Lo que no se consigue luchando en una guerra asimétrica, lo ha conseguido Colombia con la guerra tecnológica en conjunción con medios de la guerra clásica, como es un bombardeo. La guerra es una, con diferentes interpretaciones. El pasado jueves día 23, se confirmaba la identidad del líder guerrillero de las FARC Jorge Briceño, mas conocido como «Mono Jojoy», abatido durante la madrugada del martes al miércoles en su santuario de la sierra de La Macarena, una impresionante formación, rica en flora y fauna, separada de la cordillera o masa andina oriental, en la que confluyen las cuencas del Amazonas y del Orinoco. Hablamos de una extensión de algo más de un millón de hectáreas con una altura media de mil seiscientos metros. Lo que es hoy un impresionante Parque Nacional, una especie de «Arca de Noé» en fauna y flora, lleva el sevillano nombre de su patrona desde el siglo XVII, cuando los jesuitas fundaron la misión de San Juan de los Llanos, hoy San Juan de Arama.
Siempre con la prudente duda con la que hay que tratar estos casos, el medio utilizado para localizarle fue el de implantar un «chip» en unas botas, especiales por su ligereza, adaptadas a los años y a la diabetes del veterano comandante. Una vez activado el mecanismo, este mandó información satélite, que a su vez activó mecanismos GPS precisos para dirigir a la aviación –se habla de un solo avión– con capacidad de destrucción suficiente para neutralizar su objetivo. Nada nuevo. En Libia, en Gaza, en Chechenia conocen bien estos sistemas. Por supuesto también en Israel y en Estados Unidos, sin descartar en este caso, a personas muy relacionadas con España. Y las propias FARC deberían suponerlos. Por una combinación de telefonía móvil y ordenador, «cazaron» a Raul Reyes en un campamento situado en Ecuador lindante con Colombia, en el 2008.
La trampa mortal de La Macarena, nos ha recordado aquella a la que fue sometida ETA en 1986 en la cooperativa Sokoa situada en la fronteriza localidad francesa de Hendaya. Aquella noche del 5 de noviembre, mientras el comisario francés de la Policía del Aire y de Fronteras, Jöel Catalá entendía que la cooperativa sólo se dedicaba a sus actividades comerciales, el entonces teniente coronel de la Guardia Civil, Enrique Rodríguez Galindo, presente en el reconocimiento y con mejor información, insistía en localizar un arsenal, que finalmente apareció. Y no sólo se encontró material de guerra; se descubrió todo el sistema de contabilidad de ETA especialmente el referido a extorsiones y a «inversiones forzadas» de empresarios vascos en cooperativas tapadera del sur de Francia, dedicadas a blanquear los fondos obtenidos con la amenaza y el chantaje.
Galindo, verdadero azote de ETA en dos décadas, conocía la existencia de dos misiles SAM-7 vendidos a ETA. Estos, tras un cauteloso periodo de tiempo, habían sido activados y emitían señales goniométricas capaces de ser detectadas por helicóptero o rastreadas con medios terrestres. Las conocidas armas tierra-aire de fabricación soviética habían sido incautadas a un grupo palestino por Israel. Una vez desactivadas sus cabezas de guerra por si el plan fallaba, habían llegado a ETA por 40 millones de pesetas. Se simuló un tránsito por Portugal y fueron entregadas en el mismo San Sebastian. El prestigio y apuesta personal del general Alonso Manglano al frente entonces del CESID había propiciado la operación. Cayeron Antxon (Eugenio Echebeste), Makario (Ignacio Aracana), Josu Ternera(José Antonio Urrutigoetxea) y el luego arrepentido Soares Gamboa.
Sokoa, que funcionaba desde 1973, permitió descubrir la contabilidad de la banda, que ofrecía el criminal balance de 1.160 millones de pesetas obtenidas entre 1980 y 1986.
Demasiados lazos entre ETA y las FARC para no relacionar las dos acciones, cuando precisamente esta semana, hemos conocido la noticia del fallecimiento por infarto, del histórico miembro de ETA José María Zaldúa ( «Aitona») en Aix en Provence. Antiguo miembro de los comandos Nafarroa y Urola, estaba reclamado en España por una decena de asesinatos. El antiguo director del «Diario de Navarra», José Javier Uranga, resultó herido gravemente por él. Peores consecuencias tuvieron el alcalde de Olaberria y otros siete guardias civiles y policías destinados en Navarra y el País Vasco.
«Aitona», liberado en Francia por un grave error judicial, huido a Uruguay y México, había sido uno de los constantes enlaces entre las dos bandas terroristas e instructor de «fuerzas especiales» en campamentos ubicados en Colombia y en Venezuela. Seguramente les habló de la amarga experiencia de Sokoa, pero no fue suficiente. Por muchos anillos de seguridad, por muchas alertas montadas sobre la desconfianza, por muchos sistemas de barrido electrónico, siempre aparecerá un delator, siempre alguien descubrirá un método técnicamente nuevo y sofisticado. Siempre una debilidad –llámese telefonía móvil, satélite, obsesión por cierto tipo de armas o simplemente una diabetes– aparecerá sobre el campo de batalla y propiciará victorias de unos y derrotas de otros. En sus variadas versiones, asimétrica, psicológica, tecnológica o clásica, siempre, la misma esencia de la guerra.
Artículo publicado el 30 de septiembre de 2010 en "La Razón"