Mi trabajo artístico se ha ido desarrollando con nuevas investigaciones. Siempre estoy en continua formación, y creo que eso es algo muy importante para cualquiera. Ello implica revisar o remirar algo que ya vienes trabajando. Siempre vas sumando.
¿Qué ha aportado Menorca a su formación?
—Lo que he recibido tiene que ver con la naturaleza y la tranquilidad. Cuando estábamos buscando un nuevo lugar para vivir tomamos como referencia el movimiento City Slow (ciudades lentas). Cuando elegimos Menorca fue porque queríamos estar más tiempo con nuestros hijos. A Menorca vine en busca de tiempo y lo encontré. Lo que hacemos aquí no sería posible en una ciudad como Barcelona o Rosario. Además Menorca también es como una suerte de plataforma, porque seguimos también dando clases en Barcelona, también viajamos por Europa y Argentina.
¿Qué echa de menos de su país natal aparte de la familia?
—Los amigos y algunos aspectos culturales, en lo que se refiere a la diversidad, la vanguardia y la investigación, allí hay un espíritu investigador que está muy ligado a lo social; todos mis maestros siempre ha estado muy comprometidos socialmente con su trabajo.
¿Sigue de cerca la actualidad de su país?
—Sí. Me considero ciudadano del mundo y argentino de nacimiento. Estoy al tanto de cómo cambia la realidad argentina y veo también cómo el mundo en general se está derechizando. Yo trabajo para la libertad, y otros trabajan acotando libertades.
Para acabar, resuma su experiencia menorquina.
—Estoy muy contento de estar aquí. Creo que me ha dado la posibilidad de desarrollar mi trabajo de una manera más profunda; creo que también me ha ofrecido la oportunidad de criar a mis hijos de una forma más cercana y muy presente; me ha traído vivencias importantes en lo personal y que me han hecho transformarme como persona. Menorca es hermosa, una belleza. Es la piedra más linda del planeta.