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Adiós a las armas

Permanece la ilusión

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Cuando aún no existía el teléfono móvil y el ordenador era un proyecto, en 1983, se inició mi relación con el diario "Menorca" como colaborador en Barcelona. Fue precisamente el nuevo director de esta casa, Josep Bagur, el que un día entró en el bar de la Facultad de Ciencias de la Información en Bellaterra con el diario bajo el brazo y me lo entregó. Una amplia sonrisa cubría su rostro. "Aquí hay algo tuyo", me dijo. En ese ejemplar aparecía la primera crónica impresa que había redactado un par de semanas antes sin que aún hubiera tenido la ocasión de verla en negro sobre blanco.

Veintiséis o casi veintisiete años después de aquel trabajo especial cuyo resultado visible reafirmó la vocación, estoy delante del portátil, plácidamente acomodado en el sofá de mi casa y acompañado, sobre la mesa, por dos teléfonos móviles. El resultado de este ejercicio estará al alcance de cualquiera en cualquier recóndito lugar del planeta donde llegue la red, de inmediato, en el mismo momento en el que el pertinaz responsable de la nueva y atractiva web, Pere Melis, lo cuelgue en su lugar correspondiente. Es la nueva era de la comunicación tecnológica y global que derriba fronteras, acota el tiempo, aunque, lamentablemente para nosotros, no reduce el trabajo del gremio.

Y no lo reduce, entre otras cosas, porque a partir de hoy añado un nuevo quehacer a mi trabajo. Se trata de este blog en el propongo dar media vuelta de tuerca a las opiniones que regularmente aparecen en la edición impresa. Con este deseo recurro al título de la obra más conocida de Hemingway, "Adiós a las armas", para encabezar esta columna. Un soldado americano –posiblemente el mismo genial escritor– se enamora de una enfermera mientras convalece en el hospital por una herida de batalla en la Italia de la Primera Guerra Mundial. Aquel soldado era un romántico empedernido, un idealista sensible, cuyos principios le alejaban de las trincheras sin renunciar a su responsabilidad.

Aquí, en la Menorca deportiva, las trincheras en las que nos movemos regularmente las ocupan los menos osados. Y es que no es sencillo andar a pecho descubierto cuando tienes un micrófono a tu disposición o un teclado de ordenador diario y sabes lo que no se puede contar. En una sociedad reducida como la nuestra cuesta y duele ejercer la crítica simple o la constructiva porque todo alcanza una resonancia mayor, al contrario de lo que ocurre en una gran ciudad, donde el anonimato y la abundancia de medios relativiza cualquier opinión. Pero aquí seguimos aguantando, no sé si por mucho tiempo, porque permanece la ilusión pero el desgaste hace mella. No es ésta una profesión cómoda, más bien todo lo contrario. Apasiona pero agota por más que cada día amanezca un nuevo sol. Volveremos.

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